El Hato del infierno 

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CAPÍTULO  1

Después del Fundo la Asadora, está el gran Hato de los Ayaguales; llamado por los lugareños “El Hato del infierno.”

 Se nos hacía difícil, esa es la verdad; transitar aquel terreno hostil, más aún azotados por ese calor infernal, propio de éstas tierras.

Mientras avanzábamos divisamos a lo largo de la estepa, algunas casitas, unas distanciadas de otras. También vimos con cierta curiosidad, que habían muchas chozas, con techos rudimentarios, hechos de cuero y cañas, entre ellas y con libertad de movimiento, se desplazaban varias reses y con éstas, dos mulas. Nos llamó la atención, no ver vallas, cercas o algo similar. Lo que sí era evidente, era la presencia de hombres armados, todos a caballo, dos de estos se hallaban sin camisa y cada uno lucía orgulloso, el típico sombrero llanero. Una de esas personas, el cual por su aspecto, presumimos que era el jefe, detuvo nuestro Jeep.

– ¿Pa donde van?

Nos preguntó, echando una ojeada al interior del vehículo.

– Vamos a los Ayaguales, hacia la mansión de los Cork.

– ¿A la casa grande?

– Así la llaman, no la veo desde que era un niño.

– ¿Conocen al amo Esteban?

– Claro, somos hermanos. Soy Luis Cork.

– El niño Luis volvió. (Se dijo extrañado, luego expresó). Disculpe entonce y bienvenido sea, siga su camino, ya les falta poco.

Nos despedimos del llanero y avanzamos, le comenté a mi esposa, el cambio de actitud de aquel hombre, cuando supo que éramos Cork. Eso nos indica que por estos rumbos, nuestra familia es respetada, quizás ahora más que antes y eso era bueno para nosotros, pues he sabido de situaciones, bastante violentas, producto del accionar de ésta gente, aparentemente pacífica. Por ello, aquella postura sumisa, me daba cierta tranquilidad.

Por otro lado, el tiempo cambiaba bruscamente y pasábamos de un calor extremo a una posible tormenta.

-¿Creés que llueva Luis?

Me pregunta Helena, mirando con preocupación, desde la ventanilla del Jeep, cómo se nublaba el cielo, anunciando con fuertes truenos, la inminente lluvia.

– Ojalá que eso pase, ya el calor me está sofocando.

Le indico a mi mujer sin obtener respuesta, por el comentario realizado.

De pronto me veo obligado a frenar intempestivamente, porque un anciano se colocó frente a nosotros, obstaculizando el paso.

– ¿Están todos bien?

Le pregunto alarmado a mí familia, mientras abro la ventanilla del auto para decirle al viejo, que se retire de nuestro camino.

Éste sé acerca hasta la misma y me indica.

– Juye ahora que puees, ete infielno será tú final.

Yo no sabía que decirle a ése hombre, no tenía las palabras adecuadas; simplemente encendí mi vehículo, arranqué a toda velocidad mi Jeep y lo dejé allí.

– ¿Qué fué eso amor?

Me preguntó Helena, algo nerviosa.

– ¿Qué quieres que té diga? Estoy tan sorprendido cómo tú, pero no te alarmes, tal vez sólo sean cosas, propias de la demencia senil.

Mi explicación no pareció convencer del todo a mi esposa, aunque yo tampoco lo estaba, debo reconocerlo, aquello fué muy extraño.

Capítulo 2

“Esteban Cork”

Cuatro hombres se hallaban parados en fila, uno cercano al otro. Todos atentos a las palabras de su amo.

– Te haré una pregunta Tomás. ¿Cuánto tarda una negra en botar la basura?

– Eso e rápido amo Esteban, no talda naa.

– Te equivocas y te diré porque. Una negra tarda en sacar su basura 9 meses.

– ¿Tanto patrón?

– Así es, porque ese es el tiempo que se toma, para traer al mundo a un sucio negro, porque eso son ustedes. ¡Basura! ¿Entendieron?

– Sí amo.

Respondieron los cuatro, bajando sus cabezas.

– Ahora se me retiran y me buscan al capataz, lo quiero yá en mi despacho.

– Sí amo

Repitieron de nuevo, dejando la sala rápidamente.

