Cinco minutos antes de morir 

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Capítulo 1

“Suena Chopin”

El cuchillo se pasea por su cuello, lentamente y haciendo zigzag, ella escurre un sudor frío, qué denota un descenso en la tensión arterial. No logra ver el rostro de su victimario, éste se esconde trás una capucha, tampoco reconoce su voz, porque se oye distorsionada, lo que indicaba claramente, qué el elemento no deseaba ser identificado, aquello era ilógico, porque sí su objetivo era matarla ¿Por qué protegerse?

– Estás muy callada Rosalía, éso no es común en tí.

Ésto lo dijo, pasando un filoso cuchillo, por el seno izquierdo de la infortunada mujer.

– Me conoces entonces. ¿Por qué me haces ésto?

– La aristócrata perfecta, la hija de papá y mamá, la consentida de la casa.

– Déjeme ir, mi padre le dará el dinero que pida, somos ricos.

– No me hace falta tú dinero perrita.

Después de proferir aquellas palabras cargadas de odio y resentimiento, aquel  hombre depravado y vil; le abrió la blusa a Rosalía y con lentitud hizo lo mismo con el sostén; por unos instantes, quizás muy breves, ella fijó sus ojos en él y vió en ellos la mirada de un desquiciado, de un enfermo, ésto mientras sus pechos quedaban al descubierto. 

-Siempre he dicho, qué lo más bello que tú tienes mamita, son tus seductoras tetas.

Diciendo ésto, soltó una risa morbosa, tenebrosa y perversa, que estremeció a la pobre muchacha, la cuál estaba lejos de ser, aquella prepotente ricachona qué se llevaba a todos por delante;  ahora sé sentía frágil, indefensa y sóla.

En vano trató, guiada por la desesperación qué la embargaba, de apelar al  autocontrol, allí se dió cuenta la indefensa jovencita de un pequeño detalle;  aquellos talleres que había recibido con tanto interés, éso de contar hasta 10, lo de la respiración profunda, la tesis de la autoestima alta, todo eso, no era más que basura; la realidad estaba ante ella, porqué se encontraba aterrada, su corazón latía alocadamente; sentía que la sangre se le quería salir por sus venas rompiendole la piel y percibía que la muerte le coqueteaba. 

– Me va a violar. ¡Dios mío ayúdame! Me va a violar.

Suplicaba en silencio al Todopoderoso, desde lo más íntimo de sus pensamientos, desde lo más profundo de su ser, sin emitir ni una sola sílaba y con los ojos llenos de temor.

 Él detuvo por un momento su sádico accionar y colocó en el anticuado equipo de sonido (Algo yá fuera de uso) Una melodía musical. Quizás el psicópata quería romper el hielo, hacer el ambiente más llevadero. Ella  identificó aquella pieza de inmediato, era uno de sus temas predilectos, el que más escuchaba de la música clásica; el nocturno de Chopin.

– Me gustan más los nocturnos, qué escuchar a Mozart, aunque la heróica de Beethoven, me fascina. Pregunto yo Rosalía. ¿Qué melodía le agrada a una puta?

Después de expresar lo anterior, colocó en su nariz un pañuelo impregnado de cloroformo. La muchacha intentó evitar absorber aquel olor, moviendo con desperacion de un lado para otro su cabeza, pero él la sujetó con fuerza, con mucha intensidad, hasta qué finalmente la sometió de un todo, logrando así su objetivo.

– Los ignorantes creen que ésto te desvanece al instante y no es así, hay que trabajar, hay que trabajar.

Tres minutos tardó en dormirla. No le fué tan fácil, ella luchó hasta lo último, le dió pelea; luego se sentó a contemplarla, cómo quien observa una obra de arte.

Capítulo 2

“El rompecabezas”

No dejaba de caminar de un lado para el otro. Encendió un cigarrillo y vió el viejo reloj de pared, luego lo comparó con el suyo, para ver si observaba diferencias.

– Estoy más exacto que el Big Ben.

Expresó satisfecho. En ése instante entró a su oficina el inspector Ignacio López García, éste llevaba un periódico en su mano derecha y se observaba bastante preocupado.

– Qué vaina con la prensa Comisario, lea ésto.

Él toma el diario, lo leé con calma y lo coloca al poco rato sobre su escritorio.

– Sirve café para los dos.

