El despertar de Antonella

Diseno sin titulo 6

Sinopsis:

Ella despierta entre sombras, no recuerda nada de su pasado, sólo sabe que se siente diferente y definitivamente no es humana, al menos ya no. Una crisis de agonía la lleva hacia las raíces de su ser y le descubrirá las necesidades que la consumen; ella debe decidir si frenarse o dejarse llevar por ellas. El deseo principal: la sangre, será la mayor tentación.

Ileana, una joven de veintiún años de edad, que adora la naturaleza y a los animales, además de viajar y su novio Velkan, un fotógrafo de veinticinco años, amante de los vehículos y de la comida; ambos adoran recorrer el mundo, al punto de pasar tiempo capturando momentos inolvidables con su cámara fotográfica. Al hacer un recorrido por Italia sus vidas darán un vuelco que nunca imaginaron.

Aquellos ojos brillantes no dejan de acechar en las afueras de la vieja casa de la pelirroja. El pasado de Antonella esconde amistades y enemistades que, en el presente seguirán teniendo sus repercusiones. El hospital del viejo pueblo alberga siete secretos y miles de enemigos a la espera de cobrar venganza.

El diario de Antonella y su libro mágico más preciado cambiarán su perspectiva y revivirán en ella todas sus motivaciones; al fin puede volver a ser ella misma. Cuando aquellos tesoros cambian de portador, aquella meta toma un nuevo rumbo y crea un desbalance en todos sus planes.

Pecados capitales y virtudes divinas resurgirán después de un siglo para revivir una batalla inconclusa que definirá el destino de los vampiros ¿Cuál clan será el ganador al final?

Prefacio​:​

La carretera se veía desolada, al parecer ya estaba olvidada desde hace tiempo por la mayoría de personas en Italia, y ese era un tema del que nadie hablaba en los pueblos vecinos. Según comentarios fugaces sin fundamento de personas esporádicas, hace mucho tiempo que había quedado en ese estado. En aquella vieja ruta, una camioneta convertible con dos pasajeros en su interior se hacía paso entre ese sendero de concreto.

—Sí, sí mamá, que estamos bien. —La chica se detuvo a escuchar—. Sí, Velkan va al volante, ya comimos y el viaje va bien. Solo paramos por algo de gasolina, nada que reportar. Los amo, luego me comunico con ustedes. Adiós.

La llamada finalizó, ella se acomodó un mechón de su lacio cabello detrás de su oreja, mientras una sonrisa iluminaba su rostro y volteó a ver a su compañero, quien ya estaba sonriendo al verla contenta. Ella se sonrojó al darse cuenta de que, Velkan la observaba en esa acción tan cotidiana.

—Ya sabes —rió nerviosa—, mi mamá no puede dejar de llamar con frecuencia —susurró al muchacho, que intentaba ir concentrado al manejar.

—Pero claro, Ileana. Mi suegrita se preocupa mucho por ti y no la culpo —contestó Velkan, sin desviar su mirada de la carretera—. Por cierto, amor ¿Podías chequear el mapa?

—Claro —respondió ella y con sumo cuidado, levantó y desdobló el mapa para comenzar a revisar con minuciosidad.

Los segundos pasaron tortuosos y la mirada de la chica no se despegaba del mapa. Aquello llenó de intriga a Velkan ¿Por qué dudaba?, ¿acaso algo andaba mal? El silencio le era tan incómodo que decidió romperlo con su propia voz.

—¿Pasa algo, Ileana? —El joven frunció el ceño y volteó a verla, tratando de no desconcentrarse al manejar.

—Pues, ocurre que el mapa me marca un lugar con poca vegetación, pero no se parece en nada a este lugar, es más, aquí parece una especie de… ¿Bosque? —Ileana volteó a ver a los alrededores y bajó el vidrio de la camioneta.

—Bueno, las rutas cambian con el paso del tiempo, eso es normal. —Velkan se encogió de hombros.

—Es que… en realidad pareciera que estamos en otra parte. Deberías verificar tú mismo —dijo Ileana, moviendo el mapa con insistencia.

—Al menos yo no le veo algún problema, pero si eso te deja más tranquila lo haré —esbozó una sonrisa con un dejo de pesadez.

Velkan se orilló con cuidado en la carretera junto a un montón de arbustos, que más allá se convertían en árboles gigantescos e imponentes. Ileana le pasó el mapa y el muchacho lo escrutó justo en donde se suponía que se encontraban. Sus ojos bailaban de un lado a otro para analizar bien de qué se trataba la incongruencia y frunció el ceño de nuevo. Ambos bajaron del vehículo y se alejaron unos pasos para charlar mejor sobre el tema de la ruta.

—Tienes razón —musitó, sin quitar la mirada del mapa—, pero quizá es lo que te mencioné: Algunos lugares cambian demasiado con el paso del tiempo y se vuelven irreconocibles. No hay de qué preocuparse, vamos en la ruta correcta. —Velkan miraba hacia todos lados para comprobar su punto—. Es más, lo podemos verificar con la forma de aquellas montañas ¿Ves? —Le señaló con su índice.

—Oh, ya veo —Ileana respiró aliviada—. Aún así, no sé por qué tengo la corazonada de que parece muy distinto. Como un lugar totalmente diferente, pero bueno… Deben ser cosas mías —finalizó Ileana, con la confusión rondándole la cabeza.

—Bueno, ahora que ya quedamos claros y seguros del rumbo, ¡continuemos con nuestro viaje! —sugirió Velkan con entusiasmo.

El joven se encaminó un par de pasos hacia la camioneta, pero al sentir que Ileana no caminaba a su lado se extrañó. Volteó a verla y ella no se había movido ni un solo centímetro. Rápido se acercó a ver qué le sucedía y la mirada de la chica se hallaba fija en algún punto de la maleza. Sus ojos brillaban con ilusión, una que Velkan conocía más que bien.

—¿Qué has visto, eh? —Se atrevió a preguntar con mucha curiosidad.

—No me lo vas a creer, pero… —Ileana señaló hacia un par de metros más adelante— ¡Mira esa belleza, Velkan!

La joven no dudó en casi salir corriendo en esa dirección ante su atónito novio, que solo se limitó a seguirla hasta donde ella se había dirigido con tanta euforia. Él sonrió para sus adentros. Aquella forma de ser de Ileana, tan emotiva y llena de vida, era una de las cosas que lo tenían loco por ella.

Gracias a su condición alta, Velkan llegó en un dos por tres al lado de Ileana y al fin pudo ver lo que había llamado la atención de la chica: Una acumulación de maleza y flores silvestres haciendo una figura perfecta.

