Autobiografía azul de los paganos del gris y la Sirena Amazónica casi Rosácea(Estrella azul hacia el dragón)


Primera parte
Amando por el bien
Estrella azul hacia el águila
Personajes principales:
Joako
Maribel (indirecto)
Alcides
Sol
Clarita
Fausto
Verde (indirecto)
Emporio
Dejará de estar el cielo despejado
De la tormenta que transforma al sol que calienta
Esos cielos por momento se volvían de oro o un dorado tirando a sol y él, que lo veía, sentía la sabiduría de lo alto.
Estaba acostado, de noche, mirando las estrellas y nubes. Esperaba a que una de ellas dejase de tapar Sirio, estrella que miraba fijo encontrando quietud al hacerlo. La miraba y el momento era un momento donde no había momentos. Todo giraba, los trastos también, las personas iban y venían, los coches se escuchaban, pero en realidad nada se estaba moviendo de verdad. No para su alma.
Entonces hubo un momento que la estrella azul relampagueó fuerte y una antigua llamarada le lamió el corazón y lo embargó de añoranza. Luego, una nube en forma de elefante se presentó ante él, tapando la vista. “Es momento”, se dijo.
Se levantó, se fue a su habitación arcana, aplaudió tres veces y activó el chi de sus signos del alma, algunos eran unos cien libros, o más. Se perfumó un poco y se puso una ropa cómoda pero adecuada. Un yogin negro que le quedaba abombado, como le gustaba a ella, una remera gris que aún tenía la mancha de sangre de una de esas veces en que entró en su paraíso virginal cuando ella estaba en sus días y que nunca quiso quitar. Era otoño, pero igual siguió en ojotas.
Su habitación parecía la oficina de un lunático. De algún filósofo en plena creación de una cultura de pensamiento que perdurara siglos en estudio y en pos de algo concreto en la tela externa. Una forma de sacar el hastío de la existencia. Pero en realidad leía novelas de Lawrence y un poco a Thomas de Quincey. Su estudio no era otro que el de leer para conectar con el cielo y luego afirmándose en la tierra bajar sensaciones de carne y hueso en su cuerpo para ser el brujo de alguna verdad de la condición y naturaleza humana. Siempre hacía ciencia con su propio entero.
Fue al baño, que era extraño, un baño usado por cuatro personas que a veces tenía olor a lo primitivo y a veces ellos se bañaban y el agua convocaba a Poseidón. Se miró y se lavó los dientes. Ya con la mochila al hombro, un caramelo de menta, Iluminaciones de Rimbaud como amuleto que lo protegía de los azares accidentales de la calle y un cigarrillo recién armado se despidió de su antiguo maestro, de su antigua amiga y su antiguo no lo sabía, y se fue a la calle con las llaves parecidas a las que de algún modo le abrían las puertas hacia el mundo eterno, aunque siempre vivía en él.
Caminó una cuadra, cierta sensación de algo que no se puede narrar lo empezó a embargar. Era algo así como el saber que un cuerpo puro de mujer te espera, piernas de miel, aventura, un poco de cerveza, la esencia de otro plano se palpitaba llegando. Ballester era para muchos un lugar común y corriente. Una capital fallida. Pero mientras pasaba por la cuadra de enfrente a la plaza, la miró, y todo lo verde y los bancos se iluminaron de dorado y pudo mirar tantas historias en un segundo, vio personas tomando mate hablando de política, como también pudo sentir el aire a perdición de cuatro amigos que alguna vez se sentaron y entre aire de árbol y de marihuana se perdían en sensaciones que te sacan de la mente sobria y precisa. En ese momento no le dio demasiada importancia. Dobló el recodo, pasó el chino cerrado, que también tenía su aura, y llegó al portón negro.
—Soy el perro blanco, te amo, guerrera amarilla.
Un portal de estrellas en espiral se abrió en el centro y atravesó de la calle sucia y llena de hojas, a un lugar completamente mágico. Se transportó de repente dentro de una cochera de colores arcoíris.
Maribel irradiaba luz blanca, pero bordeado de negro, la miró. Sabía que no era más que un maestro. Sus ojos reconocieron a la mujer, sus ojos caminaban por el cielo y lo infinito mientras la tierra con un susurro desde el centro lo hacía temblar de gravedad hacia ella, que era una clase de fusión con lo eterno y lo efímero. Antes de besarla, solo mirándola, sintiéndola, ambos entendían que estaban en todos los lugares y ninguno. Se fue acercando, y no necesitaban viajar por el mundo, porque el mundo eran ellos. Pero el mundo los esperaba.