Mientras Esteban Cork cruzaba el amplio corredor, rumbo a su oficina.

En ese preciso instante repica su celular.

-¿Qué pasa Heriberto?

Le pregunta al capataz de la Asadora, llegando a su destino.

– Po aquí pasó un carro, con un hombre, una mujer y un carajito, él afirmó ser el niño Lui, ya grande y con familia, van pa lla.

– Luis. ¿Cuánto hace de eso?.

– 20 minutos, tal vez menos.

– Gracias, estaré pendiente.

Diciendo esto colgó y expresó.

– Yá sé acerca la hora de tú regreso papá.

Capítulo 3

“El capataz”

Al despiadado de Renzo, se le hacía agua la boca, cuando una mujer le agradaba. El poder que se desprendía de su amo y que utilizaba él a su antojo; lo hacía sentir importante.

-Ziruma, ta buena la hija de Torivio y la quieo pa mí.

– ¡Qué sí ta guena! Claro que lo eta.

– No pedí opinión, soy el capataz y me obedeces.

– Ta bien, no se enoje. ¿Qué quie que haga?

– Búscate a César y a otros dos más, vamos a somete a ese pendejo, pa que me dé la muchacha.

– Ta bien.

– Espero en el zaguán.

– Será así.

En eso. Ambos ven venir corriendo a Tomás.

– ¿Qué pasa negro? ¿Por qué corres así?

Pregunta Renzo, arrugando el mentón.

– El amo lo espera en su despacho Capata.

Indica éste jadeando.

– Ta bien. Quédate con Ziruma, le dí joldenes, voy a ve qué quie el amo.

Expresó éste. Dejando a los dos, conversando entre ellos.

Capítulo 4

“La peonada”

Camino a la casa grande, vimos un pequeño poblado. Con viviendas rudimentarias; algunas de adobe y palmas, otras con adobe también, pero con postes de madera y techos de bajareque, muy distintas a las de la Asadora.

La lluvia amenazaba con fuerza, eso hacía difícil nuestra llegada a la casa grande, además , tanto mi esposa como mí hijo, estaban nerviosos por los truenos, temían qué algún rayo cayese y no era para menos, el tiempo anunciaba algo así.

Divisamos al adentrarnos un poco más al caserío, una casita que por su aspecto, nos llamó la atención, era la única que tenía dos pisos; frente a ella estacioné el Jeep y bajamos rápido del mismo.

Toqué varias veces la puerta, un pequeño porche, nos protegía un poco de la lluvia, que ya cobraba intensidad. Más no de la brisa fría, ésto porque no veníamos equipados, para éste tipo de contingencia.

Una mujer negra, sesentona, algo obesa, no muy alta, nos recibió en la entrada.

– Buenas tardes señora. ¿Nos permite pasar a su casa?

Ella nos vió de pies a cabeza y nos expresó amablemente.

– Pasen pues.

Una pequeña pero muy acogedora sala, nos sirvió de refugio temporal, ante la tormenta desatada.

Nos sentamos en unos muebles, algo viejos y gastados, pero muy suaves, la señora nos dejó allí y desapareció.

– Por lo menos aquí, estaremos seguros, hasta que escampe.

Le digo a mi mujer, mientras froto mis manos, dándome algo de calor; ella abrazaba a nuestro hijo y lo calmaba, se hallaba un poco asustado.

– Sí amor, tienes razón, aquí estaremos bien.

Indicó Helena, regalándome una sonrisa.

Al rato sé apareció de nuevo la anfitriona, nos trajo unas cobijas, sin duda viejas, pero recién lavadas y chocolate caliente, con éste venían algunas galletitas, muy sabrosas por cierto.

– Descansen aquí, hasta que el tiempo mejore.

Nos expresó y volvió de nuevo a sus labores.

En verdad lo que nos entregó, fué de mucha utilidad, porque frío teníiamos y la bebida nos ayudó mucho.

Capítulo 5.

“La reunión”

Esteban se hallaba en su estudio; en sus manos tenía el testamento de su padre.

El tristemente recordado Augusto Cork. Llamado por esos lares “El Diablo.”

Tocan dos veces a la puerta. Él no responde al instante, porque su atención estaba centrada en aquél documento.

– Pase y cierre al entrar.