—Es un arco de flores, hecho al natural. Velkan ¿No te sorprende cada vez más la naturaleza? —esbozó Ileana una amplia sonrisa, sin retirar la vista del cuadro que la había enamorado, mientras tocaba los suaves pétalos de las flores violetas.

—Nada mal, para ser sincero. —Velkan rodeó con su brazo a la chica para sentirla más de cerca y por un instante pudo sentir la felicidad que llenaba a Ileana, lo cual lo hizo sonreír con satisfacción.

—Necesitamos una foto justo aquí, ¿no te parece oportuno? —inquirió ella, mientras encuadraba con sus dedos para medir un ángulo correcto antes de la foto.

—Buena idea, espera que traigo la cámara —dijo Velkan e Ileana asintió con entusiasmo.

El joven se encaminó hacia la camioneta, sacó la cámara de una de las mochilas que ellos llevaban, y regresó hasta el arco silvestre, donde Ileana ya se encontraba practicando algunas poses previas a la foto que se tomarían.

—Esta foto la mandaremos a encuadrar, será muy especial —aseguró Ileana en cuanto Velkan encendió la cámara color negro y se colocó junto a ella.

—Por supuesto que sí, amor. —Velkan levantó la cámara—. Ahora di wiski.

El flash iluminó sus rostros sonrientes y así estuvieron tomándose al menos unas doce fotos, hasta que quedaron exhaustos y con las mejillas entumecidas. De pronto otro gritito de emoción salió de la garganta de Ileana. Al parecer las maravillas seguían apareciendo, pero esta vez Velkan se mostró un poco indiferente.

—Ileana, pronto estará a punto de anochecer, debemos resguardarnos cuanto antes, sabes que los hospedajes se llenan rápido. No te gustará dormir en el suelo, te lo aseguro.

—Lo sé, lo sé mi amor —dijo rodando los ojos—, pero a penas son las tres de la tarde, además será una foto más, anda di que sí, solo mira. —Ileana tomó el brazo de Velkan y le señaló hacia dentro del bosque, justo pasando el arco silvestre— ¿Ves? Es un claro muy bello y quizá haya algo allí hermoso para recordar por siempre.

Velkan miró con detenimiento, parecía un lugar paradisíaco con ese arco natural y el claro que dejaba ver una flora espectacular llena de árboles de todos colores y tamaños, algunos en pleno auge de floración y otros mostrando sus frutos silvestres. Si lo reflexionaba bien, realmente aquel viaje lo hicieron para perpetuar momentos especiales para ambos. Ileana amaba la naturaleza, y ese momento podría no repetirse.

También algo le decía que, quizá verían alguna otra maravilla después de ese claro, de eso no había dudas. No era tan tarde, podían permitirse explorar un poco aquel lugar que parecía fuera de este mundo, así que tomó la decisión: Estarían de expedición a lo máximo una hora y si la suerte estaba de su lado, quizá a eso de las seis de la tarde ya estarían en la comodidad de un hotel, gozando de su mutua compañía y resguardados de las inclemencias de la noche.

—Bien, amor… —puntualizó con voz firme— Prepárate, porque exploraremos un poco antes de ir a la ciudad próxima y será un bello momento para recordar —afirmó con determinación.

—Gracias, te amo —musitó Ileana y guiñó un ojo a su novio.

Velkan no pudo resistir aquel gesto que lo llevó a tomar el mentón de Ileana, dio un tierno y corto beso en sus finos labios y se encaminó a por las mochilas, no sin antes cerrar bien la camioneta. La idea era conocer un poco sin adentrarse tanto –ya que podría ser propiedad privada–, e irse de ese lugar lo antes posible.

Ileana recibió su mochila, se la colocó, se acomodó el cabello y caminó a través del arco silvestre seguida por Velkan. Una sensación mágica e indescriptible llenaba los alrededores. Ella sentía aquello como entrar a las entrañas de la Madre Tierra; él por su parte, solo sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. De inmediato se tomaron algunas fotos aprovechando los tenues rayos del sol que se colaban de entre las ramas hacia ellos.

—Esta sí que nos quedó perfecta —dijo una Ileana entusiasta.

—Ahora te tomaré una más con ese árbol de fondo. —Velkan señaló el árbol del centro, allí donde la luz solar era más resplandeciente.

—¿Aquí? —inquirió Ileana y comenzó a posar con sus manos en la cintura.

Aquella blusa celeste resaltaba su tez clara y esos pantalones de lona obscura acentuaban su figura a la perfección. Su cabello corto enmarcaba su bello rostro y los rayos de luz solo afirmaban lo radiante que ella estaba ese día. Y aunque él y ella estuviesen usando ropas del mismo color, sin duda para Velkan, verla entre la naturaleza era todo un espectáculo y él por más que quisiese, se sentía anímicamente lo contrario a su novia.

—Perfecta, pareces un ángel —sonrió él, viéndola por el lente de la cámara.

—¡Pero qué cosas dices en verdad! —Ileana rió bajo y se llevó las manos a las mejillas para ocultar su evidente sonrojo.

—Solo digo la verdad, princesa —prosiguió Velkan con sus halagos.

Velkan tomó un par de fotos más, pero algo lo hizo detenerse a ver los alrededores. La claridad había disminuido de una manera muy rápida, tanto que alertó al joven. Parecía que los árboles hubieran crecido allí mismo y taparan mucho más los rayos del sol. El joven bajó la cámara para observar los alrededores e Ileana también volteaba de un lado a otro.

—Pero, ¿qué está pasando? Se habrá nublado, quizá —dijo Ileana, extrañada.

—Qué raro —murmuró Velkan, y cuando volteó a ver hacia donde estaba Ileana su corazón se sobresaltó y reprimió un grito de susto con lo que vio justo detrás de ella—. Carajo… —alcanzó a espetar y su rostro se desfiguró en algo descrito como miedo.

—¿Qué ocurre? —Ileana caminó hacia donde estaba Velkan.

—No te muevas… —susurró, dándole con su mano una señal para que se detuviera.

—Velkan… me estás asustando —dijo Ileana en un hilo de voz, que no pudo controlar al sentir que algo estaba detrás de ella.

Ileana entró en desesperación, y la cara palidecida de Velkan no le estaba ayudando en nada; ella podía percibir el miedo del muchacho. Él se agachó para tomar algo del suelo, quizá una piedra y la ansiedad en la joven se hizo presente cuando sintió detrás de su nuca una respiración fuerte, que indicaba la presencia de algo quizá muy peligroso; y antes de que pudiera moverse solo escuchó el grito de su novio:

—¡Corre, Ileana!

