El arte es efímero, no el am♡r  CAPÍTULO 2 𓅩

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—¿Aló? Si, soy yo —contesté recostado en mi cama. Era la llamada ganadora que pudiera salvarme de la desesperación.  No había podido dormir pensando en cómo solucionarlo—, ¿mañana? No hay problema, estaré ahí temprano. 

Colgué, formando una sonrisa.  

Había hecho un contrato en una escuela para ser maestro de arte y cultura. La paga al menos cubriría lo que debía por el alquiler del apartamento, eso era lo que me importaba por ahora.

Solo los nervios de saber que iba a enseñar a otras personas (niños) el arte que me apasionaba me invadieron y me hicieron pensar dos veces si era una buena idea.

Es una buena idea

Al amanecer, fui a ducharme. Estaba enjuagando mi cabello rubio que desprendía un olor a miel. No era tan musculoso, me costaba mucho ir al gimnasio porque no había tiempo —no quería— . Era casi alto. Mi estatura era  1,70 cm.

Las gotas de agua resbalaban por mi delgado cuerpo. Para mi, ser perfecto era una pequeña ventaja frente a las críticas y el acoso. Claro. Si solo eres una cara bonita, obtienes todo fácilmente, pero te hace sentir inseguro y solo aceptado por ser perfecto.

No soy perfecto.  

Quiero ser perfecto.  

Deseo ser perfecto.  

Es difícil ser aceptado tal y como soy, y no por tener la cara bonita. 

 En mi familia, ser hermano menor no era tan fácil ni difícil. Me sentía rodeado de personas que solo admiraban mis rasgos físicos por parecerme a mi padre a diferencia de sus ojos. Mi hermana era diferente a mi. Era difícil creer que éramos hermanos, y más por ser de distintos carácter. Uno inquieto, otra tranquila. Alegre, gruñón. Sociable, tímida. Pero si ambos llegáramos a discutir, se invierten los papeles.  

—Bueno, lo único que necesito es mi currículum y caminar unas cinco cuadras. Qué aburrido. —dije mientras sacaba un folder de una bolsa de cuero marrón oscuro. Mi cabello estaba un poco desordenado. Quise delinear mis ojos para resaltar su color azul que heredé de mi madre.

¿Por qué no hacerlo? 

Llevaba puesta una camisa azul claro con un chaleco beige neutro suave con pantalones oscuros. Comprobé si mis botines estaban presentables. Las uñas las tenía pintadas de negro.

Pensé un rato si ir así o quitármelas. 

 Lo pensé y pensé. 

Y, luego de unos diez segundos salí del apartamento rumbo a mi nuevo trabajo. 

•• 𓅩 ••

Estando frente a la escuela, no podía esperar para salir corriendo y estar en mi apartamento.

Era enorme con un gran jardín con juegos. Para ser una escuela de niños era muy lujosa y cara. Afuera había dos personas con chalecos negros y lentes de sol, como un agente o los hombres de negro.

Era mi oportunidad de entrar, hacer la entrevista, enseñar a los niños, recibir mi salario por adelantado, esperar un tiempo más en el trabajo y marcharme.

Era fácil, por supuesto, en mi mente.

Respiré hondo para calmar mis nervios.

Tomé una bocanada de aire y un impulso que no sabía a dónde lo había sacado. Al entrar sentí las miradas de los hombres que estaban detrás mientras me alejaba de la entrada camino a la oficina del director. Observé cada corredor. En cada puerta estaban las secciones con un color diferente. Murmullos de maestros y niños. Las paredes eran amarillas con líneas blancas, los casilleros con sus respectivos nombres y apellidos que pocas veces conocía.

No sabía que iba a trabajar en una escuela en la que tal vez se inscriben padres famosos y multimillonarios. Creí que era una escuela ordinaria.

Que tan equivocado estaba.  

A lo lejos, observé dos maestras conversar que miraban unos papeles que tenían cada una. No sabía si preguntarles en donde se situaba la oficina del director.  

Era ahora o nunca 

—¿Disculpen? —me acerqué a las maestras. Ambas miraron amablemente pero luego cambiaron su expresión a una incómoda— ¿Saben en donde queda la oficina del director? 

—¿Serás el nuevo maestro de nuestros niños? —preguntó una de ellas que tenía el cabello corto, apuntándome con un dedo moviéndolo circular. 

