El fin de la cordialidad entre la Iglesia con Maximiliano.


Estaba claro que los conservadores mexicanos vivían en una realidad alterna donde pensaban que en el mundo habría lugar para su proyecto de nación donde esperaban reinstalar el poder de la Iglesia para mandar sobre toda la sociedad, nada más alejado de la verdad, donde en su afán de buscar un aliado extranjero, les permitieron ser manipulados por los franceses y la expansión imperialista se Napoleón III. Muestra de ello tenemos la actitud de suma desconfianza mantenida por el gobierno francés hacia el clero mexicano, advirtiéndole a Maximiliano de Habsburgo la necesidad de alejarse lo más posible de ellos para poder instaurar un gobierno de profunda raigambre liberal, razón por la cual una vez instaurado el Segundo Imperio era necesario reformar al clero para hacerlo menos proselitista y menos peligroso para poder realizar el proceso de modernización del país. Poco tiempo duro el encanto del clero mexicano por tener un emperador, ya que los primeros actos de gobierno como el despojar del cargo de canciller de la Orden de Guadalupe al arzobispo para dársela al general Tomas Mejía, la creación de la Orden del Águila y la confirmación del despojo de las propiedades de la Iglesia por parte de las tropas francesas les dieron a entender que los peores pronósticos se habían hecho realidad.
Uno de los primeros pleitos entre el clero con Maximiliano fue la elección del nuncio apostólico, donde fue elegido Pedro Francisco Meglia, del cual la emperatriz María Eugenia de Montijo le advierte a Carlota de ser una persona poco conciliadora y muy antipático entre el clero francés, siendo una persona muy allegada al papa Pio IX y por lo tanto partidario de las intenciones de la jerarquía mexicana. Esta animadversión formaba parte del pleito mantenido entre Napoleón III con la Santa Sede, con quien jugó un intento por domar al papado para que siguiese sus intereses, la muestra la tenemos en la garantía que le da a Pio IX de darle tropas francesas para defender lo poco que quedo de los Estados Pontificios, pero por otra parte fueron ellos quienes le dieron el apoyo a los nacionalistas italianos para encerrar el poder terrenal del papa a El Vaticano, por lo que no había manera de conciliar el proyecto liberal francés con la defensa de los privilegios del clero. Por esta razón, Napoleón llamaba a Maximiliano a no dejar que la Iglesia dicte las principales acciones de gobierno y siguiese el plan de reformas, todo para inmovilizar en lo posible la influencia que ostentaba la figura de Pio IX entre los católicos.
El panorama que presencia Maximiliano no fue nada alentador, según su testimonio, los grandes obstáculos que tenía para poder gobernar eran tres: un sistema judicial sumamente corrupto, un ejército mexicano sin el mínimo sentido del honor y el clero al cual acusaba de carecer de cualquier indicio del deber por velar por su feligresía y estaba más ocupado en la política. Irónicamente, la libertad de prensa garantizada por el emperador fue una de sus aliadas en su lucha contra la Iglesia, ya que la prensa liberal tuvo en aquellos tiempos todas las armas para atacar al sector imperialista clerical, mientras la prensa conservadora trataba de lavar la imagen del clero como un actor importante para alcanzar la conciliación nacional. Para finales de 1864, el nuevo nuncio apostólico llega a Veracruz y se le otorga una guardia para tratar de mantenerlo aislado en su camino a la capital, pero tanto Meglia como el clero se mantuvieron bien informados de lo que ocurría, lo que si se evito fue el darle cualquier clase de homenaje a su paso.
Ya llegado a la Ciudad de México, durante el recibimiento protocolario Meglia dejaría en claro la línea intransigente que iba a mantener para defender los intereses del papa y el clero mexicano, otorgándole una carta de Pio IX donde le recordaba haberle manifestado cuando fue recibido su preocupación por las condiciones en que había quedado la Iglesia como consecuencia de la implementación de las Leyes de Reforma y su compromiso para restaurar las antiguas potestades del clero. En esa carta, Pio IX quiso excuso las nulas intenciones del emperador a cumplir con los compromisos de los conservadores argumentando que entendía que su gobierno todavía no tenía el poder suficiente para cumplir con esos deberes, por lo que le daba la salida ante la feligresía que en cuanto tuviese las condiciones se enfocara en ayudar al clero y restituirle lo que le pertenecía. Apelaba a su deber que tenía como príncipe cristiano era el de velar por los intereses de la Iglesia y que la forma para acercarla con el pueblo era con la construcción de nuevos templos y conventos para que así tuviesen el apoyo espiritual que necesitaban para darle sentido a sus vidas.
Como durante la entrevista entre Maximiliano y Pio IX no habían quedado con ningún compromiso formal más que el de palabra (como se lo había sugerido Napoleón), el emperador podía desdeñar las órdenes del papa para poder rencausar a la iglesia en el sentido original con el que nació, por lo que bajo su concepción que tenia del catolicismo estaba cumpliendo con su deber como miembro de la realeza para con la Iglesia y no con los intereses del papa. Para mantener tranquilo al clero, Maximiliano declara al catolicismo como religión de estado, pero con esa carta tenía claro como el papa quería hacer pasar la manutención del poder político de la Iglesia como si fuera una cuestión de fe, por lo que tendría clara la necesidad de llevar a cabo la reforma imperial para controlar de una vez el margen de acción del clero en la vida pública.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura
Federico Flores Pérez
Bibliografía: Patricia Galeana. Las relaciones Estado-Iglesia durante el Segundo Imperio.
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Imagen:
Izquierda: Anónimo. Pedro Francisco Meglia, 1864.
Derecha: S/D. Maximiliano de Habsburgo aceptando el nombremiento como emperador de Mexico en Miramar, siglo XIX.