Ella obedeció y comenzó a encaminarse con paso rápido hacia la salida, pero Velkan había ido en dirección contraria. Ella no supo qué hacer al darse cuenta que, aquel arco por el que habían entrado ya no estaba; eso le provocó mucha más desesperación. Al mismo tiempo escuchó un gruñido, un grito de dolor de su novio y un golpe.

Ileana gritó y detuvo sus pasos para ver hacia donde estaba Velkan. Cuando volteó, él yacía herido en el suelo y se quejaba del dolor. De inmediato se dirigió hacia donde estaba y cuando elevó su vista a la lejanía, su ser no cabía en el horror que sintió cuando vio alejarse aquello que los había atacado y observado desde quién sabe cuánto tiempo ¡Era un monstruo aterrador! Lo peor de la situación era que, ahora ya no sabían en qué lugar se encontraban… Estaban perdidos.

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Capítulo I: Pereza mortal

Cuando abrió los ojos, la oscuridad reinaba, sintió como si hubiera despertado de un largo sueño que, más bien le sabía a muerte. Su cabeza daba vueltas, no sabía quién era o cómo había llegado ahí. Pasado un tiempo en silencio, escuchó pasos, murmullos y ruidos. Se alertó cuando alguien removía aquel lugar de sombras.

Sus ojos verdes divisaron dos figuras humanas mirándola fijamente y también una luz casi cegadora de una vela. De inmediato se sobresaltó. «¿Quiénes son?, ¿Qué quieren?, ¿Por qué están aquí?». Fueron demasiadas preguntas en un solo instante, hasta que sintió el roce de algo en su piel.

Aún no distinguía muy bien con su vista lo que ocurría, pero las voces sonaban en un idioma desconocido para ella. La voz fina le transmitía paz, pero la voz más ronca la hizo estremecerse en un escalofrío. Le costaba moverse, era como si su cuerpo no funcionara bien del todo y la sola idea la llenaba de una molesta sensación que apenas llegaba a soportar. De pronto sintió cómo su cuerpo era envuelto en algo suave parecido a una manta ¿Qué pretendían envolviéndola de esa manera? ¿Estaba desnuda? Todo era confuso.

—¿Cosa é su…? —Alcanzó a murmurar aquella chica, pero esto no fue problema para los dos jóvenes, ya que sabían defenderse en el idioma que escuchaban.

—Acaso quiso decir, ¿qué pasa? ¡Sí es italiana, Velkan! —susurró Ileana, mientras tocaba el brazo del joven y lo zarandeaba con un tanto de discreción y emoción a la vez.

—Eso parece, sigue hablándole para que reaccione —respondió Velkan entre susurros, sin quitar la mirada de la chica que, parecía más muerta que viva.

—Oye… ¿Puedes escucharme? ¿Cómo te sientes? —Una voz suave y fina le hablaba, era una chica de cabello castaño y corto con grandes ojos color miel, quien comenzó a tocar su brazo con insistencia.

—Creo que está en shock —La voz gruesa del otro individuo llamó su atención, era alto y fornido, de cabello oscuro como la noche y ojos azules cual océano.

De un momento a otro, la chica se intentó parar, pero comenzó a sentir un temblor en su cuerpo; un dolor agudo en la cabeza le hizo crear imágenes fugaces, quizá… ¿recuerdos?

—Caray, se ve muy mal, debemos ayudarla —decía la chica, mientras él sacaba una botella de agua de su mochila.

—¿Bianca?… ¿Leo? —masculló con voz entrecortada, quiso seguir hablando pero no pudo, seguía temblando.

—No —contestó la viajera de inmediato—, mi nombre es Ileana. —Le ofreció agua de la botella y ella la recibió con sus temblorosas manos.

—Yo soy Velkan y nos sorprende encontrar a alguien aquí y en este estado —dijo el joven que se limitaba a mirar de pies a cabeza a la pálida mujer de cabello rojo.

Ella intentó beber, pero con la misma escupió, no pudo dar ni un solo trago. Comenzó a toser como si se estuviera ahogando mientras Ileana le daba unos leves golpecitos en la espalda alta.

—No… puedo —dijo a la chica, devolviendo la botella.

—No te preocupes —Le dijo Ileana, guardándola de nuevo en la mochila de su novio—. Por cierto… No es necesario que lo respondas pero… ¿Recuerdas cómo te llamas?

Ella llevó ambas manos a su cabeza, como si tuviera una especie de conflicto y tratara de procesar la pregunta. De repente un nombre llegó a sus labios, aún sin estar segura de nada, pero se atrevió a decirlo sin titubear.

—Antonella —dijo con debilidad y la confusión apoderándose de su mente.

—Mucho gusto, Antonella —sonrió Ileana con amabilidad y ella devolvió una débil sonrisa.

Antonella volteó a ver a Velkan para sonreírle, ya que la chica castaña era demasiado amable, pero este joven permanecía con un semblante serio, ella se quedó viendo cómo sus ojos azul intenso la eludían y su sonrisa desapareció.

En ese momento, los dos jóvenes se acercaron para ayudarle a ponerse de pie; Ileana la tomó de un brazo y Velkan empujó un poco su espalda, en definitiva la pelirroja sentía el rechazo perenne del joven.

Salieron de ese oscuro sótano, con mucho cuidado, ya que estaba oscureciendo allá afuera y lo único que habían en el suelo eran muchas velas regordetas y candelas alargadas. Pronto Ileana y Velkan notaron que Antonella comenzaba a caminar un poco mejor.

Los tres jóvenes se encaminaron a la sala principal. Antonella notó que conocía esa casa, todo le resultaba familiar, aunque muchas cosas faltaban, en especial la imagen de su familia y objetos de ellos, de quienes tenía imágenes borrosas mientras caminaba; algo le decía que ellos existían.

Se sentaron en el suelo, ya que lo único que había en el centro de la sala era una mesa de madera; no había sillas y eso parecía extraño. Velkan, con algo de dificultad por el dolor del pie, comenzó a recolectar las candelas que yacían en el sueño, mientras Ileana trataba de reanimar a Antonella.

Estuvieron en silencio un momento, a la luz de los candelabros y el olor de un incienso que había aparecido en el suelo de igual manera. Mientras tanto, Ileana relató que llegaron huyendo de un monstruo, así dieron con ese pueblo deshabitado; no tenían opción.

—Como ves, Antonella, nuestro viaje ha sido largo, muy difícil y por lo visto aquí no hay hospital —señaló la herida de Velkan.

—Ya pasará, no es para tanto. Estoy perfectamente bien —respondió Velkan, despreocupado a pesar del persistente sangrado.

Antonella vio la herida y otra cadena de imágenes vino a su memoria: «vestía uniforme blanco, atendía enfermos y aquello le llenaba de felicidad». Sonrió con debilidad tener aquella sensación que le provocaba la labor que había elegido cuando era una “chica normal” y solo pensaba en estudiar y trabajar.