El gran misterio
Solemos pensar que todo está muerto y frío, pero es una reminiscencia de nuestro fin e inicio, para por fin reiniciarnos por siempre en la conciencia plena del todo. Toca morir, ir hacia esa nada muerta y fría, volver al inicio muerto y frío, ese inicio nada, para luego, cumplido tu propósito, ser por siempre un ser que recuerda las informaciones del gran océano divino y un ser que puede vivir eterno en la conciencia que no muere para volver a olvidarlo todo. Tengo la certeza que en alguna vida llegará el momento de no olvidar nunca más. Mientras tanto me olvidaré que pensé todo esto.
Pero todo no está muerto y frío. Yo le pongo sentido a esa nada así se me derrumbe toda la estantería construida por el yo cuando aquello entra y me sublimo, me dejo embargar por el todo. Vuelvo a construir edificios porque tengo que seguir vivo y admito que me produce un vértigo y aventura linda pensar que hoy le voy a meter balas a esos chorros de las esquinas. Una: la esquina de mi casa. Estaremos con tres vecinos esperándolos desde la terraza a que se animen a frenar un auto. Van a sentir miedo. Nos encerramos y ponemos llaves a las calles como si fuéramos nosotros los ladrones y las calles no nos pertenecen. Es solo que lo que me dijo ayer Joako cuando terminó de rellenar los moldes me quedó picando. Maribel es maestra del alma. Sí, no todo está muerto y frío.
Quizá todas las profesiones del mundo deberían tener un test álmico. Maribel es maestra de primarios, o, ¿docente?, y de verdad su alma le dice de guiar a los niños hacia un buen camino en la vida. Él me contó que ella una vez se quedó hasta como las ocho de la tarde esperando a que viniera un familiar de un niño. Es cierto, quizá pensar que hay que matar a los niños de padres drogadictos de las villas es querer solucionar un montón de problemas de un modo demasiado malvado, ¿malvado?, quizá. Si fuera por mí las quemo, pero hay personas como Maribel que de tres niños hijos de quemados salva dos de la destrucción de tu propia alma. Va, ¿quién no destruye su alma? Se va manchando en este mundo podrido… no tan podrido. Me quedé pensando.
Un doctor que sienta en el alma la necesidad de curar o salvar un ser. Políticos honestos y transparentes que quieren gobernar con humildad y caridad. Militares que defienden al pueblo de la tragedia total. Científicos que borrarían de la memoria la capacidad de hacer bombas atómicas. Este mundo no está tan mal… dependiendo el fractal. ¿Pero todos deben estudiar carreras sin saber si harán sus labores desde el alma? Todo parece frío y muerto en esta sociedad, pero hay seres tan vivos y haciendo las cosas desde el amor, que en realidad esta sociedad está más viva y despierta de lo que nos damos cuenta. Tendemos a caer en la negatividad, o en generalizar tan fácilmente…
Quizá el nieto de Joako y Maribel, si lo tienen, entre en una tierra donde todo esto esté solucionado. Joako me lo dijo. Al fin y al cabo soy Alción. Si lo soy, rezándole a la cruz orlada, esperaré a que el hombre gris se entere que es él. Quizá ese día yo no deba meter los balazos que voy a meter ahora. Quizá él sea a quien debo encomendarme. El nuevo maestro. O no, o, tal vez, al fin pueda sentirme un instrumento del absoluto y no ser este ser que no tiene certezas de nada pero vive igual porque ama sentir un poco de sol.
¿Solo estoy vivo por el sol? ¿Solo estoy vivo porque creo que existen respuestas? ¿Solo estoy vivo porque es pecado el suicidio? ¿Solo ayudo porque siento que nací para eso? Estoy tan viejo y me falta tanto por aprender. A veces mi hermetismo me hace sentir elevado, pero en el fondo soy un ser que percibe demasiado. A veces viene la realidad: es la gran melancolía del todo. Al menos Alicia cree que soy un buen compañero. A veces me muevo solo porque puedo moverme. Ese chico tiene una luz que hace sentir que la vida tiene sentido, lo quiero como un hijo. Debí haber amado a mis hijos de otra manera. No cabe duda, todo tiene consecuencia en la vida y a veces uno carga tristezas por haberse dado cuenta cuando ya tenés canas que no disfrutaste los seres que de algún modo creaste. Sí, en el fondo me gusta la soledad para expiar mis errores. El perdón me lo doy yo. Lo único que importa ahora es encerar el revolver, tomar agua y hacer de cuenta que voy a meter una bala porque soy superior al mayor de los justicieros, que estoy resarciendo mi desaparición mental paternal con mis hijos que ya son grandes y no me admiran como Joako, sentirme inferior y darme cuenta que actúo con un tiro porque eso me da la sensación que el Rey David y las arpas del cielo festejan que anticipo el Apocalipsis. Quizá adorar a un dios sea estar más allá del bien y del mal. Bendita cruz del sur, la sangre se derramó y todo estaba justificado. Es solo un sueño tétrico como heroico.