Indica secamente, mientras revisa unos papeles con mucho cuidado; el inspector lo observa de reojo, siempre hacía eso, al mismo tiempo que preparaba dos tazas de la estimulante bebida, colocando una de ellas frente a su Jefe; después de cumplida aquella orden, toma asiento, esperando cómo era yá costumbre, la charla de la tarde.

– La última muchacha desaparecida, según los reportes, es la hija del dueño del Consorcio Dex.

– Así es, sé llama Katiuska Cerdeño y tiene 19 años.

– Vé el mapa que está al lado de la cartelera, lo actualicé hoy; ya van 43 muchachas en esa situación. No han pedido rescate por ninguna, tampoco hemos encontrado cuerpo alguno. ¿Qué factor común observas aquí? Yo veo varios.

– Todas son ricas y ninguna llega a 20 años

– Exacto y hay un factor más.

– ¿Cuál comisario?

Pregunta el inspector encendiendo un cigarrillo.

El comisario se levanta de su asiento, avanza unos cuantos pasos y se detiene exactamente frente al mapa mencionado, haciendo un círculo en él.

– Todas son de ésta zona o sea, giran en el mismo perímetro. Lo qué indica que el responsable o los responsables, ésto de ser varios, viven aquí y conocen a sus víctimas. Me explico mejor, entre ellos existe un nexo.

– Lo más seguro es que fuesen amigos o algo más.

– Si, un vínculo de confianza, ése es el gancho que utilizan. Conste que estoy hablando en plural, no creo que el victimario actúe solo.

– Será difícil la captura Comisario.

– Así es, pero no imposible.

Concluyó el Jefe policial, golpeando su escritorio.

Capítulo 3

“Déjame ir”

Helena se vistió deportivamente, o sea, de manera ligera; iría con sus amigos a la montaña, pensaban aventurar y pasarla Bien, cosas de jóvenes.

Pero no todos los planes se cumplen y en el salón principal se encuentra con su adusto padre; éste la detiene y le pregunta.

– ¿A dónde creés que vas?

– Hola papi, voy con mis amigos a la montaña, es un tour de aventura.

– ¡Estás loca! De ésta casa no saldrás, he puesto seguridad rodeando el perímetro.

– ¿Me estás poniendo presa?

– Tómalo cómo quieras hija, pero ya van 43 jóvenes desaparecidas, todas son de tu edad. Tres de ellas eran tus amigas.

– ¿Éso qué tiene que ver conmigo?

– Debes cuidar tú vida, no ponerla en riesgo y  yo tengo que protegerte, es mi obligación, el deber ser, no tengo opción. Hasta qué no capturen al asesino y todo vuelva a ser normal, tú estarás confinada a la mansión.

Ella se enfureció ante aquella orden, verdaderamente estaba airada, no le agradaba para nada qué siendo adulta, él la tratase cómo una niña, el otro día hasta la amenazó con borrarla del testamento, sacarla de la mansión, del lujo en qué vivía, por eso sólo por eso le obedecía, no le quedaba otra opción. Éso sí, no disimulaba su enojo, su furia; pero se mordía los labios para no decir nada, no le convenía, lo conocía muy bien; tan sólo se limitó a verlo unos instantes, muy breves por cierto; luego le dió la espalda, lo hizo con rapidez, sin darle a él una oportunidad para hablar y cómo una inocente muestra , qué dejara ver su desacuerdo con esa injusta decisión, qué la afectaba cómo persona, que dañaba su imagen ante sus amigos; sólo pensar en eso le daba mucha indignación, pero tenía que tranquilizarse, no le quedaba otro camino; por eso quería encerrarse en su cuarto, pensar, escuchar música, hacer algo. ¡Lo qué sea! Todo menos verle la cara a su progenitor.

Yá lejos de su presencia, expresó en voz alta, clara y fuerte; buscando así liberar un poco su enojo.

– ¡Mí papá se volvió loco!

Capítulo 4

“Eduardo”

No era propiamente de la alta sociedad, había crecido en ella, eso sí;  estudió, con mucho esfuerzo y dedicación, se hizo un todo un profesional, mejoró sus gustos, mejor dicho, los refinó, logró escalar posición social y alternaba Cómo un miembro más, entre los jóvenes de ésa privilegiada esfera.

Claro está, qué no todos lo aceptaban cómo su igual.

– Todo está listo para el camping.

Expresó Eduardo, cerrando suavemente la maletera de la lujosa camioneta. Eva lo observa, le sonríe y se sienta en el puesto del copiloto, a su lado está Richard Benson. Único hijo del industrial Zerit Benson

– ¿Qué pasó con Helena?

Pregunta Richard, encendiendo un cigarrillo.

– El papá no la deja salir.

Aclara Eva, acomodándose mejor en el asiento y quitándose las sandalias, así sé sentía más cómoda, esa era una costumbre en ella.

– Y eso ¿No sabés por qué?

Interroga Eduardo, entrando al vehículo acompañado con la enigmatica Silvia Grey.

– Por el asunto ése de los asesinatos, recuerden que Alicia, Jessica, Rosalía, Katiusca y Clara están desaparecidas.

Expresa ella

– Eso no lo entiendo, si no han encontrado ningún cuerpo. ¿Por qué hablan de homicidios?

Plantea Silvia con cierta preocupación y todos sé ven las caras. Quien responde la interrogante es Richard.

– Eso lo presume la policía, es lo qué ellos llaman hipótesis, pero vámonos yá, sé hace tarde.

Indica éste arrancando a toda velocidad su vehículo y tomando con rapidez la vía principal.

Capítulo 5

¡Suena Mozart!

En el área de la piscina, estaban José Edgardo Galaviz y Javier Edmundo Sanabria. Ambos conversaban amenamente  y mientras lo hacían escuchaban la última sinfonía de Mozart. (La 41)

– No sé cómo llegarle a Silvia, sé la pasa ahora con ése advenedizo de Eduardo.

– Sí, lo he visto, le conozco no te digo que no, pero no lo trato, su madre fué la sirvienta de los López. Éso sería faltarle el respeto a nuestra clase social.

Expresa José, mientras Javier saborea su  fino Whisky Escoces; al mismo tiempo que marca un número telefónico.

– ¿A quién llamas?

Le pregunta con curiosidad su amigo, acomodándose en su confortable silla extensible.

– Se trata de un negocito qué tengo por ahí, después te cuento. ¡Halo! ¡Halo!

Expresó el misterioso joven, levantándose de su asiento y alejándose de José, ésto lo hace claro está, para atender sin testigos la llamada.

– Javier está en algo raro, éso lo podría apostar.

Indicó él, mientras bebía un buen trago de vino.(Ésta era su bebida preferida) Luego sé acomodó lo mejor que pudo y dejó qué Mozart y la magia de su música, tomase el control de todo.

Capítulo 6

“Apareció Estela”

Por casualidad un grupo de jóvenes qué recorrían la montaña, encontraron en la subida del Ángel, una jóven muchacha qué estaba amarrada al tronco de un árbol, la misma sé hallaba desnuda, con múltiples cortaduras en todo su cuerpo; presentaba también quemaduras de cigarrillos en sus senos y en el lado izquierdo de su rostro.

– ¡Dios mío!

Exclamó Dora, mientras Héctor llamaba a la policía,  para notificar el macabro hallazgo.

Se trataba de Estela de la Cruz Rendón, una joven de 16 años, qué llevaba 21 días desaparecida. Hija única de Don Cipriano Rendón, dueño del consorcio Lanex.

La noticia corrió cómo pólvora y el pánico invadió a los residentes de la elitesca comunidad.

En el área se dispersaron más de 15 funcionarios, en función de peinar el perímetro, medicatura forense hacía el levantamiento del cadáver y la zona estaba completamente acordonada.

– Yá tenemos un cuerpo.

Indicó el inspector López.

– Así es compañero, lo que implica la pesadilla de todo policía, un maldito asesino en serie.

Concluyó el inspector Sanabria, mientras observaba impotente el cuerpo de la infortunada jovencita.

Capítulo 7

¡Hagan algo!

El alcalde Alfredo Iznar Lezama llegó de improviso al comando policial, le acompañaba el conocido industrial Don Cipriano Rendón. Ambos ingresan rápidamente al despacho del comisario general  y jefe del departamento de homicidios Adalberto Yagua; lo hacen sin anunciarse y con una cara de pocos amigos.

– Buenos días señores. Les estaba esperando.

Indica el alto funcionario policial levantándose de su asiento.

– Por favor pónganse cómodos.

Les pide mientras se acerca a la pizarra.

– Cómo les dije por teléfono, el asesino o los asesinos, son de éste perímetro, no son extraños al círculo social qué ellos frecuentan; empezamos la investigación con el personal doméstico y estamos yá descartando su participación en ésto. Por lo menos la directa, no eliminamos el factor complicidad.