—Yo… puedo ayudar —dijo la chica pelirroja.

Ileana y Velkan voltearon a ver a la joven de tez blanca y ojos esmeraldas; acto seguido, Antonella con las manos temblorosas, rompió un pedazo de la manta blanca que la cubría y aplicó un torniquete al joven, pero el olor de la sangre, la llamaba a querer clavar sus dientes en aquella herida y beber, beber, beber. Se alejó de inmediato, desconociendo lo que le pasaba con respecto al líquido carmesí, pero algo era cierto: no podía ignorar aquello.

—Gracias —esbozó Velkan una sonrisa ladeada, aunque sin mirarle a los ojos. Antonella sonrió y luego otro temblor se apoderó de su cuerpo.

—En serio muchas gracias Antonella, creo que ahora debes descansar, tú también necesitas atención médica inmediata y tenemos que salir de aquí —dijo y la cubrió con una manta.

Velkan se levantó y comenzó a andar con un poco de dificultad. Se sentía mucho mejor. Aunque, sin proponérselo, algo le daba mala espina en esa muchacha pelirroja, piel pálida. Parecía que había vuelto del más allá, le recordaba a los tan mencionados y afamados zombis. No hallaba una explicación lógica al hecho de que ella estuviera como sepultada en el desván de esa lúgubre casa. Luego una voz lo sacó de sus pensamientos:

—Amor, con esto te vas a aliviar, se vé que ella hizo un muy buen trabajo con tu herida. —La chica besó su mejilla y revolvió sus negros cabellos.

—Sí, cariño, lo sé —suspiró y la abrazó—. Es sólo que… algo no me cuadra en esa mujer —frunció el ceño y vio de reojo a Antonella.

—Velkan… Ella ha perdido la memoria, no sabe nada de lo que le pasó aquí. Debemos sacarla de este pueblo desolado y buscar un centro médico para curarlos a ambos.

—Bien… —gruñó Velkan entre murmullos—. Ahora durmamos.

Antonella vio a lo lejos que, pronto la pareja de viajeros se acurrucó bajo una manta aterciopelada para dormir, mientras que ella pasó despierta toda la noche; el sueño era algo que sentía desconocer desde ya hace tiempo, sólo que, aún no sabía las causas de que se sintiera tan ajena al cerrar los ojos y roncar, como lo hacían ellos. La noche se hizo eterna.

Al día siguiente los dos jóvenes notaron que Antonella no estaba en el sitio que la dejaron. La buscaron por toda la casa, o al menos por la sala, los pasillos y el desván que estaban vacíos. Velkan la encontró en una de las habitaciones, sentada, abrazando sus piernas y se veía más pálida, aunque estuviera oscuro; Ileana llegó a la habitación y entreabrió una de las cortinas

—¡Ah! —La decrépita Antonella pegó un alarido que los dejó helados de miedo, lo que hizo que Ileana cerrara de inmediato aquella cortina.

—T-ten —dijo Velkan, aún experimentando el susto le extendió una galleta y un jugo de caja.

—S-sólo queremos que comas algo —trató de animarla Ileana.

—Gracias —dijo Antonella en un hilo de voz, luciendo en extremo más delgada que la noche anterior.

La consternada pareja de jóvenes la dejó en la habitación para que intentara comer con más privacidad, sin saber qué hacer en realidad, ya que no sabían que tenía la muchacha y no sabían cómo manejar la situación de agonía de una persona. El sentimiento de impotencia por parte de ambos se hizo presente.

—Yo creo que… está muriendo —dijo Velkan cabizbajo y con pesar.

—Yo también —respondió Ileana con resignación, mientras mordía la uña de su pulgar.

Ileana regresó a ver a Antonella quien yacía sentada, recostada en la pared sin pronunciar palabra y con la comida intacta entre sus manos, mientras Velkan aprovechó la luz del día, salió a explorar fuera de la casa, pero no había nadie allí; realmente ese era un pueblo abandonado y fuera del mapa. No pudo encontrar mucho allí a la vista, tendrían que indagar aún más.

El día siguió su curso y Antonella durmió todo el día ante la enorme preocupación de los jóvenes. Lo que no tenían ni idea era que, la pelirroja sabía cuál era la solución para recuperar energía, su instinto se lo dictaba, pero simplemente no quería hacerlo.

De alguna manera ellos le agradaban. Se habían preocupado por ella y habían sido muy amables con su estado deplorable; Velkan era un poco la excepción, pero sentía mucha bondad en su corazón. No era alguien malo como para querer dañarlo.

Llegada la noche no deseada, Antonella sentía que se desvanecía. Su mente le pedía con exigencia el líquido escarlata que su cuerpo le dictaba necesitar para vivir y estaba tan cerca en aquellos dos jóvenes. Mucho más en aquella herida que aún sanaba con lentitud, justo frente a ella. El par de viajeros había decidido pasar allí la noche junto a ella y aquello podía ser o muy bueno, o muy malo.

Los jóvenes se habían tapado con la frazada pero luego de unas horas ya cada quien había tomado otra postura y la tela gruesa que los cubría yacía hecha un molote en una esquina de la habitación. Realmente la pelirroja no deseaba hacerles daño, pero su anatomía casi le hablaba a gritos lo que tenía que hacer si deseaba vivir.

El olor era muy fuerte y tentador para Antonella, tanto que daba vueltas ahí acostada, devanándose en un conflicto mental y físico hasta que, en una de esas vueltas desesperadas, quedó frente a Velkan, su respiración se agitaba debido a la insuficiencia respiratoria; todo su cuerpo daba lo último que tenía de energía.

En esos pocos segundos, se detuvo a ver aquel rostro varonil con facciones hermosas que dormía apacible. La vista de su cabello azabache azulado y su leve ronquido la hacían ahogarse en la indecisión. No quería pero, tenía que hacerlo. Estaba tan cerca que la chica tuvo que acortar un poco más la poca distancia que tenía del muchacho hasta sentir su aliento chocar con su mejilla.

«No puedo más». En un acto de desesperación descubrió la pierna, quitó el torniquete, sus colmillos, que parecían tan pequeños por la debilidad de su cuerpo, estaban listos para dar la mordida al fin, cuando sintió un movimiento notó que Velkan la veía fijamente. Ella se sobresaltó y con lentitud dejó lo que estaba haciendo.

«¡Me descubrió, soy historia!», pensó Antonella, mientras sentía como la muerte despiadada le respiraba en la nuca.