—Si —afirmé—. Me presento, soy Darian. Darían Kennedy. —dije dándole la mano.

La otra maestra correspondió pero sonrió nerviosa. 

—El gusto es mío, pero, yo… , no sé cómo decirlo pero… —no pudo terminar de hablar porque la otra intervino. 

—No puedes presentarte así ante el director, ¿Tú conoces está escuela? ¿Sabes con qué estatus vas a presentar esta escuela? 

—Mhmm, ¿Por qué lo dice? —pregunté confundido e impaciente. No quería esperar al director. Solo con querer preguntar pierdes mucho tiempo y encima escuchando a la chica que consigue acabar con tu paciencia.

Mi orgullo estaba por encima de todo.

—Si quieres trabajar, lo primero sería quitarte el esmalte de las uñas. Y si no quieres hacerlo ahora. Ahí está la oficina del director, él te lo dirá muy claro. — señaló al lado derecho.  

Ambas maestras se marcharon dejándome con un mal sabor de boca.

—Solo tenías que decirme la dirección, nada más. —susurré con molestia, tranquilizándome caminando hacia donde la maestra me había indicado.

Miré mis uñas pintadas de negro. ¿Estarían en lo cierto? ¿Hubiera sido mejor no pintarlos? Eso quitaba mi verdadero ser de artista que soy. Era una parte que me caracterizaba, estar con las uñas pintadas de negro me hacía genial y sincero.

Si el mismo director me dice que está prohibido por reglas mezquinas, volveré por donde vine.

No permitiré que otro idiota ignorante de la moda me diga qué está prohibido.

Estaba a un paso de entrar a la oficina, no quería seguir perdiendo el tiempo. Si quisiera tener ese trabajo, lo haría ahora. Llamé a la puerta lentamente. Escuché un pase adentrándome.

Observé a un hombre calvo con anteojos firmando unos papeles.

—¿Si? —dijo, sin mirarme. 

Bien, comenzamos bien por ahora. Si no presta atención, será rápido.

—Soy Darian Kennedy. Vine por el trabajo de maestro en arte y cultura. —me presenté.

—Currículum. —pidió, sacando otros papeles de un cajón de su escritorio. 

Paso a paso, Darian 

Le entregé poniéndome nervioso. No tenía experiencia como maestro. Ni cuando era pequeño jugaba con mi hermana a la escuelita. Cada vez que Kreysi me insistía para jugar, iba a ver a mi padre trabajar en una mini oficina junto a mi abuelo. Si me preguntara en qué soy bueno, diría que cabrear a los demás.

Tragué saliva. 

—Por lo que veo no tiene experiencia como maestro. Solo dice que es responsable, trabajador y que le gusta trabajar solo. ¿Algo más, señor Kennedy? —esta vez me miró pero bajó un poco los lentes. Observé que estaba evaluando mi vestimenta desde lo pies a la cabeza.

No agacharia la cabeza al creer que me ha ridiculizado. No lo hizo y no lo hará.

Sé que en esa cabeza de huevo se le vinieron las dos palabras mientras no dejaba de inspeccionarme.

<<Buena presentación>>  

Mientras lo miraba. No sabía qué responder, tenía que pensar en una respuesta formal. Una respuesta que diga, 《este es tu trabajo y solo te quiero a ti y a nadie más》. Inventé algunas oraciones en mi cabeza para decirlo, pero las borraba o no estaba convencido en absoluto. Cuanto más lo pensaba, más tiempo me tomaba en responder.

—¿Y bien?

Di un pequeño brinco cuando volvió a preguntarme. 

—Como sabes —respiró hondo, llenándome los pulmones de certeza, sintiendo que las palabras que imaginaba en mi cabeza no servían de nada, era yo quien tenía que responder, no mi mente—, para mí el arte lo es todo. El arte es… una parte de mi vida que puedo transmitir a través de las esculturas que me gusta crear. Sentir el tacto de la arcilla me hace crear un mundo nuevo, y quiero mostrárselo a los niños. Si me da la oportunidad de mostrarles la pasión y el deseo de ser artista, sería un honor para mí ser esa persona.

Noté cómo el director escuchaba atentamente cada palabra que decía, meneando la cabeza para mostrar que estaba interesado. Tampoco creía cómo lo había dicho sin rodeos, pero lo sabía. Era mi arte de lo que hablaba, mi énfasis, por lo que dedicó la mayor parte de mi vida a perfeccionarlo y conocer, mi tipo de arte que le gusta. 