Indica finalmente, mientras ingiere algo de café. Renzo camina sigilosamente, al amo no le agradaba el ruido, de esa manera ingresa al pequeño estudio; echa una rápida mirada al adusto jefe, ésto siempre lo hace antes de hablarle, luego con humildad le pregunta.

– ¿Pa qué soy bueno señor?

Esteban se levanta de su asiento y sé coloca, frente a su fiel sirviente.

– ¿Dónde estabas?

Algo nervioso y sudando copiosamente él responde.

– En algo mío amo

– Pendejo, aquí todo ¡Todo es mío! Ni tú culo es tuyo ¿Entendiste?

– Si amo, no volverá a sucede

– Por tú bien, espero que no. ¿Conseguiste lo que té pedí?

– Sí amo, está noche se las llevo.

– Quiero que verifiques que vengan bañadas, las negras huelen mal.

– Sí amo.

– Otra cosa, busca a dos peones y me esperan en el pórtico, una supuesta familia que me visita.

– Lo jaré ya, peo con eta tormenta, deben etar en la peonada.

– Sí , lo más seguro es eso. Muévete entonces y no pierdas tiempo.

El mayor de los Cork, el hijo preferido de Augusto. Era un hombre soberbio, cruel, calculador, astuto, de bajos instintos y de extrañas costumbres. Todas las noches se le veía ingresar al mausoleo, dónde reposan los restos de su padre, siempre a la medianoche en punto; ni un minuto más, ni un minuto menos.

En aquella rara sepultura, no habían cruces, ni señales de religión alguna, sólo una gran lápida de mármol, con grandes letras doradas, que identificaban al difunto. Esto dado que, ellos no eran creyentes, por lo menos no de Dios.

Capítulo 6

“El mayordomo

La casa grande tenía varias divisiones; esto para separar a los amos de la servidumbre. Joseph se hallaba en la Zarfa, ésta era una vivienda de un sólo piso, cerca del trapiche, algo sencilla, cuadrada y con dos corredores de madera, bastantes amplios. Sus techos eran altos y con aleros, esto brindaba mucha sombra a esos espacios.

Él fiel sirviente dejó la cocina y caminó hacia el zaguán principal. Allí encontró a la negra Airama.

– ¿Me esperabas mujer?

– Sí, tengo algo que decite

– Me preocupas, pero habla te escucho.

– Tú sabés del pacto. No te jagas el pendejo.

Él vé hacia todos lados; aquel comentario, de llegar a los oídos del malvado Esteban, marcaría el fin de ambos.

– Habla bajo mujer, quieres que nos maten.

– Yo mieo no tengo.

Afirma ella con orgullo.

– Sí, sé la historia, pero Luis se fué de los Ayaguales hace años, cuando apenas era un niño. ¿Lo recuerdas? Su padre se desprendió de él.

– Ese maldito apaltó a su pequeño y tú sabes pol qué.

– ¿Por qué te preocupas entonces? Está lejos del hato del infierno.

– Si Joseph, pero los caracoles jablaron, viene pa ca.

Él fiel mayordomo, sé recostó del viejo árbol de la totuma, sentía que las piernas le fallaban.

-¿Creés qué regresará del Averno el amo Augusto?

– Jasi e y tú sabés que jara Esteban y yo no lo voy a pelmití Joseph.

Los dos se vieron las caras, aquella lucha, no era para nada fácil.

Capítulo 7

“Toribio”

– Te digo negra que voy a esconde a Felpa.

– Te volvite loco Toribio. ¿Po qué jase eso?

– Renzo la desea e visto sus ojos y no voy a permiti que me la toque.

Indicó él golpeando la gastada puerta de madera, que servía de entrada al pequeño rancho.

– ¿ Dónde sería eso?

Preguntó ella, acercándose a su marido.

– Jablé con Macumba. Él nos jayudará.

– Ojalá no te equivoque Negro. Esa gente e mala

Afirmó ella, dejando pensativo al preocupado peón.

Capítulo 8

“El Negro”

Luis se hallaba cómodamente instalado en el viejo sofá y en el maltrecho Chinchorro de Moriche, se encontraban Helena y Timmy; la lluvia no cesaba, más bien parecía cobrar más fuerza, mientras varias velas alumbraban aquel frío espacio. Haciéndolo sombrío.