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Capítulo 2: Alivio repentino

La mirada fija del muchacho de los cabellos oscuros había petrificado a Antonella, pero a tiempo Ileana, la novia de él, se había despertado para revisarlo con preocupación, de una manera casi automática. De pronto su mirada se clavó en ella; la chica se veía adormilada, pero la desesperación pudo más y con su último aliento, la pelirroja se había abalanzado hacia la viajera. Intentó morderla con desesperación, pero después de eso solo quedaba la oscuridad, porque sus ojos se habían nublado.

Ya habían pasado un par de horas. Estaba muy cerca el amanecer y Antonella podía sentir cómo aquel aliento de vida le había vuelto al cuerpo ¿En serio consumió sangre?, no tenía idea, ya que de verdad había perdido la consciencia por un lapso de tiempo prolongado tras el intento de obtener su combustible para subsistir. Pensaba que había fallado pero, todo apuntaba a lo contrario.

«Claro que bebí sangre, tuve qué… De no ser así todo estaría perdido», caviló la joven pelirroja.

Se dio una cachetada mental, se rehusaba a quedarse estática buscándole la quinta pata al gato. No podía darse el lujo de dormirse en los laureles cuando había mucho que desconocía. Algo la agobiaba mucho más que cualquier asunto milagroso repentino:

«¿Quién soy? ¿Qué demonios soy? ¿Habrá algo o alguien que me de las respuestas? ¿A quiénes mencioné cuando volvía en sí?». Aquellas preguntas danzaban de un lado a otro dentro de su cabeza y parecía pisotear su conciencia de una manera insistente.

Sacudió su cabeza con un movimiento sutil y se dedicó a sentir la oxigenación en todo su cuerpo. Seguía viva y eso era lo que más le importaba. Su mirada bajó y se detuvo en su cuerpo ¡Por todos los cielos!, sólo la cubría una especie de manta vieja. Eso era inaudito.

Se puso de pie y por primera vez en todas esas horas se echó un vistazo rápido. En definitiva se sentía avergonzada de su aspecto. Se tocó el largo cabello y pudo sentir las hebras enmarañadas y deshidratadas. Se vio sus blancas manos y estaban percudidas.

Sus uñas tenían suciedad por debajo, como si en años no se hubiera dado un buen baño. Sin mencionar el olor desagradable que sentía emanar de su cuerpo. Estaba en la miseria total. Eso le daba indicio que había pasado demasiado tiempo en ese estado más que vegetativo; estaba segura de que había muerto, no había otra explicación coherente.

«¡Asco total! Con razón el ragazzo alto me rechaza y ambos me miran raro», ese fue su pensamiento para consigo misma.

Ella aún sentía mucha debilidad en sus piernas, pero eso no le impidió tratar de salir en silencio para que los jóvenes que dormían no notaran su ausencia; trató de cerrar la puerta con discreción, pero apretó sus ojos al no poder evitar que rechinara un poco. Cuando logró cerrar por completo se detuvo a observar su alrededor.

Antonella se dio cuenta de que había salido de aquella habitación vacía para toparse con un corredor que mostraba dos habitaciones frente a ella y otra más al lado. Las paredes de la casa se veían despintadas, empolvadas y viejas. Esa casa no era del todo grande, a pesar de que tenía un segundo nivel.

Aquellas tres puertas cerradas llamaban la atención de la joven, pero antes quiso bajar las gradas de madera. Agradeció sobremanera no necesitar algo para alumbrar su camino. Ella podía ver de una manera decente, tanto de día como de noche. Esa era una enorme diferencia que notaba de su ser con los chicos que la rescataron; ellos sí necesitaban de la luz de las velas.

Casi caminando de puntillas rodeó la mesa de la sala principal. Pasó su mano por la mesa; allí no había nada extraordinario. Se dirigió hasta el sótano y vio todo el panorama. El lugar no tenía más que aquella caja negra de la que había sido despertada y algunos barriles viejos. Se acercó a tocarlos y otra imagen mental cayó de golpe:

Unas manos fuertes y gruesas llevaban esos barriles junto a unas manos más frágiles y otros dos pares de manos más jóvenes. Los llenaba de un líquido oscuro y ella ayudaba en esa labor ¡Eso era! Posiblemente sus padres y, ¿hermanos?, elaboraban un tipo de licor, pero aún no recordaba el nombre del líquido.

Solo con tocar los objetos las cosas iban tomando más sentido. Corrió de inmediato mientras se tambaleaba. Se acuclilló y se dedicó a tocar la caja negra que parecía ataúd, pero no ocurrió nada. Era como si esos recuerdos se negaran a surgir. Lo que era innegable fueron las vibraciones eléctricas que pudo sentir al contacto con la caja extraña.

Antonella se levantó con frustración al no poder obtener nada de información. Se sacudió las manos y se encaminó hacia el primer piso. Lo que encontró fue una sala muy interesante; se trataba de una amplia cocina. Ese era el lugar propicio para buscar más pistas.

Comenzó a tocar la estufa, los frascos con especias. Todo le traía recuerdos de su madre cocinando y de ella misma también; al parecer le encantaba la cocina, solo esperaba que se le hubiera dado bien, si no juraba que se aniquilaría otra vez por ser inútil.

Otra imagen parecida a un relámpago hizo estragos en su mente: Ella sola en esa cocina, pero lo que mezclaba no eran especias convencionales ¿Qué era? Parecía que revolvía sustancias extrañas con velas a su alrededor. Parecían acciones muy diferentes e inquietantes a las pacíficas con su familia. No pudo deducir aquellas imágenes, pero no se quedó a analizar tanto.

Dejó la cocina para encaminarse gradas arriba de nuevo, pero algo horripilante detuvo su andar: Allí arriba estaba él, estático y parecía ver hacia donde ella estaba con los ojos fijos ¡Era el ragazzo! ¿Qué hacía él parado justo en donde terminaban las escaleras?

Antonella se había escondido rápido para no ser vista, no tenía idea si de verdad estaba siguiéndola. Respiró fuerte y luego de un par de minutos se asomó una vez más para toparse con el muchacho allí casi frente a ella con sus ojos abiertos, acechándola de nuevo.

Ella optó por quedarse quieta y cuando iba a dar un paso para ver qué era lo que quería, él simplemente se dio la vuelta con lentitud y comenzó a subir las gradas. Lo hacía todo lento, por eso no emitía ningún ruido. Antonella siguió a Velkan con la mirada. Él, como si nada, entró a la habitación que compartía con Ileana y hasta cerró la puerta tras haber ingresado.

«Pero qué hombre más extraño ¡Qué susto me dio! ¿Querrá vengarse de mí por lo de hace rato?», pensó Antonella, ya que no quería que ninguno notara lo que estaba haciendo.

