Desaparece Cap. 1 Cuando todo sale mal.
Desde que tengo memoria siempre he sido considerada La chica rara.
Los que me conocieron en mi juventud, tienen recuerdos en los que me vieron hablando sola o escuchándome decir que a nuestro alrededor hay cosas, que al parecer nadie más podía ver.
Y aunque yo no lo recuerdo, la verdad es que no dudo de sus palabras. Después de todo tengo lo que mi mamá denominó una mente extremadamente creativa.
Estoy acostumbrada a ver o imaginar cosas que efectivamente no están ahí, aunque ya a esta altura he aprendido a disimular en público, y a identificar cuando lo que veo es algo corpóreo o si solo está en mi mente.
Lo que todavía no sé diferenciar, incluso hoy, son las voces. Es incalculable cuantas veces me han dicho que cuando escuchas que te llaman por tu nombre, no deberías responder hasta la tercera o cuarta vez, porque dicen que son espíritus llamándote.
Tal vez debo empezar a creer en todo eso del mundo espiritual. Porque indudablemente me sentiría mucho mejor pensando que tengo una especie de superpoder, que me permite percibir cosas del famoso plano astral y no que estoy loca.
—¿No vas a cambiarte? —escucho perfectamente esa voz, que reconozco con facilidad.
—¿Por qué debería? Solo voy para la casa de Lucia —comento desinteresada.
—Entonces no te importa que te vea Lucas.
Que lo mencioné me molesta, no quiero que hable sobre él. Rápidamente, volteo con la intención de encararla, pero la habitación está vacía.
Suspiro agotada, no me sorprende, sin embargo, me frustra. Desvío la mirada al espejo de cuerpo completo que tengo a mi derecha, e inspecciono mi apariencia. Ciertamente, no soy hermosa, si me describiera en una palabra sería sencilla. Jeans desgastados, tenis blancos y una polera negra con el logo The Rolling Stone.
Tal vez debería peinarme un poco, después de todo, sí, es probable que Lucas se encuentre en casa.
Lucas es mi amor imposible, no solo porque para él soy solo una cría, sino algo mucho peor. Me conoce de toda la vida y, por tanto, se la pasa comparándome con una hermanita pequeña, sin imaginar que cada vez que me llama así, clava un puñal en mi pecho.
—Entonces, ¿para qué te vas a peinar?
—Para no parecer una lunática, tal vez.
No puede ser, pensé, ahora están las dos, pero las voy a ignorar, no pienso voltear, ni responderles, debo aceptar que esto es solo una conversación fantasiosa que ocurre solo dentro de mi cabeza.
—¿No te parece tierna? Intentando ignorarnos —se ríe estruendosamente— como si no supiéramos que nos escucha.
—Ya déjala tranquila, a veces siento lástima por ella, solo le hacemos la vida más complicada.
—Habla solo por ti.
No puedo evitar preguntarme si al menos mis pensamientos, aun en mi propia imaginación, son privados. Probablemente no. Parece que mi mente tiene vida propia para crear estas extrañas alucinaciones auditivas y visuales.
Silencio absoluto, por un instante creo que han desaparecido, posiblemente ignorarles ha funcionado, sigo mirándome en el espejo, restándole importancia y analizando si cambiar mi atuendo o no, que el mundo me importe un comino, como yo le importo a él.
Estoy tan sumida en mis pensamientos que no me doy cuenta del momento en que unos dedos aparecen sobre mi hombro, con uñas color negro mate y piel tan pálida como la mía. Solo eran visibles a través del espejo, de no ser por el movimiento captado por mi visión periférica no me habría dado cuenta, giré para verlos asustada, pero no tenía nada, no sentí nada sobre mi hombro.
Lentamente, volví a mirar el espejo. Ahí estaban acariciando suavemente mi hombro, haciéndose cada vez más visibles. Se me congeló la sangre de inmediato.
—Sabes que puedes olvidarlo todo —susurro—, ser libre —juro por Dios que siento su aliento sobre mi nuca— yo puedo darte la felicidad que tanto ansias, solo déjame el control a mí. Desiste. Y te prometo que no volverás a preocuparte jamás.
El miedo que recorre mi cuerpo es ridículo. Volteo dispuesta a defenderme, pero mi habitación se encuentra vacía, estoy sola y las voces han desaparecido.
Inhalo con fuerza, con la intención de reducir la aceleración de mi corazón y calmarme. No es fácil, pero poco a poco, logro mi cometido.
«Nada de esto es real, ellas no son reales», me repito una y otra vez, mirando a mi alrededor.
Sin pensarlo salgo de mi habitación, tomó el bolso que tengo apoyado en una de las sillas de la sala y sin hablar con nadie, me largo. El problema no es la casa, no es mi familia, ni el estrés, soy yo. Mi mente y yo.
Salgo con premura, como si fuera tarde para una cita, el aire libre golpea mi rostro y me relaja, por un instante olvido todo, hacia donde voy, lo que acaba de ocurrir, mi amor imposible, las cosas se diluyen lentamente, mientras una sensación de paz me embriaga.
Me tengo con la intención de disfrutar el momento, cuando escucho detrás de mí.
—Pobre alma, ¡morirá!
De inmediato abro los ojos y frente a mí una niña corre en la acera de enfrente, alegre, tranquila, ajena a toda la maldad que puede rodearle.
«¿Por qué está sola?»
—Porque no tiene a nadie.
Volteo para ver de donde proviene esa voz, pero nada.
—¿No vas a ver? —continúa detrás de mí.
No importa en donde me ubique yo, la voz siempre se escucha como si la persona se encuentra en mi espalda.
—¿Qué cosa? —pregunto a la nada.
—¡Mírala!
Obedezco, mis ojos vuelven a la niña, que ahora se encuentra recogiendo algo pequeño del suelo, en medio de la calle.
—¡Niña! —le grito al ver un auto por el rabillo del ojo.
Ella me mira, sonriente, ajena al mundo y las maldades que la rodean, es demasiado tarde. El coche no desacelera ni un poco, como si ella no existiera, solo el sonido del impacto llena el ambiente.
—No hace faltar ser adivino, para saber que un alma tan joven, jugando sin supervisión en la calle, es la crónica de una muerte anunciada.
—¡Cállate! —grito con lágrimas en los ojos.
Rápidamente, la gente comienza a correr hacia el accidente, las ruedas del auto rechinan al acelerar, alejándose, el maldito se ha dado a la fuga. Los gritos, los transeúntes se hacen presentes.
El cuerpo de una mujer, con bolsas de compras en las manos, es la más resaltante, sus gritos sobrepasan al de cualquier otra persona, deja caer todo lo que lleva en las manos y corre hasta el cuerpo inerte que reposa sobre el asfalto.
«Es muy tarde. Ha muerto»
Y es así como toda la paz que me embriagaba desaparece.
Recomendar0 recomendaciones