Para que salga, tiene que oscurecer
En el centro de su espalda cargaba con un agujero negro.
Todo brillaba en la habitación. Había mucha luz de todas las lámparas. Había dos veladores y una arriba en el centro del espacio. Sin embargo estaba oscuro. Ella no se daba cuenta de esta falta de luminosidad, pero un ser perceptivo le hubiera dicho que tire objetos obsoletos, ventilara, vibrase qué sí, qué no, acomodara los muebles de otra manera y principal trapear con vinagre y sahumear de alguna manera. Pero ella desconocía todas estas técnicas, y aunque tuvo sueños premonitorios desde los ocho hasta los doce, y hasta lograba ver cuando alguien se iba a separar dentro de un tiempo, de todos modos le rehuía a esa gente espiritual que le decía que tenía un potencial para cosas que ella escuchaba sin escuchar. Una vez le hablaron de los chakras y ella se rió y no le dio importancia y lo dejó en su subconsciente.
En un rato tenía que ir de su novio de poliamor. No aplicaba mucho su libertad, hasta hoy.
Cualquiera que la mirase con ojos del alma le hubiera visto un aura tan negra que se hubiera asustado por más que a veces significa transición.
Estaba escuchando Vasos y Besos de Miguel Abuelo del vinilo que le prestó Iandi, a su vez Joako se lo había prestado a él. Pero Joako y Sol no se conocían.
Cuando terminó el disco se quedó pensativa en ser un espía de Dios, nombre de una canción. “Con el ojo de el bien, miro el mal, con el ojo de el mal, miro el bien”. ¿Cómo sería? Tal vez conocer su pasado y saber todo lo que el ser humano se pregunta desde que se hace algunas preguntas, quizá ver los destinos antes de que sean llevados a cabo.
Calculó el tiempo justo. Fue de su novio, quedaba a unas cuadras. Habían quedado que desde las 22:00 en adelante era noche de ellos y el resto del día siguiente también. Siempre que caminaba esas cuadras, o robaban, o los autos casi te atropellaban, o los perros te ladraban. Le ladraban a ella, no le robaban, la asustaban. Pero esta vez vio en cada esquina parejas besándose. En las cinco esquinas derecho que tuvo que atravesar. No entendía eso, pero tampoco se lo preguntó demasiado. Todos se besaban con esa pasión de la simbiosis que te lleva a la locura insana.
Se puso de frente a la casa. Ella no lo veía, pero estaba todo rodeado de más de cincuenta agujeros negros. Abrió con las llaves que tenía. No lo veía, pero las llaves chorreaban vacío. Pasó el comedor y fue a la habitación, sin mirarse en los muchos espejos que había. Ahí estaba: Fausto estaba encamado con una de sus mejores amigas. Era el horario de ellos, era su amiga. Fausto sonrió y la invitó. Ella cerró la puerta y se volvió a su casa. No había nadie en la calle. Sentía un puñal en el medio de la frente, algo se activó, no sabía qué era, pero la tierra estaba en su cabeza y el cielo en sus pies. Se tambaleaba y sentía que pisaba nubes y que el peso de la Tierra le tumbaba el cerebro. Algo llamado crisis la estaba asaltando. Un relámpago naranja, sin que ella lo percibiese, pero sí sintió una electricidad, la sacudió y todo volvió a su lugar.
Su corazón latía tanto que tenía miedo de que le saltase del pecho, lo que no sabía es que en los músculos del corazón tenía una nebulosa.
Una nebulosa donde se crearía una estrella.
Los gatitos que mantienen la melodía, nos queda una vida
Iandi venía de una gira. Estaba ansioso. Había hecho luces y escenografía para el show LGTBIQ+ de parte de unas artistas trans que tenían su banda. La banda se llamaba: Locas pero cuerdas.
Iandi hacía una gran amistad con las chicas y todo el equipo, pero lo único que quería era subir las escaleras llenas de libros, abrazar a su mujer y ver los siete gatitos dispersos por la casa que se reunían todos a saludarlo cada vez que viajaba lejos o incluso cuando volvía después de seis horas de trabajo. “Son mis amores”, se dijo.
Nunca le era fácil hacer giras en Córdoba. Río Cuarto lo llamaba con mucho magnetismo y siempre se hacía una escapada para ver a su vieja y hermanos. