Cinco minutos antes de morir 

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Capítulo 1

“Suena Chopin”

El cuchillo se pasea por su cuello, lentamente y haciendo zigzag, ella escurre un sudor frío, qué denota un descenso en la tensión arterial. No logra ver el rostro de su victimario, éste se esconde trás una capucha, tampoco reconoce su voz, porque se oye distorsionada, lo que indicaba claramente, qué el elemento no deseaba ser identificado, aquello era ilógico, porque sí su objetivo era matarla ¿Por qué protegerse?

– Estás muy callada Rosalía, éso no es común en tí.

Ésto lo dijo, pasando un filoso cuchillo, por el seno izquierdo de la infortunada mujer.

– Me conoces entonces. ¿Por qué me haces ésto?

– La aristócrata perfecta, la hija de papá y mamá, la consentida de la casa.

– Déjeme ir, mi padre le dará el dinero que pida, somos ricos.

– No me hace falta tú dinero perrita.

Después de proferir aquellas palabras cargadas de odio y resentimiento, aquel  hombre depravado y vil; le abrió la blusa a Rosalía y con lentitud hizo lo mismo con el sostén; por unos instantes, quizás muy breves, ella fijó sus ojos en él y vió en ellos la mirada de un desquiciado, de un enfermo, ésto mientras sus pechos quedaban al descubierto. 

-Siempre he dicho, qué lo más bello que tú tienes mamita, son tus seductoras tetas.

Diciendo ésto, soltó una risa morbosa, tenebrosa y perversa, que estremeció a la pobre muchacha, la cuál estaba lejos de ser, aquella prepotente ricachona qué se llevaba a todos por delante;  ahora sé sentía frágil, indefensa y sóla.

En vano trató, guiada por la desesperación qué la embargaba, de apelar al  autocontrol, allí se dió cuenta la pobre jovencita de un pequeño detalle;  aquellos talleres que había recibido con tanto interés, éso de contar hasta 10, lo de la respiración profunda, la tesis de la autoestima alta, todo eso, no era más que basura, la realidad estaba ante ella, porqué se encontraba aterrada, su corazón latía alocadamente; sentía que la sangre se le quería salir por sus venas rompiendole la piel y percibía que la muerte le coqueteaba. 

– Me va a violar. ¡Dios mío ayúdame! Me va a violar.

Suplicaba en silencio al Todopoderoso, desde lo más íntimo de sus pensamientos, desde lo más profundo de su ser, sin emitir ni una sola sílaba y con los ojos llenos de temor.

 Él detuvo por un momento su sádico accionar y colocó en el anticuado equipo de sonido (Algo yá fuera de uso) Una melodía musical. Quizás el psicópata quería romper el hielo, hacer el ambiente más llevadero. Ella  identificó aquella pieza de inmediato, era uno de sus temas predilectos, el que más escuchaba de la música clásica; el nocturno de Chopin.

– Me gustan más los nocturnos, qué escuchar a Mozart, aunque la heróica de Beethoven, me fascina. Preguntó yo Rosalía. ¿Qué melodía le agrada a una puta?

Después de expresar lo anterior, colocó en su nariz un pañuelo impregnado de cloroformo. La muchacha intentó evitar absorber aquel olor, moviendo con desperacion de un lado para otro su cabeza, pero él la sujetó con fuerza, con mucha intensidad, hasta qué finalmente la sometió de un todo, logrando así su objetivo.

– Los ignorantes creen que ésto te desvanece al instante y no es así, hay que trabajar, hay que trabajar.

Tres minutos tardó en dormirla. No le fué tan fácil, ella luchó hasta lo último, le dió pelea; luego se sentó a contemplarla, cómo quien observa una obra de arte.

Capítulo 2

“El rompecabezas”

No dejaba de caminar de un lado para el otro. Encendió un cigarrillo y vió el viejo reloj de pared, luego lo comparó con el suyo, para ver si observaba diferencias.

– Estoy más exacto que el Big Ben.

Expresó satisfecho. En ése instante entró a su oficina el inspector Ignacio López García, éste llevaba un periódico en su mano derecha y se observaba bastante preocupado.

– Qué vaina con la prensa Comisario, lea ésto.

Él toma el diario, lo leé con calma y lo coloca al poco rato sobre su escritorio.

– Sirve café para los dos.

Indica secamente, mientras revisa unos papeles con mucho cuidado; el inspector lo observa de reojo, siempre hacía eso, al mismo tiempo que preparaba dos tazas de la estimulante bebida, colocando una de ellas frente a su Jefe; después de cumplida aquella orden, toma asiento, esperando cómo era yá costumbre, la charla de la tarde.

– La última muchacha desaparecida, según los reportes, es la hija del dueño del Consorcio Dex.

– Así es, sé llama Katiuska Cerdeño y tiene 19 años.

– Vé el mapa que está al lado de la cartelera, lo actualicé hoy; ya van 43 muchachas en esa situación. No han pedido rescate por ninguna, tampoco hemos encontrado cuerpo alguno. ¿Qué factor común observas aquí? Yo veo varios.

– Todas son ricas y ninguna llega a 20 años

– Exacto y hay un factor más.

– ¿Cuál comisario?

Pregunta el inspector encendiendo un cigarrillo.

El comisario se levanta de su asiento, avanza unos cuantos pasos y se detiene exactamente frente al mapa mencionado, haciendo un círculo en él.

– Todas son de ésta zona o sea, giran en el mismo perímetro. Lo qué indica que el responsable o los responsables, ésto de ser varios, viven aquí y conocen a sus víctimas. Me explico mejor, entre ellos existe un nexo.

– Lo más seguro es que fuesen amigos o algo más.

– Si, un vínculo de confianza, ése es el gancho que utilizan. Conste que estoy hablando en plural, no creo que el victimario actúe solo.

– Será difícil la captura Comisario.

– Así es, pero no imposible.

Concluyó el Jefe policial, golpeando su escritorio.

Capítulo 3

“Déjame ir”

Helena se vistió deportivamente, o sea, de manera ligera; iría con sus amigos a la montaña, pensaban aventurar y pasarla Bien, cosas de jóvenes.

Pero no todos los planes se cumplen y en el salón principal se encuentra con su amado padre; éste la detiene y le pregunta.

– ¿A dónde creés que vas?

– Hola papi, voy con mis amigos a la montaña, es un tour de aventura.

– ¡Estás loca! De ésta casa no saldrás, he puesto seguridad rodeando el perímetro.

– ¿Me estás poniendo presa?

– Tómalo cómo quieras hija, pero ya van 43 jóvenes desaparecidas, todas son de tu edad. Tres de ellas eran tus amigas.

– ¿Éso qué tiene que ver conmigo?

– Debes cuidar tú vida, no ponerla en riesgo y  yo tengo que protegerte, es mi obligación, el deber ser, no tengo opción. Hasta qué no capturen al asesino y todo vuelva a ser normal, tú estarás confinada a la mansión.

Ella se enfureció ante aquella orden, verdaderamente estaba airada, no le agradaba para nada qué siendo adulta, él la tratase cómo una niña, el otro día hasta la amenazó con borrarla del testamento, sacarla de la mansión, del lujo en qué vivía, por eso sólo por eso le obedecía, no le quedaba otro camino. Éso sí, no disimulaba su enojo, su furia; pero se mordía los labios para no decir nada, no le convenía, lo conocía muy bien; tan sólo se limitó a verlo unos instantes, muy breves por cierto; luego le dió la espalda, lo hizo con rapidez, sin darle a él una oportunidad para hablar y cómo una inocente muestra , qué dejara ver su desacuerdo con esa decisión, qué la afectaba cómo persona, que dañaba su imagen ante sus amigos; sólo pensar en eso le daba mucha furia, pero tenía que tranquilizarse, no le quedaba otro camino; por eso quería encerrarse en su cuarto, pensar, escuchar música, hacer algo, todo menos verle la cara a su progenitor.

Yá lejos de su presencia, expresó en voz alta, clara y fuerte; buscando así liberar un poco su enojo.

– ¡Mí papá se volvió loco!

Capítulo 4

“Eduardo”

No era propiamente de la alta sociedad, había crecido en ella, eso sí;  estudió, con mucho esfuerzo y dedicación, se hizo un todo un profesional, mejoró sus gustos, mejor dicho, los refinó, logró escalar posición social y alternaba Cómo un miembro más, entre los jóvenes de ésa privilegiada esfera.

Claro está, qué no todos lo aceptaban cómo su igual.

– Todo está listo para el camping.

Expresó Eduardo, cerrando suavemente la maletera de la lujosa camioneta. Eva lo observa, le sonríe y se sienta en el puesto del copiloto, a su lado está Richard Benson. Único hijo del industrial Zerit Benson

– ¿Qué pasó con Dora?

Pregunta Richard, encendiendo un cigarrillo.

– El papá no la deja salir.

Aclara Eva, acomodándose mejor en el asiento y quitándose las sandalias, así sé sentía más cómoda, esa era una costumbre en ella.

– Y eso ¿No sabés por qué?

Interroga Eduardo, entrando al vehículo acompañado con la enigmatica Silvia Grey.

– Por el asunto ése de los asesinatos, recuerden que Alicia, Jessica, Rosalía, Katiusca y Clara están desaparecidas.

Expresa ella

– Eso no lo entiendo, si no han encontrado ningún cuerpo. ¿Por qué hablan de homicidios?

Plantea Silvia con cierta preocupación y todos sé ven las caras. Quien responde la interrogante es Richard.

– Eso lo presume la policía, es lo qué ellos llaman hipótesis, pero vámonos yá, sé hace tarde.

Indica éste arrancando a toda velocidad su vehículo y tomando con rapidez la vía principal.

Capítulo 5

¡Suena Mozart!

En el área de la piscina, estaban José Edgardo Galaviz y Javier Edmundo Sanabria. Ambos conversaban amenamente  y lo hacían mientras escuchaban la última sinfonía de Mozart. (La 41)

– No sé cómo llegarle a Silvia, sé la pasa ahora con ése advenedizo de Eduardo.

– Sí, lo he visto, le conozco no te digo que no, pero no lo trato, su madre fué la sirvienta de los López. Éso sería faltarle el respeto a nuestra clase social.

Expresa José, mientras Javier saborea su  fino Whisky Escoces; al mismo tiempo que marca un número telefónico.

– ¿A quién llamas?

Le pregunta con curiosidad su amigo, acomodándose en su silla extensible.

– Se trata de un negocito qué tengo por ahí, después te cuento. ¡Halo! ¡Halo!

Expresó el misterioso joven, levantándose de su asiento y alejándose de José, ésto lo hace claro está, para atender sin testigos la llamada.

– Javier está en algo raro, éso lo podría apostar.

Indicó él, mientras bebía un buen trago de vino. Luego sé acomodó lo mejor que pudo y dejó qué Mozart y la magia de su música, tomase el control de todo.

Capítulo 6

“Apareció Estela”

Por casualidad un grupo de jóvenes qué recorrían la montaña, encontraron en la subida del Ángel, una jóven muchacha qué estaba amarrada al tronco de un árbol, la misma sé hallaba desnuda, con múltiples cortaduras en todo su cuerpo; presentaba también quemaduras de cigarrillos en sus senos y en el lado izquierdo de su rostro.

– ¡Dios mío!

Exclamó Helena, mientras Héctor llamaba a la policía,  para notificar el macabro hallazgo.

Se trataba de Estela de la Cruz Rendón, una joven de 16 años, qué llevaba 21 días desaparecida. Hija única de Don Cipriano Rendón, dueño del consorcio Lanex.

La noticia corrió cómo pólvora y el pánico invadió a los residentes de la elitesca comunidad.

En el área se dispersaron más de 15 funcionarios, en función de peinar el perímetro, medicatura forense hacía el levantamiento del cadáver y la zona estaba completamente acordonada.

– Yá tenemos un cuerpo.

Indicó el inspector López.

– Así es compañero, lo que implica la pesadilla de todo policía, un maldito asesino en serie.

Concluyó el inspector Sanabria, mientras observaba impotente el cuerpo de la infortunada jovencita.

Capítulo 7

¡Hagan algo!

El alcalde Alfredo Lezama llegó de improviso al comando policial, le acompañaba el conocido industrial Don Cipriano Rendón. Ambos ingresan rápidamente al despacho del comisario general  y jefe del departamento de    investigaciones Adalberto Yagua; lo hacen sin anunciarse y con una cara de pocos amigos.