– ¿Por qué el descarte?

Pregunta Don Cipriano.

– Porque ése nexo de confianza, ése gancho para captar a la víctima, no lo tiene un empleado, un obrero.

– ¿Cuál es su plan?

Interroga el alcalde, encendiendo un cigarrillo.

– Mañana están citados a la sala de interrogatorios 2 jóvenes de éste círculo social. Vamos a presionar, utilizaremos toda nuestra experiencia y técnica, en función de lograr resultados. Incluso pasarán por el detector de mentiras.

– Yo perdí a mí hija Comisario y no puedo hacer nada por recuperarla, pero los culpables deben pagar por lo qué hicieron, éso sé lo garantizo, no puede quedar impune el crimen de mí Estela.

Ésto lo manifestó Don Cipriano lleno de la más profunda indignación. Era imposible no sentir en cada sílaba qué pronunciaba; su rabia, su rencor, su impotencia.

– Entiendo su dolor Don Cipriano pero…

– Pero nada Comisario y el alcalde aquí presente lo sabe, ayer hablé con el gobernador, quiero que sepa que he pedido su destitución y le advierto, sí en 72 horas no vemos resultados concretos, haré justicia con mis propias manos.

– Éso no lo puede hacer Señor….

– No queremos más excusas Yagua, tengo demasiada presión de arriba, tiene 72 horas o me entrega su renuncia. Salgamos yá Don Cipriano.

Expresó el alcalde despectivamente y ambos abandonaron la oficina; ninguno de los dos tuvo la delicadeza  de despedirse del alto funcionario; quién sé quedó pensativo, cómo ausente, en verdad le parecía mentira, no lo podía creer, qué después de 29 años de carrera, de una trayectoria ampliamente reconocida y exitosa, en el difícil y complicado ámbito policial, por ése maldito caso, una espada de Damocles amenazara su prestigio.

 La entrada del detective Delgado a su despacho, lo saca de sus pensamientos.

– Confirmamos la sospecha Comisario.

Éste enciende un puro. La ocasión lo pedía, luego indica en voz baja.

– Té escucho Delgado, habla.

– El forense dictaminó que fué violada, según su criterio por varios.

Él sé deja caer en su silla, verdaderamente  impactado, éso era lo que le faltaba a ésta pesadilla, una violación.

Capítulo 8

“Libertad”

 Rosalía abrió los ojos, de pronto despertaba llena de incertidumbre, miedo y temor, estaba en blumers, no portaba otra prenda de vestir; cómo pudo se levantó, sus piernas le fallaban, no tenían fuerza, tambaleándose avanzó sin rumbo definido, le dolían los senos, le ardía la vulva, sentía allí cómo sí algo la quemase; lo último que recordaba era el nocturno de Chopin, todavía lo repetía su memoria una y otra vez; vió su brazo izquierdo, a pesar de su estado lo detalló bien, tenía un tatuaje en él, algo extraño para ella, nunca había visto una cosa así, era una especie de pentagrama invertido, luego cayó casi qué desmayada sobre el tupido follaje, no podía más, su cuerpo se entragaba a la nada, la luz de sus ojos la abandonaba.

Capítulo 9

“Temor”

Silvia sé bañaba en el río, lo hacía sóla, distraída, disfrutando de esa realidad hermosa, qué la naturaleza le obsequiava. De pronto sintió una rara senciacion, sé sentía vigilada, observada por alguien;  angustiada vió a su alrededor, lo hizo minuciosamente, hasta qué finalmente, luego de un rápido escaneo; detrás de una roca lo captó, eran unos ojos qué estaban clavados en ella, no logró identificar al rostro, lo ocultaba una capucha. 

No pudo evitar gritar y lo hizo, fué una reacción lógica, básica; luego buscó salir del río, huir dé allí era la única opción ; lamentaba eso sí, la bendita costumbre qué tenía de abandonar al grupo; por fin y después de mucho esfuerzo, consiguió llegar a la orilla y corrió desesperada en busca de ayuda.

Dos veces cayó a tierra, en una de esas caídas se golpeó fuertemente el rostro con una roca. Verdaderamente angustiada, voltea para ver si alguien la sigue, ésto mientras su respiración sé aceleraba, también sentía qué el aire le faltaba; por más que lo intentó, no podía avanzar más, por ello se detiene frente a un árbol y se esconde detrás de su tronco, necesitaba recobrar energía, recobrar fuerzas.

Dé pronto y sin aviso alguno, unos brazos la sujetan por la espalda, ella grita, intenta en vano correr; por su mente, el rostro imaginario de un asesino pasa y aumenta la angustia, pero algo inesperado la calma, cómo un bálsamo la tranquiliza; escucha una voz qué le es conocida.

– ¿Dónde estabas Silvia? Todos te andamos buscando.

Era Eduardo, uno de sus compañeros en aquella alocada aventura; ella lo abraza y ambos toman el camino de regreso; para unirse al resto del grupo; yá estabilizada, ella le cuenta al joven el calvario vivido, él la escucha en silencio, sólo la oye, pero no emite ningún comentario al respecto.

Capítulo 10

“Apareció Rosalía”

En el centro clínico, todo era un corre, corre; el Doctor Lizárraga y su equipo, atendían en la unidad de cuidados intensivos a la joven rescatada. El comisario esperaba con ansias, poder interrogarla, pero por los momentos, eso no podía ser, sólo le quedaba tener paciencia, no tenía otra opción; le acompañaban en la lujosa sala de espera, dos de sus detectives y un agente de patrullaje. Eran yá las 7 en punto dé la noche, la cuál y por lo que sé veía, iba a ser muy larga.

– Ella tiene qué aportar alguna pista

Expresa el Jefe policial, algo nervioso y quién le responde es el detective Jesús Ortega.

– Ojalá sea así señor. Pero sí la dejaron escapar, lo más seguro es qué no pueda identificar a ninguno; ésto de ser varios, lo digo porque deben haberse cubierto el rostro, para ocultar su identidad.

– Tiene razón detective, pero algún error deben haber cometido, tenemos la obligación de encontrarlo y ésto lo dirá el interrogatorio. Por otro lado me llama la atención qué la liberarán; lo que hicieron con la hija de Don Cipriano, muestra un patrón distinto a ése; ésto a menos que lo hicieran por alguna causa, hasta ahora desconocida.

Concluye el comisario, encendiendo un cigarrillo.

Capítulo 11

“Empiezan los interrogatorios”

En aquél cuarto, relativamente pequeño, sólo había una silla de madera, ubicada en todo su centro y frente a ésta una mesa ovalada, no muy grande, con dos taburetes de plástico.

Eduardo sé hallaba sentado en la silla, el mismo veía con insistencia su reloj; mientras dos detectives lo observaban desde sus asientos, sembrando en éste cierta incomodidad.

– ¿Cuando comienza el interrogatorio? Tengo asuntos que resolver en la fábrica.

Indica él, algo molesto y quién le responde, es el detective Agustín Delgado; funcionario adscrito al departamento de homicidios y lo hace precisamente con una pregunta.

– ¿Está nervioso?

Él sonríe sarcásticamente, mientras saca un  pequeño pañuelo, blanco cómo la nieve, del bolsillo izquierdo de su camisa, secándose con el mismo, el sudor qué le corría por la cara.

– Para nada, pero no puedo perder mi tiempo. Soy el Gerente General  del consorcio y tengo reuniones, inspecciones y asuntos que requieren mi presencia.

– Impresionante.

Expresa Delgado encendiendo un cigarrillo.

– ¿Qué edad tienes?

Pregunta ésta vez.

– 25 años.

– Té ves muy joven para un cargo tan alto. ¿Cómo lo lograste?

– Me gradué en la universidad con honores. 

– Su mamá era la sirvienta de los López, la recuerdo bien. ¿Estoy en lo cierto?

— Trabajó con honradez, me supo criar, me inculcó valores, no me negó las oportunidades y supe aprovecharlas.

El otro detective interviene en la ronda de preguntas; pero sin levantarse de su asiento.

– Pero té formaste alimentando un profundo resentimiento, un odio hacia esa clase privilegiada;  porque ellos lo tenían todo y tú nada, es más, hoy en día no eres más que un empleado, que en cualquier momento botan a la calle.

– Habla sin bases detective, no fuí, ni lo soy, ni lo seré jamás, un resentido, en ésa clase que usted cita, están mis mejores amigos, sí es verdad, mi realidad a cambiado, hoy en día tengo mi casa propia, buen ingreso económico y un excelente currículum, le aseguro que mejor qué el suyo. Mi trabajo es de primera, nadie me daría el egreso. Lo que pasa es que ustedes están desesperados, necesitan un culpable qué justifique su incapacidad, pero conmigo sé equivocan, se los aseguro.

– No lo creo, es verdad que no tenemos pruebas, pero todo té acusa.

Expresa con seguridad el detective Delgado.

– Lo que me acusa es que soy humilde, qué no soy rico de cuna; esas son las bases de su acusación.

– No quieres confesar, veamos tus reacciones ante el detector de mentiras.

– No tengo nada que confesar, tampoco le tengo miedo a ése detector, porque siempre digo la verdad.

Alegó Eduardo, guardando el pañuelo de nuevo en su bolsillo.

Capítulo 12

“El paquete”

Don Cipriano Rendón había convocado a los empresarios más destacados e influyentes de la comunidad; a una junta urgente en la lujosa sala de reuniones del  “Hotel Esplendor”, se hallaban  allí agrupados con ése objeto un total de 21, todos angustiados y temerosos, por los hechos acaecidos.

– No puede ser, qué teniendo tanto poder nos tengan así.

Exclamó el dueño de Lanex

– Es verdad, algo tenemos que hacer.

Expuso el propietario de Dex.

– Algo ¿Pero qué?

 Pregunta Don Cipriano

– Yo pienso que detrás de todo ésto, hay una venganza personal.

Afirma el dueño de Lanex; en el  preciso instante, en qué Adalberto González, su asistente personal, ingresa a la sala de reuniones con una caja.

– Con permiso de todos; señor, dejaron ésto para usted en recepción.

Indicó él, dirigiéndose a su Jefe; éste observa con recelo, con mucha desconfianza aquél paquete y sé imagina qué podría ser una bomba, cualquier cosa.

– Abralo usted Ortega; hágalo con cuidado, lejos de nosotros y lentamente.

Ordena con autoritaria voz y así lo hace el fiel empleado, éso sí, algo temoroso también, expuesto lo anterior, inicia aquél procedimiento pausadamente, poco a poco, así, de ésa manera, fué abriendo la controversial caja, no podía evitar, la verdad sea dicha, no había modo alguno de hacerlo, el sabor amargo en sus labios, el corazón desbocado por los nervios, ése pulso acelerado que lo desesperaba, ése miedo a un final inesperado, pero todo tiene su fin; y logró finalmente develar aquél misterio, pues pudo observar con horror, el interior de la misma.

– ¡Por Dios! 

Exclamó espantado; apartándose de ella.

– ¿Qué hay en la caja? ¡Habla yá!

Le ordena su Jefe.

– Señor es que….

– ¡Habla yá! Dejé los rodeos.

Le ordena de nuevo él, con cierto disgusto.

– Señor, lo siento mucho, en verdad lo lamento, allí está la cabeza de su hija. ¡Ésto es algo diabólico, horrible, satánico!

El empresario gritó y en su grito, sé plasmaba el más puro dolor; era desesperante  la impotencia qué sé sentía, la angustia qué sé respiraba, la desesperación que reinaba y todos, absolutamente todos, sé identificaban plenamente con su pena, hacían suya su tristeza, sin duda alguna, estaban viviendo en colectivo la peor de las pesadillas.

Capítulo 13

“Los análisis”

El comisario fue convocado de emergencia a su despacho; allí le esperaban dos de sus mejores inspectores y tres detectives de la brigada de homicidios. Éste entra apresuradamente y toma asiento.

– ¿Ya le contaron Comisario?

Pregunta el día inspector González.

– Sí, lo de la cabeza. ¿Qué saben de eso?

– Quién la dejó en recepción fue un viejo qué nadie conoce; claro está qué llevaba un disfraz, tampoco dejó huellas dactilares, ya experticia hizo el análisis.

Interviene ahora en el asunto el inspector Figueroa; el mismo hace entrega al jefe policial de un celular.

– ¿Qué es ésto?

Pregunta éste.

– Venía en la caja, los malditos grabaron todo, incluso, la decapitación. Pero no dejaron una sóla huella; sé cuidaron también de la identificación del verdugo, éste se cubrió con una bata larga y capucha; imposible reconocerlo.

– Detective Salas, traigame ya un café; lo necesito urgente.

Indica el comisario; mientras enciende un cigarrillo.

– Vamos a revisar una y otra vez ese vídeo; busquen sonidos, imágenes, voces, lo que sea. No son perfectos, algún error han de cometer.

Afirma el comisario; buscando pistas desesperadamente.

– Otra cosa señor, le sugerimos qué presente a la prensa, al ciudadano Eduardo Pérez Salazar, cómo presunto sospechoso de todo ésto. Lo tenemos en éste instante en la sala de interrogatorios; tal medida los calmará un poco a los medios, bajará algo la tensión.

Acota el inspector González.

– ¿Tenemos pruebas contra él? ¿Acaso confesó?

– No señor, pero no tenemos salida, el caso sé complica cada vez más; entienda algo señor, el único pendejo en ése grupo, es él, los demás son hijos de papá y mamá. Para acusarlos necesitaremos pruebas firmes.

– Está bien. Convoca una rueda de prensa para ésta tarde, qué sea a las tres en punto.

– Si señor.

Indica Figueroa, mientras el detective Salas, le hace entrega del café al comisario.

Capítulo 14

“La cueva”

Él sirvió un trago y sé lo entregó a ella; la mujer antes de probarlo, dejó qué su olfato identificara aquella bebida. Luego con un placer indescriptible sé la tomó.

– Té lo dije, no hay nada cómo la sangre humana; es un néctar único, poderoso y puro.

Los dos se vieron las caras y avanzaron hacia una antigua roca, qué allí funcionaba como una mesa de trabajo; ésto porque era amplia y plana, sobre ésta estaba “Mariana Uztariz”, joven hermosa, hija de Adalberto Uztariz, dueño absoluto de “Industrias Eliport”; mujer talentosa, buena estudiante, qué cursaba el último semestre de medicina, hubiese sido una excelente doctora; en verdad sé le veía un futuro esplendoroso.

Pero todo eso acabo, estaba allí, acostada y amarrada de pies y manos, totalmente sometida, sufriendo de manos de sus torturadores una muerte lenta, una agonía por demás bastante larga.

– Vé los ojos de ésta perra, siente su angustia. ¡Vive su dolor, disfruta su impotencia! Toma éste puro encendido, quiero que quemes las puntas de sus senos.

Ordenó el depravado a su discípula, haciéndole entrega del mencionado tabaco, qué ya estaba a medio consumir; ambos estaban sin capucha, hecho éste qué le hizo presumir a la infeliz muchacha, qué la iban a matar.

– ¿Por qué hacen ésto?  ¡Déjenme vivir, éramos amigos!

– ¡Cállate Judía maldita!

Le gritó él; procediendo de inmediato a quemar sus labios, ésto para hacerla callar; mientras qué su subalterna hacía lo que sé le encomendó, colocando con exagerado sadismo, aquél objeto ardiente, en las maltratadas tetas de la desgraciada muchacha.

Ella lanzó un grito profundo, más bien aquello se escuchó cómo un alarido, lleno de angustia, desesperación e impotencia; sentía Mariana qué la muerte se le aproximaba y qué nada podía hacer para impedirlo.

– Decía Hitler, nuestro eterno guía, qué matar era un arte, qué se disfruta, qué se vive.  ¡Sientelo! En éstos momentos, tenemos poder sobre la vida y la muerte; ¡Porque somos cómo Dioses!

Después dé aquellas palabras absurdas, dejaron sóla a la infortunada muchacha; no la pensaban matar todavía, había que llevar su sufrimiento al máximo nivel y para eso, faltaba mucho;  ambos sé cambiaron con calma y salieron de la cueva; cerca de allí abordaron su lujosa camioneta y dejaron el lugar a toda velocidad.

Capítulo 15

“La rueda de prensa”

– Señores de la prensa, me complace anunciar, qué hemos apresado al ciudadano Eduardo Pérez Salazar. Cédula de identidad 2326758; el mismo está incurso en todos los hechos acaecidos en nuestra pacífica comunidad, así lo indican los interrogatorios, de todos modos la investigación sigue en curso,  ésto porque creemos qué no actuaba sólo.

Uno de los periodistas se levanta y le pregunta.

– ¿Las pruebas contra él son contundentes?

El comisario sé levanta de su silla y expresa, dando fin con ésto a la reunión con los medios.

– No sé darán más detalles, hay una investigación en curso, no podemos dar luces al respecto. Gracias por venir.

Capítulo 16

“La bienvenida”

Silvia, Helen, Augusto; entre otros amigos y parientes, celebraban la aparición de Rosalía. También sé hallaba allí, Javier Sanabria y lo detallamos individualmente, porque éste se encontraba alejado de todos, con su típico Escocés en la mano derecha y una sonrisa de oreja a oreja;  la misma era motivada, por la detención arbitraria de Eduardo Salazar, hecho éste qué a él le causaba un  placer enorme; el mencionado muchacho, ya fue señalado por el ministerio público, cómo principal culpable de los hechos acaecidos; en la prestigiosa comunidad de Santa Clara, claro está qué no se descartaban otros involucrados y por ello, la investigación seguía abierta.