De pronto la puerta principal se abrió y un hombre alto, de piel oscura, ingresó a la humilde vivienda.

– ¿Qué jasen aquí?

Preguntó con cierto disgusto.

– Soy Luis Cork, estamos esperando que pase la tormenta.

Indicó él, sin levantarse de dónde estaba.

– El hermano del amo.

– Si, el mismo, me fui hace 15 años para el exterior, perdí todo contacto, pero aquí estoy de nuevo.

– Y volvió, no debió hacerlo.

– ¿ Por qué lo dice?

– No me jaga caso, siga descansando, eta lluvia e pa rato.

Expresó el negro Jarana, haciendo la señal de la cruz, mientras se perdía de vista.

– Que extrañas palabras las de ese hombre. ¿No te parece Helena?

Preguntó Luis a su esposa, pero la misma dormía a pierna suelta, al igual que su hijo. Luego se dijo a modo de reflexión y en voz alta.

– Mí Padre me envió lejos de él, nunca supe por qué, ese misterio alguien me lo tiene que aclarar.

Después de aquellas palabras, se acomodó en el mueble, arropándose hasta el cuello.

Capítulo 9

“La Tormenta”

Cuando el clima castigaba así, todos se recogían, el llano era un verdadero riesgo para cualquiera, que osara retar su furia. Los rayos escogían sus víctimas al azar y la muerte, se hacía parte de la implacable lluvia.

Pero ésto no impedía a Renzo y a sus dos secuaces, cumplir la orden de su insensible amo, por ello llevaban en la vieja camioneta, amarradas y sometidas, a las dos hijas de Sebastián, las mismas no llegaban todavía a la mayoría de edad, éste era uno de los pocos y depravados placeres, que Esteban Cork disfrutaba.

– Toma eta plata qué te manda el amo y vé a la cantina Sebastián, sí tus hijas complacen al jefe, no te faltará naa.

El negro Sebastián estaba contento con aquellas monedas que le fueron entregadas, por ser un hombre complaciente con su amo. Sus hijas quedaron en manos del Capataz; mientras que la pobre madre de Tina y Tana, la negra Casia, quedaba desconsolada y triste, llorando en el rancho.

Estás fantasías sexuales de Esteban, eran conocidas por su esposa, pero ésta se hacía la desentendida, ella estaba clara, conocía el terreno que pisaba.

Al llegar a la casa grande, la negra Timotea, recibe a las muchachas, las atiende con algo de ternura; las baña, las viste y a su manera, quizás algo maternal, busca calmarlas con sus palabras.

– Yá les lavé y afeité la vulvita, o sea el papito. No sé jasusten, si se poltan bien, el amo las va a preferi y naa les faltará.

Tina vé a su hermana, la cuál temblaba de miedo, jamás había sido tocada por un hombre, por ello se acerca a ella, la abraza y le expresa con dulzura.

– Tana, tamos juntas y naide nos separará nunca.

Las dos jóvenes fueron conducidas a la habitación del mayor de los Cork. Mientras la tormenta aumentaba su furia.

-Pasen perras y quítense la ropa, haré con ustedes lo que me dé la gana, su desgraciada existencia me pertenece.

Esto lo decía, mientras se despojaba de su vestimenta.

Capítulo 10

“La casa grande”

Ya la tormenta había cesado; ellos retomaron de nuevo su ruta, un cielo hermoso, en contraste con el anterior, se mostraba ante ellos, dándole un matiz especial a la sábana. La vegetación se abría paso, en un espacio dónde el hombre se sentía pequeño; un grupo de corzos corrían por la llanura (Lo que era raro en estás tierras) En estepas cubiertas de gramíneas, algunas paspalum, una que otra mimosa y variados chaparrales.

En la quebrada del Imán, vieron un caimán de gran tamaño y algunas babas, también observaron varios loros, que adornaban con su plumaje, hermoso y de múltiples colores, las ramas de una inmensa ceiba.

Llegando al río Tama, se detuvieron a ver, cómo pastaban las reses, también captó su interés, un precioso arroyo, que lucía una refrescante caída de agua.