—Vaya, no creí que una persona describiera muy bien lo que es el curso del arte —eso sonó como un halago no tan convincente—. Dime joven Darian, ¿Cuántos años tiene? 

Ese Cabeza de huevo, ¿No ve que en mi currículum está mi edad?

Le mostré una sonrisa falsa.

—Veinticinco.  

—Aquí dice que tienes veinticuatro —contradijo viendo el currículum. Rodé los ojos sin que él se diera cuenta. Luchaba contra mis pensamientos asesinos de no lanzarme y pinchar esa cabeza calva que tenía al frente—. Disculpa, no tengo tiempo para otras preguntas. Tengo una reunión con la junta directiva así que, ¿Qué clase de tema le va a enseñar a los niños hoy? 

—El arte efímero. —respondí y con mucho orgullo. 

—Bien, me parece bien. Hágalo.  

El hombre se levantó. 

—Pero, ¿Sabe de qué se trata? —me atreví a preguntar, moviendo la mano en un movimiento inusual, queriendo no burlarme del director.

—Es igual —dijo simplemente y comenzó a ajustarse la corbata—. Solo es pintar y pegar papelitos o moldear plastilina. Arte es arte —Me extendió unos papeles—. Este es el horario de la semana que estarás a prueba. Buena suerte. 

Sabía que el hombre no sabía el significado, no quería decirle de qué se trataba. Me aburriría enseñarle a un hombre de cuarenta años que su vida probablemente apesta como la mía.

Eso sí, siempre y cuando no tengas que lidiar con un divorcio inesperado o con una mujer que no te deja ver el fútbol por la tarde alegando que no pasan la noche juntos. Que desastre. El calvo no entendería perfectamente como lo hace un niño de nueve años que tiene la mente más fresca.

El señor se retiró dejándome solo en su “oficina” con un olor horrible a cigarrillos.

—No la necesito. —dije, con un gesto tranquilo y orgulloso saliendo de ahí.

No la necesito

Al salir de la oficina me sentí perdido. Sin rumbo a donde dirigirme para dar mi primer día como maestro de Arte y Cultura.

Parecía caminar en círculos. A lo lejos había un anciano que tenía un traje de personal de limpieza.

Estaba tamborileando mis dedos en mis muslos internamente decidiendo si ir a preguntarle o tragarme mi orgullo y seguir caminando.

—Es solo buscar en otra parte que no busqué —sonreí dándome ánimos—. Es pan comido.

•• 𓅩 ••

Me encontraba de espaldas revisando por décima vez el mapa que me había dado el mismo anciano del personal de limpieza. No tuve otra opción cuando se acercó a mí al verme desorientado. Maldecía que era un colegio grande.

Por última vez le eché un vistazo y me dirigí al segundo piso en donde estaba el salón de Arte y Cultura. Tenía el título en una placa plateada y letras blancas. Estaba arriba de la puerta que con la luz del día, brillaba. Al entrar, todos los niños voltearon a verme. No me sentía incómodo, solo eran niños que sentían curiosidad al ver a su nuevo maestro.  

Les dediqué una sonrisa amplia y amable.

—Buenos días niños. Mi nombre es Darian Kennedy y seré su nuevo maestro —dije con mis manos a mis costados. Algunos niños me sonrieron, otros simplemente se quedaron callados o murmuraron.—. ¿Les gustaría presentarse?  

Varios niños levantaron la mano para decirme sus nombres. Escuché cada nombre y apellido que decían para recordarme, era hora de tener buena memoria si yo era maestro y más si estoy a cargo de diez aulas.

Estaba de pie, inclinado frente al escritorio, con las manos en los extremos del escritorio.

No dejaba de sonreír cada vez que los niños me decían lo que les gustaba.

Ser maestro no era tan malo.  

La última niña que tuvo que presentarse sonrió de oreja a oreja. Seguí observándola.

—Dime, pequeña. ¿Cómo te llamas? —me incliné un poco sin dejar de sonreír. 

Se puso de pie aún manteniendo su amplia sonrisa.

