Bendita boina

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“Hay una sepultura donde haré caer mis obras de amor por la Patria”

Decido iniciar con las hermosas palabras del Pbro. Rafael Alonso, fundador del Hogar de la Madre: «Gracias, Señor, por todo lo que me das y gracias, por todo lo que me quitas, porque todo lo que me das y todo lo que me quitas procede de tu amor, y cuando me quitas algo es para darme más».

Curiosamente, esa frase me impulsó en mi noche oscura a escribir este relato. Quizá muchos me perciban como muerta en vida, pero yo aspiro a la felicidad plena apoyando al prójimo. Más allá de todo, estoy más que viva, irradio un conjunto de destellos divinos.

Lo que tengo claro es que aquí, mientras sirvo, siento el cielo más cerca del alma. Parece que el Creador me susurró: «Hijita, Vanessa, es necesario renacer del Espíritu y cumplir la voluntad de mi Hijo, pues tú has sido designada por el Altísimo para reparar la República Mexicana y para protegerla de la sangre. Te vestirás con uniforme, serás soldado del ejército mexicano, portarás la boina verde esmeralda. Recuerda, todos los asuntos serán regidos por tu Dios, por lo que primeramente deberás prepararte y ser paciente». 

Quizá esté conmovida con tristeza, pero llegará un instante en que nadie me podrá arrebatar el gozo. A veces noto cómo Dios me cuida y ama estupendamente, lo veo todos los días, sin embargo, me llena de gracias extraordinarias, parece que soy su hija preferida, ¿o será que así es con todos? Como si tuviese una misión terrena especial; no lo sé, es confuso, lo que sí tengo claro es que Dios me ama bastante. Me siento como en casa, fue un resurgir, ahora que soy tan feliz con Dios, me dan ganas de exhortar el camino a esta plenitud, y que mejor que escribiendo.

A mí siempre me han encantado los camuflajes, rifles, uniformes… Me parecían todo en esta vida, tenía ese toque arriesgado y patriota. Además, siempre me ha caracterizado la impaciencia ardiente hacia mis pasiones, cuando quiero algo salgo en búsqueda de ello de forma interminable. Entre una de tantas, cuento el principio de una de ellas:

Íbamos en el autobús rumbo a casa, ¿quiénes? Mi amiga Mónica y yo, comenzamos a charlar de los sueños en la vida, expresamos anhelar un voluntariado con vocación de servicio, quizá el cuerpo de bomberos o la cruz roja mexicana, eran buenas opciones. Algo movió mi corazón desde ese día, posteriormente se forjaría más cuando una psicóloga del programa del Centro de Atención Estudiantil me motiva a ingresar a las fuerzas armadas o policíacas. Fue un resurgir en mi ser que me hizo entrar en locura. Me postulé a muchos sitios, desde la Cruz Roja, la Policía Estatal Preventiva, el glorioso Ejército, en la Policía Militar comisionada, a la Guardia Nacional, hasta la academia de bomberos. Todo ello lo ansiaba en el interior y sabía que todo era increíble, pero ninguna cosa en este mundo me volvía tan esplendorosa que mi milicia. La boina verde esmeralda la sentía tan cerca de mi cabeza y al mismo tiempo tan lejana, suena extraño, pero real.

Mis padres se me oponen, a pesar de ello voy y me postuló, nada podía limitar mi temeridad. Estaba en una búsqueda de tenerlo todo y ser feliz. Puedo admitir que podía estar en muchos reconocimientos literarios nacionales e internacionales, pero algo hacía falta. Cuando digo “Me uniformaré de policía militar”, ser ríen de mí y responden “Ni te lo crees tu misma, eso está más en las alturas, aterriza tus ideas”. Como dije nada me daba temor ni me ponía límites, costará lo que me costará, debía portar la boina. Yo creí que sería más sencillo, lo veía como una aventura para valientes como yo.

Llega un momento que ser militar se me impregnó hasta en la piel, entonces debo optar por un arma y bastón o por una pluma y un libro. Nadie lo entendía. Entonces dije “Dios, ayúdame”, sentí una paz que me marcó. El sargento reclutador me pide salir de la ciudad, rumbo al cuartel para hacer mi examen psicológico, fue complicado y con todo el dolor del ser, después de tanto esfuerzo desistí, sí, decliné ante la oportunidad de mi vida. Sabía que mis padres no comprenderían todo mi esfuerzo ni valorarían a su escritora campeona literaria, independientemente si fuese o no.

Llegué a casa, en medio de la soledad, sentí esa paz y amor divino, luego caigo en cuenta que Dios tiene un plan terrenal con misión celestial. Es algo curioso, pero cuando sientes la felicidad de la llamada, es tan ardiente que la impaciencia te caracteriza. Es un encuentro de amor con la Patria, sé que yo no elegí ser militar, Dios me eligió para serlo. Él vio algo en mí, más allá de mi apariencia, él percibió mi corazón.