Finalmente tomaron el sendero que conducía hacia la mansión Cork. Aquel trayecto le traía viejos recuerdos al joven Luis; revivía de algún modo, esa infancia qué nunca pudo entender.

– Nunca me contaste porque te separaste de tú papá

– Ni yo lo sé Helena, cuando tenía 6 años, me mandó con mí tío Adolfo, con él me crié y créeme, no lo ví más, ni siquiera logré comunicación telefónica; lo ilógico de todo, es que supe de su muerte por Ernesto, un primo lejano.

– Muy raro lo que cuentas, no me parece nada normal, te aconsejo que te andes con cuidado.

– Lo sé, ya te dije que ni yo lo entiendo. Estoy casi seguro de que un misterio rodea todo esto y sea cómo sea lo voy a descubrir.

– Sí por mí fuese, nos regresamos de inmediato. Tú no eres hacendado, éste no es tu ambiente. Tengo un mal presentimiento y siempre acierto.

(Concluyó ella, algo enojada)

Varios Samanes, uno frente al otro, formaban un imponente camino.

Él estaba sumamente nervioso, no veía a su hermano mayor desde hacía años. No sabía cuál sería su reacción ante aquel encuentro.

Capítulo 11

“Macumba”

 Un valle estrecho llevaba al pequeño riachuelo de Arquimon, allí en sus laderas, una cascada singular mostraba su belleza, ante una naturaleza virgen, indómita y todavía salvaje.

Cerca de la majestuosa roca, se aprecia una cueva, de gran tamaño; que servía de vivienda a un misterioso personaje, parte vital de aquellas tierras. Se trataba de un hombre de color, bastante fornido, mentón grueso y partido, fuertes pectorales, alopécico, de 1.90 de estatura. Voz gruesa y sonora y que gustaba de la soledad, de mundos ajenos a los conocidos; su trato directo era con seres del más allá, entes espirituales. Todos lo llamaban Macumba y era temido y respetado por todos, incluso hasta por Esteban Cork.

Allí en la entrada estaba el negro Toribio, le acompañaba su hija Felpa.

– Has venido pronto Toribio.

– Sí Macumba, necesito salva mi muchacha y aquí ta.

El salió y la vió de los pies a la cabeza y ordenó.

– Métela en la cueva, aquí tará jasta que encuentres cómo sacarla de los Ayaguales.

Así lo hizo Toribio y ambos pasaron al templo (Así llamaban a la cueva) Para muchos sagrado, para otros, un espacio lleno de los secretos del extraño brujo.

El interior mostraba una comodidad, que la entrada no anunciaba. La joven fue llevada a un pequeño cuarto, con un camastro, algo viejo y una mesita de noche, también muy antigua.

– Aquí debe etal, no saldrá pa naa, yo le traeré la comía, cuando quiea ir al baño, la llevaré yo mismo al valle, allí se bañará y too lo demás.

– Delante de ti no se va a desvesti. La traje pa protejela.

– Confía en Macumba negro o llévatela.

Toribio habló con su hija, le explicó la situación, finalmente la convenció.

Capítulo 12

“Edgarda”

Alta, rostro ovalado, pelo rizado, amplia sonrisa, de gustos finos y educada en la vieja Europa. Así era ella, la primera dama del hato del infierno.

– ¿Dónde está Joseph?

Pregunta ella al negro Salgado, el viejo jardinero de la casa grande.

– Eta en la Zarfa ama Edgarda

Contestó él, dejando ver los restos de lo que en un pasado, yá lejano, fuese una dentadura.

– Búscalo y tráelo a la salita y cuando hables, no muestres tu boca, me genera náuseas.

– Diculpe ama, no la jaré otra ve.

Indicó el pobre hombre, dejando las magnolias, para cumplir la orden dada por su jefa.

CAPÍTULO 13

“Llegó Luis”

El Jeep entró a la plazoleta, que da con la entrada principal de la casa grande. Cuatro hombres, todos de color, esperaban en la entrada. Encabezaba el recibimiento el capataz Renzo.

 Luis estacionó sin problemas y bajaron con calma del vehículo; él estiró las piernas y los brazos, el viaje había sido duro.

– ¿Quiene son utedes?

Preguntó con cierta arrogancia, el jefe de aquél comité de recepción. El hijo menor de Augusto Cork, fijó sus ojos pardos en él, mientras descargaba parte del equipaje.

– Soy Luis Cork, hermano de Esteban Cork y ésta es mi familia.

Renzo lo vé extrañado, nadie esperaba aquella visita.

– ¿Pa que vino?

Interrogó de nuevo, sembrando en el joven Cork gran curiosidad.

– No entiendo nada, yo soy tan dueño como Esteban de estás tierras. ¿ Por qué no voy a venir?

Indica éste, algo disgustado y el nervioso vasallo responde.

– Ta bien, pasen pue y utedes negros inútiles, jayuden con el equipaje.

Todos se abocaron a cargar los maletines y las maletas.

Ante la mirada severa del recién llegado.

– Sígame joven Lui, los llevaré dentro.

Capitulo 14

“¿Qué pasa Joseph?

El fiel sirviente se presentó ante Edgarda, ésta lo esperaba en el sillón principal.

– ¿Por tardaste tanto?

– Estaba preparando unas cosas señora. ¿En qué le puedo servir?

– Tienes tiempo sirviendo a los Cork.

– Así es, más de 30 años.

– Yo apenas tengo un año aquí, no conozco los misterios que esconden estás paredes. ¿Entiendes?

– En verdad no señora. ¿Qué desea de mí?

– Escuché que viene un hermano de mi marido. ¿Eso es cierto?

– Si, así es.

– ¿ Por qué Esteban nunca me habló de él?

– No sabría decirle. No soy yo el autorizado para hacerlo.

– Déjate de tonterías conmigo, ya me conoces, háblame de ese hombre y dime porque nadie lo mencionó nunca aquí.

– Ese tema es delicado señora, puede disgustarse el amo Esteban si le cuento.

– Él no sabrá que me dijiste.

Joseph baja la cabeza, luego vé para todos lados, finalmente expresa.

– Está bien señora, usted gana, le contaré.

Capítulo 15

“Esteban y Luis”

La sala principal, se hallaba hermosamente decorada; un tinajero se observaba en uno de sus ángulos. Unos muebles estilo Europeo, se hacían notar en todo su centro, un pequeño bar, excelentemente surtido, era notorio en una de sus esquinas y en la pared principal, se veía el imponente el retrato de Augusto Cork. Con su mirada adusta, imponiendo autoridad, miedo y respeto, a todo aquel que osara, posar sus ojos en él.

Pero allí se detuvo Luis, para contemplar el rostro, del hombre que lo abandonó.

– ¿Él era tú padre?

Le pregunta Helena, sentándose en el lujoso sofá.

– Sí amor. Él es Augusto Cork

En ese instante entra al salón principal, su hermano mayor Esteban Cork.

– Me dijeron que venías y nos lo creí.

Expresa indiferente, con cierta acritud, sin mostrar ningún afecto ante la aparición de su hermano menor.

– Hola Esteban, cuántos años sin verte.

– Imagino que tú visita será breve. No formas parte de ésto.

Indica él sirviéndose un trago.

– Te equivocas, vine a retomar mis raíces. Soy tan dueño de todo como tú y lo sabes bien.

Esteban deja ver una sonrisa irónica, cómo respuesta a lo expuesto por su hermano. Luego posa sus ojos en la sensual Helena.

– Y usted debe ser la esposita de Luis. Escogiste bien, es encantadora.

– Así es Esteban.

– Bien, ya viene hacia acá el viejo Joseph. Él los instalará.

Alegó de manera cortante y dejando la sala sin despedirse.

– Que extraño es tú hermano amor.

Opina Helena, mientras acaricia a su hijo.

– ¿Él es mi tío?

Pregunta el pequeño.

– Si Timmy, él es tu tío Esteban.

Le Indicó Luis, sentándose a su lado.

Capítulo 16

“El negro Jarana”

– Carai Dilma, eto del amo Lui, me tiene nervioso.

– No e pa menos, yo toy igual.

– Dame algo de guarapo muje, que voy a la brega.

Ella le sirve un poco, de aquel estimulante líquido.

Que por eso lados sustituía al popular café. Se trataba de un agua hervida con achicoria, una hierba de flores azules. (Con sus raíces molidas y tostadas, se prepara la bebida)

– Que te digo yo, eto se va a pone feo Dilma

– Ya Pidamo al santo negro, que no corra la sangre.

– Tú no sabes naa, yo sé lo que te digo, el amo Eteban e malo.

– Eso lo sabemo toos, ese bicho es el propio Diablo.

– Ave María purísima.

 Dijo él negro Jarana, poniéndose su sombrero “peluegama” y saliendo a sus labores habituales. Dejando a la preocupada Dilma, cocinando en el viejo fogón.

Capitulo 17

“La vieja”

Joseph recibió con mucho afecto al joven Luis; lo instaló en el ala sur de la mansión y en una de las mejores habitaciones.

– Queda usted en su casa amo Luis, me retiro para preparar el desayuno.

Diciendo ésto. El fiel mayordomo tomó el rumbo que conduce a la cocina, sé le veía sumamente preocupado.

– Caminemos un poco Helena, nos vendrá bien estirar las piernas.

– Me parece excelente amor, el ejercicio será beneficioso para los tres.

Él sonrió ante aquel comentario y salieron entusiasmados a recorrer un poco el lugar. Luis quería recordar su infancia, la cual en buena parte no olvidaba; pero todo allí estaba diferente, no se parecía en nada, al Hato que él conoció; en sus días de niño.

En la hermosa plazoleta, vieron una extraña fuente y sobre ella, algunas aves combatían el fuerte calor, en su apacible frescura.

Cruzaron a la izquierda y tomaron un senderito algo oculto, muy bien escondido por la naturaleza ; allí les salió al paso una anciana, de piel oscura, algo encorvada y con un palo grueso, que le servía de apoyo.

– Lui Cork, vete de ete infielno y salva a tu familia.

Ésto lo dijo casi qué masticando las palabras y señalando con su mano derecha al sorprendido joven.

– ¿De qué habla usted señora? ¿Acaso me conoce?

– No puedo jablar mucho. El diablo quie volve, sólo juye de aquí.

Después de aquellas palabras y sin dar ninguna explicación, la misteriosa mujer se perdió entre la densa vegetación.

– Tengo miedo Luis, hazle caso a ella, vámonos de estás tierras. Presiento algo malo.

Él no contestó al instante , meditaba en aquella advertencia, trataba de analizar esas proféticas afirmaciones. Qué de alguna manera, lo ligaban a la muerte ¿Corría peligro su familia? ¿Quién era ese Diablo que volvía? ¿Qué tenía él que ver en todo eso?

Sus pensamientos fueron interrumpidos por la rápida llegada de Joseph.

Tanto Luis como Helena le contaron lo sucedido, al viejo mayordomo; un poco alarmados quizás, incluso, hasta el pequeño Timmy se veía nervioso.

– No, no se preocupen, esa es la negra Tomasa, la mamá del Negro Tobías, está algo loca.

Les aclara éste, mientras los conduce al comedor. Pero era evidente que nadie creyó en sus palabras.

Capítulo 18

“Dilma y Macumba”

Llegar a la cueva era algo complicado para la vieja Dilma, ella tenía tiempo sufriendo de la pierna izquierda. Esto debido a que tenía serios problemas con la circulación.

– Hola negra. Macumba te saluda.

– Macumba. He venido aquí pa….

– Yo lo sé too. Vamos al sagrario.

Caminaron hasta el riachuelo y allí, él removió una pequeña roca. Luego de aquella extraña excavación; empezó a desenterrar algo, con mucha calma y cautela, se trataba de un pequeño cofre, algo pequeño, que mostraba un color negro intenso en su exterior.

– Aquí ta Dilma.

Expresó mientras abría el misterioso objeto. Dentro de éste. Había un crucifijo de plata, que acompañaba a un pequeño pergamino,

Qué por su aspecto, se veía muy antiguo.

– Aire, fuego, tierra y agua. Los 4 elemento de la vida Dilma. Serán convocados en el sacrificio. Asmodeo lo mandará de vuelta.

– Tú no lo debes pelmití. Tú sabes la velda.

Él fijó sus ojos, inyectados de sangre, en el hermoso riachuelo de Arquimon.

– Jaré lo que puea. No e fácil negra.

Ella se arrodilló ante él. Le suplicó su ayuda.