—Mi nombre es Yalitza Lennox. Me gusta dibujar y decorar cada mes mi habitación. Tengo una abuela muy buena, mi abuelo es un poco gruñón pero conmigo es muy divertido. Mi papi trabaja mucho pero siempre está conmigo. Mi tía es muy divertida al igual que mi otro tío. Y, estoy lista para aprender.  

Me reí de esa introducción divertida y sincera. Los niños suelen ser muy sinceros.

No sé por qué cuando la vi me pareció familiar y recordé cierta escena de ayer.

Maldito idiota al volante

—Mucho gusto Yalitza —Le sonreí y miré a los otros niños.—. Estoy seguro que nos llevaremos bien con todos ustedes.

Por el rabillo del ojo vi que Yalitza puso cara de confusión.

Para comenzar mi primer día de clases, quería mostrarles cómo era la arcilla. Pero para eso, les proporcionaría conocimientos sobre el arte.

—Antes de mostrarles algo, les quiero preguntar. No es necesario responder correctamente, solo digan lo que saben. ¿Qué es el arte? —pregunté al frente de ellos con ambas manos atrás. 

Tres niños levantaron la mano. Los demás permanecieron en silencio, tal vez pensando qué responder.

Estamos empezando bien

—Haber, dime… —traté de acordarme su nombre— Deyvi.

—El arte es crear, maestro. 

—Bien, ¿Crear, que? 

—¿Algo nuevo? —respondió otra niña. 

—¿Cómo que? —volví a preguntar.

—¿Un objeto? —respondió el otro niño que había levantado la mano. 

Me sorprendió que estos niños fueran capaces de aprender el significado. El significado de lo que es el verdadero arte para mí.

—Bien, todos son correctos. ¿Alguien más? 

Miraba si uno de ellos quería añadir otra idea. Me percaté que Yalitza dibujaba algo en una hoja.  

Me acerqué a ella.

—Yalitza, para ti. ¿Qué es el arte? —le pregunté.

Al oír que dije su nombre, me miró a mí y luego a sus compañeros.

—Todos ellos ya respondieron. —dijo, un poco triste.  

—Si, pero tú puedes decir otra idea más. Vamos, solo di lo que piensas que es el arte. 

Lo pensó un rato.

—Para mí, el arte es hermoso. Cómo esto —Me mostró el dibujo que estaba haciendo, faltaba acabar. Miré que era yo estando de pie sonriendo. Miré que era yo de pie sonriendo. Era un dibujo que hizo un niño de nueve años pero, para esa edad no lo hizo nada mal.—. Me falta colorear y así podré decir que esto es arte. 

Le devolví la hoja conmovido, me había visto como arte en su dibujo.

Un arte que para mí, no debe durar mucho. 

—Me gustó el boceto que hiciste sobre mí. Me doy cuenta que para ti el arte es algo bello y hermoso.

Le sonreí y ella me devolvió la sonrisa.

—Maestro. Y para usted, ¿Qué es el arte? —me preguntó un niño de lentes. 

Sabía que era hora de enseñarles lo que para mí era el verdadero arte.

—Ustedes tienen razón. El arte es crear algo nuevo, algo que imaginas o has visto y quieres impregnar en una hoja de papel. Pero el arte no es todo eso, no debería durar más de lo que tú quieres que dure. El arte solo lo puedes ver una sola vez y grabarlo para convertirse en recuerdo. El arte es efímero. Ese es el verdadero arte que me convierte en una persona que ustedes ven a frente. —expliqué con orgullo. Buscaba palabras sencillas para que pudieran entenderlo.

Los niños se miraron confundidos.

Ay no.

Tenía miedo de haber confundido sus cerebros y haberlos dejado aún más confundidos de lo que ya estaban.

Los escuché repetir la palabra que más se susurró…

Efímero 

—El arte efímero solo dura un tiempo, en pocas palabras, desaparece. —repliqué de manera sencilla. 

—¿Por ejemplo? ¿Cuál podría ser? —preguntó una niña cuyo nombre recuerdo correctamente era Meghan.

Estaba pensando en qué ejemplo darles que fuera educativo y nada complicado.

—¿Puede ser un castillo de arena? —preguntó, un niño rubio. 

—¿Por qué? —pregunté con curiosidad—¿Me lo puedes explicar?

Me gustó cómo el niño tomó un castillo de arena como ejemplo. Lo que estaba esperando era cómo me explicaría por qué eso sería efímero.

