Don José de la Borda, el “fénix” de la plata


Las tierras novohispanas resultaban un lugar vedado para todo el mundo, solo los españoles eran los únicos que podrían cruzar el océano para hacer provecho de ellas, pero un extranjero logra colarse las restricciones para viajar y logra convertirse en uno de los hombres de negocios más importantes de sus tiempos. Nacido en la isla francesa de Olerón en 1700, Joseph de Goiraux y Borda fue hijo de un oficial del ejército de Luis XIV que muere en batalla, por lo que no se conoce muy bien las circunstancias, pero desde muy joven es trasladado a España donde se forma y educa. Se sabe que llega a Veracruz en julio de 1716, asentándose en el Real Minero de Taxco en agosto donde vivía su hermano Francisco quien era dueño de una mina en el pueblo de Tehuilotepec, siendo ahí donde adquiere su experiencia en el oficio de la minería.
Su vida sentimental fue relativamente breve, casándose con Teresa Verdugo Aragonés con quien procrea dos hijos, pero a los siete años de casado su esposa fallece y deja a cargo de sus hijos más una fuera del matrimonio a su cuñada, aunque esto no impidió que les inculcase su ferviente religiosidad. El duro trabajo en la mina le daría los conocimientos necesarios al practicarlo por 32 años en Taxco, logrando amasar una fortuna que lo llevo a comprar unas minas en Tlalpujahua, siendo la llamada La Lajuela donde correría con la suerte de encontrar la veta San Ignacio que le incrementa sus riquezas. Gracias a este dinero y a su fe es que entre 1751 y 1758 financia los gastos para edificar la iglesia de Santa Prisca y San Sebastián, gastando la fortuna de un millón de pesos sirviéndole para construir uno de los mejores ejemplos del barroco novohispano, por lo que para su inauguración fue bendecida por el arzobispo de Manila el 15 de marzo de 1759 y seria esta donde su hijo Manuel José oficiaría misa.
Pero una vez finalizada la iglesia es donde enfrentaría uno de sus mayores retos y que le daría la fama que tiene hoy en día, porque la mina de Taxco se agota y trata de asociarse con el otro magnate minero Pedro Romero de Terreros sin lograr nada relevante. Para 1761 obtiene licencia por parte del gobierno para procesar el metal en la hacienda de Nombre de Dios en el pueblo de Tezicapan en la misma región de la Chontalpa, pero esto no logra solventar las pérdidas que le generaba la mina de Taxco y se vio obligado a adquirir deudas, por lo que deja la región hacia 1767 con 68 años y se traslada a Zacatecas con la invitación del visitador José de Gálvez, con la intención de que salvara la producción de la mina La Quebradilla que había inundado.
Para convencerlo de emprender el reto zacatecano, Gálvez le otorga la excepción del diezmo sobre la plata, la excepción de impuestos por un 50% durante 50 años y dándole precio preferencial de 30 pesos por el azogue mientras su valor era de 41, otorgándole preferencia para que dispusiera del azogue necesario. Sus condiciones financieras eran difíciles, al tener una deuda de $400,000 pesos, por lo que tuvo que recurrir a las autoridades religiosas de Taxco para que le diesen un préstamo por $100,000 para echar andar la empresa zacatecana, pero pese a todas las obras publicas de embellecimiento que hizo por la ciudad, las generosas limosnas que otorgo y a financiar maíz para el pueblo en tiempos de necesidad no le prestaron el dinero, por lo que tuvo que recurrir al arzobispo de México para solicitarle el permiso para vender las joyas que había donado al Templo de Santa Prisca.
Ya instalado en Zacatecas para 1767, su intuición natural le dijo que primero explotara la mina de Veta Grande, donde además explora otras minas como San Juan de Albarrán, San Acasio, La Esperanza, Vizcaínos y San Joseph de la Isla, produciéndole en los primeros dos años una fortuna por dos millones de pesos que le sirve para crear la hacienda La Sauceda de Borda para la refinación de plata, la hacienda Malpaso destinada a la producción de maíz para alimentar a los mineros y La Sagrada Familia también de refinación del metal, pero de esta sus recursos servirían para el desagüe de La Quebradilla, su misión original. Todo este trabajo logra volverlo a encumbrar como magnate de la Nueva España, por lo que manda a construir su mansión en la Ciudad de México hacia 1775 la cual abarcaba toda una manzana, considerándose el palacio más grande del virreinato y se la asigna al arquitecto más importante quien era Francisco Guerrero y Torres.
Aun cuando logra recuperar su fortuna, le quedaba poco tiempo de vida por su edad avanzada, por lo que se traslada a Cuernavaca donde había construido una famosa casona que serviría de hogar para su hijo que había sido corrido de Taxco debido a su conducta escandalosa, falleciendo en 1778 ocultando su tumba. La ciudad de Taxco pidió que sus restos fuesen depositados en Santa Prisca, a lo que su hijo negó por el resentimiento familiar que había, pero esto no impidió que la población le rindiesen honores construyéndole una pira funeraria en su honor de cinco pisos, su fama fue tal que incluso el rey Carlos III lamento la muerte de uno de sus súbditos más inteligentes por la fortuna que llego crear calculada en un millón de pesos de la época. Su legado fue muy importante al dejarnos tanto Taxco como el haber revitalizado la minería zacatecana, así como el palacio en la capital que no llego a ver y que se encuentra lamentablemente fraccionado en diferentes propiedades, así como la casona de Cuernavaca conocida hoy como el Jardín Borda donde nos dejó uno de los pocos ejemplos de un jardín novohispano de las grandes elites.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura.
Federico Flores Pérez.
Bibliografía: L. Elena Diaz Miranda. Don José de la Borda. El extraordinario genio de la minería y uno de los hombres más ricos de la Nueva España en el siglo XVIII, de la revista Relatos e Historias en México no. 74.
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Imagen:
Izquierda: Iglesia de Santa Prisca y San Sebastian en Taxco, Guerrero, siglo XVIII.
Derecha: Anónimo. Don Jose de la Borda en su madurez, siglo XVIII.