– No te pongas jasí, sólo se jase eso ante Dios, levántate y vete tranquila.

Así lo hizo ella, obedeciendo al pie de la letra, la orden del brujo; poco a poco se fué perdiendo de la vista de Macumba; retomando el camino hacia la peonada; mientras se secaba las lágrimas con sus manos. Dejando al misterioso hombre pensativo.

Capítulo 19

“La comida”

En la mesa estaban Luis, Helena y Timmy. La negra Tilsia les servía la comida, mientras Joseph supervisaba y la asistía, en algunas cosas. Al rato sé aparece Edgarda en el comedor. Luciendo un sencillo vestido de color azul cielo.

– Qué bonita familia, tú debes ser el hermano de mi esposo.

Luis la observa un momento, por alguna causa, su rostro le parecía familiar. Luego la saludó con un leve movimiento de cabeza.

– Así es señora, soy Luis Cork.

– Bienvenidos sean.

Indicó ella a la vez que tomaba asiento.

– Negra tráeme yá el desayuno y un jugo de naranja natural.

Ordenó Edgarda a la sirvienta, mientras le sonreía dulcemente a Timmy.

– Qué niño tan lindo ¿Qué

  edad tienes pequeño?

– Seis años señora. ¿Verdad mamá?

– Sí Timmy, esa es tu edad

Le indica Helena mientras toma un poco de café.

– La felicito señora, tiene un niño muy inteligente.

– Gracias señora……..

– Edgarda de Cork, así me llamo.

En ese instante entra al comedor Esteban y le pregunta de manera directa a su esposa.

– Edgarda. ¿Ya conociste a la familia?

– Sí, ya nos presentamos.

Responde ella mientras le colocan el desayuno.

– Bueno Luis. Cuéntame ¿Qué hiciste con tú vida?

– Estudié medicina, soy Médico Pediatra.

– Bueno, muy bueno eso, tú estudiando y yo doblándome el lomo aquí, para sacar adelante estás tierras.

– No fue mi culpa, sabes muy bien que me mandaron con el tío Adolfo desde que tenía 6 años. Ahora estoy de regreso.

– Sí y con un niño de 6 años

Expresó Esteban, mientras Edgarda acotaba.

– ¿Qué casualidad no? Con 6 años se fué el padre y con 6 trae a su hijo. Es extraño eso, cómo para pensar.

Aquel comentario sembró preocupación tanto en Helena cómo en Luis.

– No seas tonta Edgarda, la casualidad no existe, todo tiene su porque.

Afirmó Esteban

– ¿Qué quieres decir con eso Esteban?

Preguntó Luis preocupado.

– Ya lo sabrás a su tiempo, termina tú comida. Yo voy a la ciudad ahora, tengo que arreglar unos papeles.

Diciendo ésto y después de beberse su café, dejó el comedor, tomando el corredor principal.

– Vámonos de aquí Luis. Siento algo maligno en éste lugar.

Le dice Helena a su esposo, hablándole en voz baja al oído.

– Té oí cariño, té oí, pero déjame pensar por favor. Estoy algo contrariado.

Capítulo 20

“Dame la muchacha”

Dos peones sostenían a Toribio por los brazos, mientras el Capataz le hablaba.

– Carajo negro, tas metido en un peo, si no me da la muchacha, te vamos a jode.

– Vé bien lo que jaras. Mi hija ta protegía.

– Pendejo, ella será pa mí, naide la puede jaduyar.

– Te equivocas Capataz. Macumba la protege y a eta familia también. Quien se meta en eto, lo pongo a caga parao.

El brujo irrumpió en aquella vivienda, de forma intespectiva, sembrando el terror en todos ellos.

Causa por la cual, liberaron de inmediato al negro Toribio.

– Vuelvo a mi cueva y utedes se me van yá de aquí.

El capataz tenía los labios sellados, él conocía el poder de Macumba y le temía.

– Gánate Toribio, nos vamos ahora, no queremo guerra con el brujo.

Toribio abrazó a su esposa, los dos estaban felices. Habían salvado a su hija, de las garras de Renzo.

– Te lo dije negra, ése capata e malo.

-Por ahora, no jará naa, ta cagao.

Concluyó ella entre risas.    Fin de la primera parte continuara esta historia 

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