Con mucho cuidado subió las gradas, ahora debía ser más cuidadosa, porque ese hombre la estaba persiguiendo; si seguía así tendría que acabar con él y su jugosa sangre. Se dirigió hacia el cuarto que estaba a la par del que compartía con los viajeros. Abrió la puerta; parecía ser el cuarto de baño, porque al no más poner un pie dentro las imágenes corrían como un caudal más que vivo.

El recuerdo de su cabello sedoso, ondulado y brillante siendo consentido por ella misma; la sensación de la esponja con agua fresca limpiando todo su cuerpo y la imagen de ella maquillándose con devoción luego del baño; todo llegó a su mente. Ahora más que nunca se negaba a verse así de desgarbada como se encontraba en el presente, aunque aún no recordara mucho del pasado, pero estaba dispuesta a averiguar allí mismo qué era lo que pasaba con ella.

Al salir de aquella habitación por fin se animó a abrir una de las puertas que tenía enfrente. Esa vista parecía como algo que le iba quitando de a pocos una de las tantas capas de inconsciencia que la hacían ignorar todo ¿Podrían estar justo allí sus pertenencias? Necesitaba averiguarlo ya.

Alguien había amontonado muchas cosas en ese sitio. Un tiradero de ropa y objetos que ya no servían tapizaba el suelo. Todo indicaba que habían saqueado y removido muchas de sus pertenencias y las de los suyos. Algunas de sus ropas estaban dentro de un mueble de madera polvoriento. Algo podría servirle para vestirse, quizá ese vestido blanco de tela fresca, que al tocarlo recordaba que amaba usar.

Siguió revisando hasta el fondo y allí, entre toda esa ropa inservible y envueltos en una frazada, se encontraban dos libros intactos que hicieron a Antonella estremecer. Tomó uno de ellos y sus manos comenzaron a temblar de euforia.

«Esto es… mi diario», murmuró en su mente, mientras deslizaba su mirada sobre la primera página, con lentitud para comenzar a saborear su propia vida. 

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Capítulo 3: Envidia corrosiva

«Soy un vampiro, no puedo creerlo».

Durante lo que quedaba de la madrugada, y después de dar una rápida ojeada a la intimidad de su diario todo tenía sentido. Antonella no daba para más, se detuvo a analizar la situación allí parada frente a los muchachos que le habían salvado la vida y se preguntaba con pesar: ¿Cómo podía ver a los ojos ahora a los que debían ser sus presas inmediatas? Bueno… El ragazzo se merecía un poco que le arrebatara la vida, pero igual lo ponía en tela de juicio.

Por supuesto que no había leído todo, era imposible en ese momento, ya que el documento era demasiado extenso como para terminarlo de un tirón. Prácticamente toda su vida estaba entre las páginas de ese simple y grueso libro de páginas amarillentas. Llegó si mucho un poco más allá de la mitad y se saltó algunas hojas más para enterarse de lo inevitable. Ahora ya sabía los por qués de casi todo, al menos de su odio contra la raza humana.

Aún no quería llegar hasta las últimas páginas, no ahora que tenía tan escaso tiempo para leer con devoción; por lo menos ella lo veía así, y todavía le faltaba escudriñar aquel otro libro forrado de papel dorado con un símbolo extraño en el frente y con unas letras de carta grandes que decían: La magia delle tenebre.

El cielo aún estaba oscuro, pero eso no detuvo a Antonella para buscar la entrada de la casa, abrir la puerta y asomar el rostro hacia el exterior. La luna se veía incompleta, pero aún así le parecía magnífica. Las casas de los alrededores, vaya que estaban vacías.

La luz del día se comenzaba a colar por los resquicios de la casa. Los dos chicos aún no daban señales de querer despertar. Dejó de un lado el temor a lo que había afuera e intentó dar unos pasos hacia lo que era la calle.

En seguida recordó cómo era de alegre y pintoresco todo cuando había gente viviendo allí. Comparado con el presente todo era lúgubre, pero eso no le molestaba, mas bien, se sentía reconfortada. Caminó hacia la derecha y allí descubrió que su casa tenía un pozo ¿Habría agua allí después de tanto tiempo? Esperaba que sí, sobre todo porque ellos no podrían estar tanto tiempo sin este líquido.

Cuando jaló de la soga ¡Eureka! El viejo pozo aún funcionaba. Tomó la cubeta llena de agua, pero un gruñido en la lejanía la hizo regresar tambaleando y encerrarse en la casa.

(…)

Ileana despertó de un sobresalto, su rostro estaba perlado de sudor, había confusión en su mente y su respiración estaba agitada. Al parecer ya había amanecido porque, a pesar de haber cortinas, la luz atravesaba la tela sutilmente.

Volteó a ver a su alrededor y ahí estaba Velkan, profundamente dormido, con el ceño fruncido y una extraña palidez en su rostro. Antonella, quien estaba muy despierta, sentada en el suelo de esa misma habitación, tenía en sus manos una especie de libro color avellana; la pelirroja volteó a verla directo a los ojos e Ileana sintió un escalofrío en su espalda.

—¡Hola Ileana, buenos días! —saludó Antonella con una amplia sonrisa.

La diferencia era abismal de la noche a la mañana. El color blanco de su rostro había desaparecido, teniendo un poco de rubor. Sus ojos tenían un brillo del que carecía el día anterior. Su cabello largo y ondulado también lucía más saludable y arreglado, sin dejar de ignorar que había recobrado mucha de su energía.

Lo más extraño de todo era que, un vestido blanco manga tres cuartos y un poco vueludo cubría su cuerpo. En la casa no había señales de ropa que hubieran podido encontrar para ella; era en extremo raro. A no ser que, la casa albergara cosas que no habían explorado; como por ejemplo esas habitaciones que no pudieron abrir. Ileana no quiso hacer preguntas, su malestar podía más en esos momentos; en realidad no se sentía nada bien de salud.

—B-buenos días —saludó Ileana y al instante, no podía creer la imagen del sueño con la que despertó:

De inmediato Ileana comenzó a recordar haber sentido entre sueños los movimientos de Velkan en la madrugada y se incorporó para ayudarlo. Ella vio esos ojos azules abiertos, que luego cerró de golpe, ya que su novio sufría episodios de insomnio desde mucho antes de conocerse. Unos segundos después giró su mirada y vio que Antonella yacía en el suelo, parecía asfixiarse.

Ella se angustió y cuando se dirigió a ella, recuerda con dificultad que Antonella aferró sus manos a su cuello, removió la tela de la manga de su blusa y posó los labios en su hombro. Ileana no supo reaccionar a tan incomprensible acción, ya que acto seguido la pelirroja se desmayó y ella se sintió mareada también. Sin duda fue un sueño muy extraño.