 La vida está designada por decisiones eternas que tomamos, estas implican renuncia y esfuerzo, hay quienes toman un camino de castre por amor a otros, sí, porque los llena de felicidad.

Con todo esto no me arrepiento, jamás lo contemplaré como una pérdida de tiempo. ¿Qué aprendí? Autodescubrimiento. Conversando con un sargento, se prolongó la plática acerca de mi carrera literaria, en ella digo que mi libro “Alas de guerra” está basada en mi vida, su impresión se conectó, se supone que allí se narra las vivencias con mi enfermedad mental. ¿Cómo rayos el reclutador se enteraría de mi diagnóstico? Eso era absurdo, un rechazo absoluto para ingresar al Ejército. Pero, ¿qué creen que sucedió? Sus palabras me llenaron lo suficiente para emprenderme como un soldado más. Me dijo: “Eres muy valiente por haber salido adelante a pesar de todas las cosas que pasaste, has perdido completamente el miedo, no creo que siendo policía militar haya temores mayores que sentir a una mujer colgada que te solicita suicidarte”. ¡Dios mío! Sus palabras me cautivaron y me hicieron sentir autosuficiente, quizá tenía razón, Dios planeo un caminito para su hijita, un rumbo para uniformarla, haber padecido un diagnóstico mental, era el principio de un entrenamiento. Descubrí eso nuevo en mí, todos estos años de sufrimiento y dolor, me convertirían en militar valiente, grande y fuerte.

 Solo una vez en mi vida he portado la boina verde esmeralda, fue en la gran exposición “La gran fuerza de México”. Se sintió depositarme muy cerca de mi esencia, era mi familia, mi hogar, mi educación, esa boina lo era todo para mí. Es que esa bendita boina representa un cúmulo de destellos verdosos con joyas esmeraldas. Esa clase de destellos donde se siente una suma de adrenalina, fuego, órdenes, disparos, arrestos, taconeos, gritos, sudor, sangre… En fin, todo suena cruel, pero en mi interior es lo que siempre he deseado. 

Es que la boina no solo va junto a la cabeza, también va junto al corazón, al alma, al ser. Es sagrada, imaginarme en lo mucho que cuesta portarla es costoso, desde agilidad mental y física hasta diversas habilidades de lo más vil desconocidas.

Dentro de mi corazón existe un eco que exhorta lo siguiente: “No me trates como una mujer, ni como un hombre, soy un soldado más y este no tiene sexo ni género”.

Dentro de mis oídos, arengas se hacen resonar, sí, escucho como entonamos: “La fuerza mental, todo está en la fuerza mental, piensas que puedes y podrás, todas tus metas a alcanzar, todo puedes”, “Policía militar, no cualquiera puede ser, se requiere disciplina, desconfianza y reacción”, “Policía militar, perros de guerra, máscaras de gas, M-24 fusil llevarás, chaleco antibalas y bombas de gas…”, “Hombres y mujeres con moral de vencedor, adelante, ¿quién se parece? Nadie se parece, nadie se compara, somos los mejores de este campo militar, somos mucha fibra, somos mucha garra, nos caracteriza nuestra buena condición…”. “Policías, policías, siempre que corremos, la gente nos pregunta ¿quiénes son ustedes? Nosotras contestamos “somos las soldados” … Policías, policía, policía, policía…”.

La noción de ser soldado siempre ha recorrido mis venas, quizá uno como escritora se encierra en un papel y tinta o computadora y teclado; acá en el ejército conoces nuevas experiencias, desde portar un arma, a estar inquieto. Querer es poder, eso me mueve cada día, por ello despierto cada mañana con una sonrisa en el rostro.

Representa un orgullo llevar una camiseta verde, el hecho de traerla puesta, de decir “yo soy soldado, yo soy policía, yo soy militar”.

Esto parece de alturas, quizá esté más arriba que aterrizada, pero lo tengo claro que lo que anhelo lo cumplo, independientemente si mañana ya me espera mi sepultura, no me importa en verdad, hay un Creador que me espera y al que le debo mostrar las obras de amor que hice por la Patria. Te exhorto que mi sepultura esté rodeada de notas de guerra y con un libro que diga “Una policía militar de y para Dios”. Así quiero ser despedida, con mis pieles rodeadas de mi uniforme verde olivo, y por supuesto lo que no puede faltar, la bendita boina verde esmeralda.

Vanessa soy yo, seré policía militar del ejército mexicano, sentiré orgullo, respeto y admiración hacia mí misma.

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