Dolor *


El dolor por sí mismo, tiene una finalidad: indicarnos que hay algo que no va bien.
Esa punzada que nos inmoviliza el brazo puede indicarnos que estamos a punto de sufrir un infarto de miocardio, o ese bombeo en nuestras sienes alertándonos que estamos cansados y saturados por el estrés.
El dolor es un indicador, pero como tal, no va a tener una persistencia continuada. El cerebro suele mandarlo en etapas de diferente intensidad en el caso de ser un origen físico.
En el supuesto de que dicho padecimiento sea psíquico, dependerá en gran parte de nosotros mismos el poder debilitarlo. Afrontando su origen fundamentalmente.
Uno de los mejores modos de atenuar la realidad del dolor es sin duda entender su origen y pensar que finalmente, llegará el alivio. La actitud con la que lo sobrellevemos va a ser clave.
Es difícil en estos casos hablar por ejemplo de la fuerza del optimismo, pero son muchos los ejemplos en los cuales, la fuerza de voluntad de una persona ha permitido el que una enfermedad sea mucho más corta, o que llegue a una buena resolución.
El desánimo, la negatividad o el abatimiento influye en el incremento del dolor y el que debamos recurrir a un calmante, por ejemplo. Debemos buscar un propósito, una meta, una ilusión.
Ya sea una depresión, una migraña, o una época de desesperanza y tristeza, todo se puede afrontar de mejor modo si nos inyectamos una dosis de optimismo.
Con una autoestima bien reforzada y las ganas por seguir viviendo los días con energía, hará mucho más por nosotros que cualquier vitamina o calmante.