El humano que amasó su tiempo al lado de las olas

No quise convertir el tiempo en una pasión, pero cada momento cuenta y estresado por los segundos, viajo pendiente de las manecillas de un reloj, que está en la etapa final de una batería, que se ha desconectado de los años.

Con atención en los intervalos, voy a ratos desentrañando el tiempo como un loco tras una quimera. Hurgo delirante, en las afueras de las lógicas impuestas, porque sé que es un dios implacable: constante, infinito y paciente, como el atardecer, que espera al final del camino, renacer en otra vida…

Es una línea recta, imperecedera, infinita, que camina hacia el porvenir, dejando una huella inconstante; llevándose lentamente los años y dejando estelas de un pasado, que recarga en los hombros, un período que no volverá jamás.

Prisionero de una sensación de paso rápido, veo como cada día va arrollando y demoliendo mis rutinas, para decirme que no hay más que una sola constante en la vida: su implacable paso, que desde los años arrasa con los sueños, legados, y proyectos que olvidaron a sus autores y deambulan inertes en un espacio-tiempo disparejo.

Es el viaje hacia la muerte, donde nos espera la incertidumbre pura, el vacío existencial, la nada creadora de materia y el instante, donde ya no dependerá del tiempo. Es el final de los relojes, de los apresuramientos, de las esperas que se tramitaron desde el vientre hasta el último segundo existencial.

Pendiente de ese constante ir y venir de las olas del mar, que marcaron un compás del cual provengo, con una suerte de montaña rusa, que me hace ser, entre una pausada vida citadina y un náufrago de mis aventuras literarias, donde tengo depositada la fe de mi corazón, y espero un día beber de un agua más poderosa, que estas redes tejidas sobre mí, que aprisionan las formas de expresar lo que llevo dentro para compartir.

Es existencialismo, con un dejo de fatalismo, que el tiempo coronó en mis acciones. Son los verbos que nunca pude expresar y no tuvieron la fuerza de movilizarme por otros caminos. Fue el tiempo, que me ganó cada partida, que hoy mantengo a rayas, disfrutando de cada segundo que me toca vivir.

Provengo de las estaciones del año y el compás de la costa me ha vuelto un taciturno fantasma enamorado de las rutinas nuevas, que la madre naturaleza me ha enseñado. Estoy calmado, con el tiempo por fin a mi favor, con esperanza en el mañana y con la espera de los abrazos que están ausentes, vuelvan por mí.

Estoy disparatado con mis versos y mi narrativa, aunque es escasa de sintaxis cumple con los objetivos, porque sigue siendo el mismo: ganar tiempo, minutos, segundos, días, para vivir…

Entre estos intentos y la realidad, me debato lejos de las angustias, creando un universo que pueda amparar mis sueños, que porfiadamente están llenando de pistas mi corazón errante. Son los signos que me persiguen, que no puedo interpretar de una manera razonable, por lo que transito siempre acompañado de una especie de aura de dudas y reflexiones sobre lo que estoy viviendo.

Son trazos de vida que se adhieren a mi piel y me ponen en un rumbo desconocido. Por primera vez, avizoro que no hay puertos con certezas, solo horizontes por conquistar y un deseo de tiempo amarrado a mi destino.

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Hermes
1 año atrás

Interesante reflexión existencial.
Hablando del inefable arcano. Escribí hace un par de días, pudo haber sido hace una década, qué diferencia hay…. El tiempo es tan relativo en cuanto a una prisa hacia un destino incierto, que no uso reloj, y menos tendría por qué estar pendiente del mismo en relojes ajenos.
Enhorabuena poeta.

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