—¿Te ocurre algo? ¿Acaso no han dormido bien? —preguntó Antonella con sus comisuras hacia abajo, se veía preocupada por ella.

—La verdad es que al parecer, tuve pesadillas anoche —respondió Ileana en un hilo de voz, mientras llevaba su mano a su cabeza y volteaba hacia Velkan.

—Despertaste a tiempo —dijo Antonella—, parece que la herida de Velkan se complicó un poco, debido a una invasión de gérmenes patógenos, y estos ya van extendiéndose por todo su cuerpo.

—¿Qué quieres decir exactamente? —Ileana elevó una ceja y sintió un vuelco en su corazón, eso sonaba grave; se acercó a tocar la frente de Velkan y este se quejó con un gruñido.

—¡Está hirviendo en fiebre! —Se alarmó la chica.

—Sí lo sé, pero descuida, me logré dar cuenta a tiempo cuando desperté. Le he puesto paños de agua fría y fui en busca de unas hierbas medicinales, las puse en su herida. Pronto le daré una infusión, ya casi está lista —dijo Antonella con tono sereno, lo que alivió un poco a Ileana.

—¡Santo cielo, qué susto! En serio, creí que Velkan estaba al borde de la muerte. —Se llevó ambas manos a la cabeza, ya que le dolía mucho.

«Infusión, ¿pero de dónde?», pensó Ileana desconcertada, ya que allí no parecía haber ni siquiera agua potable. Aún así prefirió callar y seguir la corriente a Antonella.

—Él estará bien, se ve que es un muchacho con fuerza y resistencia —dijo Antonella, viendo al joven con una suave sonrisa, luego se percató del malestar de Ileana.

—¿Tú también tienes dolor? Te prepararé una infusión de manzanilla, no tardo —dijo al levantarse con un poco de dificultad, llevando su libro con ella, al parecer Antonella aún se encontraba algo débil.

Al parecer los únicos recursos para curarse eran los naturales, ya que prácticamente la fauna reinaba por los alrededores y el hecho de que Antonella tuviera conocimientos médicos era algo propicio en esa situación crítica.

Ileana sintió que el olor a manzanilla y otras hierbas desconocidas en ese momento para ella, llenaban el ambiente de la casa, que no tenía en absoluto aquel aspecto lúgubre del día anterior; se veía mucho más libre de polvo y telarañas, y por lo que la pelirroja hacía, ella sabía cocinar con leña, pronto Antonella entró con dos tazas humeantes, que parecían reliquias, en verdad lucían muy antiguas.

—Ten Ileana, esto te ayudará con tu dolor —Las palabras de Antonella de alguna manera la reconfortaban.

—Gracias. —Sonrió Ileana mientras recibía la infusión—. Por cierto, se ve bastante limpio aquí, parece como si la casa volvió a la vida, aunque suene loco —dijo viendo la habitación con sorpresa en sus ojos.

—Sí, es que yo muy temprano me puse a tratar de limpiar, no queremos que el ambiente sucio nos enferme más —respondió Antonella de lo más tranquila.

—Por cierto, Antonella —inquirió Ileana— ¿Dónde has conseguido agua? No parece que haya aquí, por lo que me he sorprendido mucho.

—Ah, eso… —respondió la pelirroja—. Tuve que salir al viejo pozo para ver si aún tenía agua y como te darás cuenta, conseguí un poco.

—Tienes razón, entonces tú conoces el lugar —bebía y cuestionaba con asombro, ya que era un pueblo deshabitado en su totalidad.

—Si Ileana, yo… conozco este lugar —decía mientras bajaba un poco la mirada, con pesar en su voz.

—¡¿Es en serio?! —Ileana no esperaba escuchar eso—. Pero, ¿quién te encerró, ¿qué pasó en este lugar? —dijo horrorizada esperando todas las respuestas del mundo.

Antonella vio a Ileana y entreabrió sus labios; se preparó para hablar, pero a tiempo Velkan se movió, en señal de estar despertando. Ileana y Antonella se acercaron para observar qué pasaba. En efecto el muchacho despertó.

—¿Dónde… estamos?— la voz del joven sonaba gangosa y débil.

—Tranquilo cariño, estamos con Antonella, ¿recuerdas? Ella te ayudará a recuperarte —Ileana se inclinó hacia él y acariciaba su rostro—¿Todo bien Antonella? —Se extrañó la chica viajera, ya que notó cabizbaja a la pelirroja, que se acercaba sosteniendo la infusión.

—Sí, sí, por supuesto —despabiló Antonella, acercándose al joven para ayudarle a levantarse.

—No… —Se quejó Velkan mientras Antonella lo levantaba.

—Mi amor, vamos tú puedes. Es por tu bien. —Lo animaba su novia.

Ileana volteó a ver las paredes de la habitación buscando un reloj, pero no había, y recordó que en su mochila tenía uno de pulsera. Cuando buscó no lo encontró, es probable que lo hubiera perdido en el acontecimiento de aquel monstruo que los atacó al adentrarse en ese bosque que parecía maldito.

La joven no le dio más largas a lo del reloj. Se levantó para estirar su cuerpo; caminó unos pasos en la habitación y desplegó con cuidado un lado de la cortina. Cuando observó el pueblo casi en ruinas, sintió un escalofrío, y con la misma apartó su mirada para observar que Antonella le daba a Velkan la infusión con una cuchara sopera.

—¡Esto está jodidamente amargo! —se quejaba Velkan mientras hacía una mueca de asco.

—Vamos, abre la boca… eso —Antonella estaba muy cerca de Velkan y lo tomaba suavemente del mentón.

Ileana tomaba su infusión y se dedicaba a ver todo lo que Antonella hacía, al parecer sabía mucho de medicina, en cambio ella no sabía nada. No era lo mismo saber un poco de teoría sobre hierbas, que saber jugar con ellas para crear medicinas. Se sintió impotente de alguna manera y se preguntó: «¿Qué hubiera podido hacer yo si Antonella no hubiera aparecido para atenderlo?».

Velkan terminó de beber la infusión con mucho desagrado y Antonella fue por una especie de caja. Descubrió la venda con el puré de hierbas; comenzó a limpiar la herida y veía a Velkan a los ojos mientras le dedicaba una amable sonrisa.

Un sentimiento de impotencia le estrujaba el corazón a Ileana al ver a la pelirroja sumamente cerca de su novio. Algo en sus entrañas le hacía sentir un escozor combinado con aversión al trato demasiado amable que ella le estaba dando. A pesar de que Velkan no le devolvía la sonrisa, la estaba viendo a los ojos y aquel cuadro de paciente-enfermera le revolvía el estómago y la hacía sentir incómoda o más bien… ¿enojada?.