Silvia abraza a su amiga, la tranquiliza, intenta calmarla; la pobre muchacha no pudo declarar ante la policía, lo haría mañana, ésto por estricta recomendación médica; Javier se le acerca también, celebra con mucha alegría su aparición, pero en ése momento sucede algo imprevisto y es qué se escucha de fondo “El nocturno de Chopin”; todos se sorprenden, en verdad lo hacen, pues nadie entiende la reacción de Rosalía, ante aquella hermosa melodía clásica; su cuerpo de nuevo se estremece, otra vez es presa del miedo, del más profundo terror.

– ¿Qué té sucede Rosalía? Sé supone que ésa música tranquiliza.

Indica Javier, encendiendo un cigarrillo.

– ¡Quiten a Chopin! ¡Salgan todos de mi casa! ¡Fuera!

Grita ella desesperada y todos, exceptuando su familia y al personal de servicio; salen de allí, extrañados por su actitud.

Capítulo 17

“El chivo expiatorio”

Siguen interrogando a Eduardo,  pero ésta vez con más intensidad.

– Fueron 43 ¿Dónde están las demás?

Pregunta el inspector López.

– Están locos. ¿Dé qué hablan?

Pregunta Él desesperado; mientras recibe un derechazo en el rostro, propinado por el Detective Salazar.

– Habla ya ¡Maldita Escoria!

Le grita éste, al mismo tiempo que un hilo de sangre, sé desliza por su boca.

– Tengo derechos.

Expresa el angustiado joven y recibe otro puñetazo, mucho más fuerte qué el anterior, qué le parte en seco la nariz.

– El único derecho qué tienes basura, es el de pudrirte en una cárcel, sí es qué no te matan llegando.

Afirma el inspector López, saliendo de la sala de interrogatorios. Ésto porque le habían informado por radio, qué la madre del detenido estaba esperándole en su oficina.

– ¿Qué desea señora?

– Ver a mi hijo inspector.

– Imposible, está incomunicado.

– Él es inocente, usted lo sabe.

– Aquí es culpable, hasta que demuestre lo contrario.

– Eso es injusto.

– No voy a discutir con usted, él es un asesino en serie y no tendremos piedad, ni compasión; quiero que lo sepa. Ésta misma tarde será trasladada esa basura qué parió, a la Prisión del Estado.

– Es mi hijo, tenga piedad de mí.

Suplica ella, entre lágrimas.

– ¡Salga ya se mí oficina!

Ordena el inspector, golpeando con fuerza su escritorio.

Capítulo 18

“La prisión”

La celda sé veía sucia, fría, olvidada de Dios. Allí lo lanzaron con marcada violencia.

– Ésta será tú maldita casa a partir de hoy ¡Asesino!

En ella había otro hombre, por su aspecto exterior, no parecía peligroso, era un tipo mayor, al qué todos apodaban “El chancla”

– Así que tú eres el nuevo

Le dice éste, encendiendo un cigarrillo

El angustiado joven se levanta, con algo de dificultad, ésto debido a los golpes recibidos.

– No soy culpable de nada, me usaron como chivo expiatorio

Indica él incorporándose.

– Te jodiste muchacho, de aquí no hay salida alguna, acostúmbrate a la mierda, eso es lo mejor y olvida tú pasado, eso de nada te servirá  en éste infierno; hazlo  o té volverás loco.

Capítulo 19

“La reunión”

Seis jóvenes conversaban en la vieja cueva. La tarde ya se iba y la noche se abría paso.

– Lo más sensato es parar ésto, ya hay un culpable trás las rejas.

Dice uno de ellos.

– Es verdad, yo salgo mañana para Madrid, me quedaré en España un tiempo con mis tíos 

Explica otro del grupo.

– Es lo más acertado, ninguno de los seis, debe exponerse demasiado, yo también parto para el exterior.

Acota el más alto de los seis.

– Quedamos así, que sé joda el pobreton por nosotros y lo más gracioso de todo, es que el muy bobo, es inocente.

Expresó el más bajo de todos, provocando la risa de sus compañeros.

💢

Continuará.

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