—Pues, si yo lo construí y viene el mar destruyéndolo por completo. Eso me molesta. 

—Gran ejemplo —Lo felicité sonriendo. Sabía que a los niños no les gustaría este tipo de arte. Es dificil entenderlo y que te guste a la vez, que todo lo que has visto o hecho se destruya—. Ahora, les mostraré la arcilla y les daré a cada uno para que lo pueda sentir y crear algo que imaginen. 

Le di a cada niño la misma porción.

Algunos lo olieron haciendo muecas o estirando como plastilina, pero este se rompió porque no era tan elástico. Les dije que estaba hecho con arcilla. En una computadora que estaba en el escritorio mostré en la pantalla de enfrente algunas esculturas de la antigüedad. No me di cuenta de cómo pasó el tiempo.

Mirando mi teléfono, me percaté de que ya eran las 9:30 a. m.

Tenía otro grupo de estudiantes para enseñar. Todos los días dos grupos de diferentes secciones. No fue tan malo con este primer grupo, solo quedaba el fin de semana para descansar y pagar mañana al propietario.

—Eso fue todo por hoy niños. Nos vemos la próxima clase. —dije recogiendo la arcilla de cada pupitre de los niños.

Ellos se levantaron y comenzaron a despedirse.  

—Fue un gusto volver a verlo, profesor. Nos vemos. —se despidió Yalitza abrazándome. 

Me sorprendió. Ninguna persona me había abrazado (a expectativas de mi hermana), y si lo hacían, recibía una cachetada o un golpe de mi parte.

No estaba acostumbrado a abrazar ni a recibir abrazos.

Pero cuando sentí los brazos de la niña alrededor de mi cintura, no quise rechazarlo.

Correspondí tocándole la cabeza.  

Creía que así eran los niños con sus maestros. El primer día son dulces contigo, luego, son un dolor de cabeza. No quería encariñarme con ninguno de ellos. 

—Ya es tarde. Tienes que regresar con tus compañeros. Sino, tu otro profesor o profesora se molestará. —dije al sentir que Yalitza iba soltando el abrazo.  

Ella solo dio una pequeña risita. 

—Nuestra maestra nos vendrá a recoger. Tenemos que esperar afuera del salón.

—Yalitza, ven rápido. Nick y Saddam están que se miran feo. —se acercó Meghan un poco desesperada.  

Se despidieron y ambas salieron corriendo. Me dio curiosidad y me apoyé en la puerta asomándome, pero lo que vi, provocó que riera internamente.

Eran los dos amigos que hacían guerra de miradas. Yalitza tenía el brazo de Nick y Meghan el de Saddam separándolos. La escena era muy graciosa.

Ser maestro no era tan malo si te encuentras con este tipo de escena entretenida. Aunque, al no ver a la maestra me inquietó un poco.

En ese momento, una chica de cabello púrpura se acercó a ellos. Aparentemente era el maestra. Ella les indicó que la siguieran mientras todos se alineaban. Al ver que los niños avanzaban, La maestra se volvió cuando vio que yo estaba allí. Me ignoró, pero me dirigió una mirada imparcial.

Al estar con otro grupo de estudiantes se me fue el tiempo rápido, no me dio cuenta que ya había acabado mi turno. Alistaba mis cosas viendo si no me faltaba nada de mis materiales. Antes de salir, en el medio del patio, observaba varios niños que corrían con sus compañeros y tutores o, se encontraban con sus padres que llegaban con unos carros lujosos. 

Sí, lo sé. Escuela de ricachones.

A lo lejos me percaté que estaban reunidos cuatro alumnos. Eran Yalitza, Saddam, Nick y Meghan. Se les veía riendo y al parecer, haciendo bromas entre ellos o más bien, entre Saddam y Nick.

Esbozé una sonrisa simpática y la borré al fijarme a un hombre conocido.

Yalitza corrió a abrazarlo y él lo recibió sonriendo. Sin querer, Yalitza miró para atrás y me miró. Me sorprendió recibir ambas miradas de ambos.

Yalitza se despidió de mi con una mano sujetando el brazo del desconocido, él aún seguía mirándome. Y después, me regaló una mirada seria y entró a su carro retirándose del colegio. 

Reconocía ese auto que una vez casi choca contra mi.

Tenía mis dudas si era esa misma persona de ese día.

—¿No era ese el idiota al volante? 

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