– Buenos días señores. Les estaba esperando.

Indica el alto funcionario policial levantándose de su asiento.

– Por favor pónganse cómodos.

Les pide mientras se acerca a la pizarra.

– Cómo les dije por teléfono, el asesino o los asesinos, son de éste perímetro, no son extraños al círculo social qué ellos frecuentan; empezamos la investigación con el personal doméstico y estamos yá descartando su participación en ésto. Por lo menos la directa, no eliminamos el factor complicidad.

– ¿Por qué el descarte?

Pregunta Don Cipriano.

– Porque ése nexo de confianza, ése gancho para captar a la víctima, no lo tiene un empleado, un obrero.

– ¿Cuál es su plan?

Interroga el alcalde, encendiendo un cigarrillo.

– Mañana están citados a la sala de interrogatorios 2 jóvenes de éste círculo social. Vamos a presionar, utilizaremos toda nuestra experiencia y técnica, en función de lograr resultados. Incluso pasarán por el detector de mentiras.

– Yo perdí a mí hija y no puedo hacer nada por recuperarla, pero los culpables deben pagar por lo qué hicieron, éso se lo garantizo, no puede quedar impune el crimen de mí Estela.

Ésto lo manifestó Don Cipriano lleno de la más profunda indignación. Era imposible no sentir en cada sílaba qué pronunciaba su rabia, su rencor, su impotencia.

– Entiendo su dolor Don Cipriano pero…

– Pero nada Comisario y el alcalde aquí presente lo sabe, ayer hablé con el gobernador, quiero que sepa que he pedido su destitución y le advierto, sí en 72 horas no vemos resultados, haré justicia con mis propias manos.

– Éso no lo puede hacer Señor….

– No queremos más excusas Yagua, tengo demasiada presión de arriba, tiene 72 horas o me entrega su renuncia. Salgamos yá Don Cipriano.

Expresó el alcalde despectivamente y ambos abandonaron la oficina; ninguno de los dos tuvo la delicadeza  de despedirse del alto funcionario; quién sé quedó pensativo, cómo ausente, en verdad le parecía mentira, no lo podía creer, qué después de 29 años de carrera en el difícil ámbito policial, una espada de Damocles amenazara su prestigio. La entrada del detective Delgado lo saca de sus pensamientos.

– Confirmamos la sospecha Comisario.

Éste enciende un puro. La ocasión lo pedía, luego indica en baja voz.

– Té escucho Delgado, habla.

– El forense dictaminó que fué violada, según su criterio por varios.

Él sé deja caer en su silla, verdaderamente  impactado, éso era lo que le faltaba, una violación.

Capítulo 8

“Libertad”

 Rosalía abrió los ojos, de pronto despertaba llena de incertidumbre, miedo y temor, estaba en blumers, no portaba otra prenda de vestir; cómo pudo se levantó, sus piernas le fallaban, no tenían fuerza, tambaleándose avanzó sin rumbo definido, le dolían los senos, le ardía la vulva, sentía allí cómo sí algo la quemase; lo último que recordaba era el nocturno de Chopin, todavía lo repetía su memoria una y otra vez, vió su brazo izquierdo, tenía un tatuaje, algo extraño para ella, nunca había visto algo así, era una especie de pentagrama invertido, cayó sobre el tupido follaje, no podía más, su cuerpo se entragaba, la luz de sus ojos la abandonaba.

Capítulo 9

“Temor”

Silvia sé bañaba en el río, lo hacía sóla, distraída, disfrutando de esa realidad hermosa, qué la naturaleza le obsequiava. De pronto sintió una rara senciacion, sé sentía vigilada, observada por alguien;  angustiada vió a su alrededor, lo hizo minuciosamente, hasta qué finalmente, luego de un rápido escaneo; detrás de una roca lo captó, eran unos ojos qué estaban clavados en ella, no pudo ver su rostro, lo ocultaba una capucha. 

No pudo evitar gritar y lo hizo, fué una reacción lógica, básica; luego buscó salir del río, huir dé allí era la única opción ; lamentaba eso sí, la bendita costumbre qué tenía de abandonar al grupo, logró después de mucho esfuerzo llegar a la orilla y corrió desesperada en busca de ayuda.

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