«¿Por qué me siento así?», pensó mientras sus dedos apretaban con fuerza la taza.

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Capítulo 4: Pésima asistente

Aquel malestar seguía haciendo averías en el estómago, el pecho y la mente de Ileana. Miles de pensamientos negativos se agolpaban y no la dejaban ni respirar bien. Ni siquiera pudo beber un sorbo más de su infusión de manzanilla. Solo se limitó a dejar la vieja taza en el borde de la ventana, donde la cortina la cubría y se cruzó de brazos para ver con un dejo de desesperación cada movimiento de Velkan y de Antonella.

Ella seguía demasiado cerca de él, hasta podría jurar que, si antes Velkan se comportaba incómodo, con el pasar de los segundos, esa sensación se había suavizado un poco en él; no estaba cien porciento segura, pero podía ver una expresión relajada y hasta una leve sonrisita por parte de él que de verdad le estaba colmando la paciencia.

Ileana no pudo resistir más aquella escena. Avanzó un par de pasos hacia donde enfermera y paciente se encontraban, y se acuclilló para que Velkan la viera a los ojos, pero no fue así. Él estaba como… ¿embelesado? Viendo a Antonella, mientras ella le quitaba el vendaje improvisado y le comenzaba a colocar otro nuevo. Su corazón comenzó a latir de miedo, de celos posiblemente, aunque le costaba admitirlo abiertamente, pero no podría negarlo por mucho tiempo.

—¿Velkan, te sientes mejor? —inquirió Ileana con una sonrisa tensa y él pareció despabilar para salir de ese trance.

—Sí, creo que voy mejorando poco a poco —respondió un tranquilo Velkan, hasta que hizo una mueca de dolor cuando Antonella le terminó de quitar el vendaje, allí en donde la sangre había ocasionado que la tela se pegara a su piel lastimada.

Ileana volteó a ver a la inmersa y sonriente Antonella; se lo pensó muy bien antes de decirle una idea que se le había ocurrido de repente, pero al fin lo hizo.

—Oye… Antonella —musitó con timidez.

—¿Sí, Ileana? Dime —dijo sin quitar su mirada de la tela, que estaba por comenzar a rasgar para improvisar una nueva venda.

—Yo… quiero ayudar en lo que necesites —pidió Ileana casi con desesperación y con el corazón a mil; viendo de reojo a Velkan, que de inmediato la había volteado a ver con extrañeza.

—¿En serio? ¡Vaya, eres muy amable! —exclamó Antonella—. Por supuesto que sí. Siempre se necesita asistencia médica en cualquier ocasión.

Con su índice le indicó a Ileana que se acercara para que viera lo que estaba haciendo. Ileana obedeció y pese a que en su rostro había una sonrisa leve, en realidad ella no podía quitarse el malestar de encima; en verdad que lo estaba pasando muy mal con sus emociones y eso era algo que odiaba.

Para Ileana los celos eran repulsivos, y aunque al comenzar su relación con Velkan no pudo dejar de sentir la inseguridad de que aquello no funcionara, debido a sus mismas debilidades físicas y mentales; no podía creer que aquellas revivieran justo en el momento más crítico por el que estaban pasando debido a sus insistencias de meterse en ese bosque.

—Termina de cortar este pedazo de tela y mientras yo comenzaré a hacer esta cataplasma de vulneraria —pidió Antonella y su nueva asistente asintió.

«Ileana, tú ocasionaste esto, es tu culpa», se decía mientras intentaba cortar con sus dedos la tela. Era más difícil de lo que creía, quizá se debía a lo vieja que estaba ya aquella tela, porque sin más ni más la terminó cortando por la mitad y no de manera uniforme.

—Ups… lo siento —Se disculpó Ileana, con mucho pesar.

—No te preocupes —dijo Antonella con tranquilidad—, esto se puede solucionar. Si quieres, luego de que termines puedes descansar, ya yo me encargo del resto.

Esas palabras le cayeron a Ileana como balde de agua helada con hielos, que la golpearon fuerte en el ego. Lo irritable que ya se sentía no le ayudaba en nada. Le molestaba sentirse así, pero debía aceptar que le enojaba que la trataran como una chiquilla inútil; no lo toleraba en absoluto.

«No quiero quedar como una pésima asistente».

—Puedo volver a hacerlo, aún queda un poco más de tela —insistió Ileana.

—No, está bien. Esta tela servirá, se puede utlilizar así —respondió la pelirroja—. Todo estará bien, yo sé lo que hago.

—Amor… —Ileana volteó a ver a su novio con desconcierto—. Relájate un poco, te ves tensa. Te he dicho que no debes estresarte de más o ya sabemos qué pasará. Por favor, descansa —pidió Velkan con tranquilidad.

Ileana calló las demás respuestas que se formaban en su interior. No quería sentarse a ver como una espectadora más; quería sentir que podía ayudar en algo al menos. No sabía qué le ocurría ese día, pero de algo estaba segura: no se quedaría de brazos cruzados, no con ella cerca de su novio.

—Yo estoy perfectamente bien, Velkan. Te lo voy a demostrar —dijo Ileana con mucha seguridad en sus palabras.

Ella se quedó viendo lo que Antonella realizaba con mucha concentración. Había terminado de hacer aquel puré de hierbas y se dispuso a comenzar a colocar un poco sobre esa herida en la pierna, que no quería cicatrizar. Él seguía bastante relajado, y de pronto su mente se remontó hacia el pasado y recordó cómo una vez que ella quería ayudarlo con un raspón y él se negó rotundamente; aquello puso la sangre de Ileana a punto de ebullición.

Así sin más, Ileana se acercó y sin pedir permiso ni decir absolutamente nada, tomó del suelo el trozo de piedra plana donde se encontraba el menjurge. Ileana iba a intentar colocarlo ella misma, pero al levantarse con las manos ocupadas, estas de inmediato entorpecieron y pasaron empujando la taza de infusión caliente que ella acababa de dejar en la ventana, y que justamente estaba arriba del área de atención, donde Antonella tenía sus manos posadas sobre la herida de Velkan.

El agua casi hirviendo cayó directa hacia las manos de Antonella y ella pegó un grito de dolor, que hizo a Ileana botar la cataplasma de hierbas al instante para quedar regada en el suelo. Velkan se quedó pasmado aconteciendo aquella bochornosa escena, mientras que Antonella se trataba de secar las enrojecidas manos con la falda de su vestido blanco hueso. Ileana no cabía en su vergüenza y en querer desaparecer allí y ahora de la faz de la Tierra. 

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Continuará…

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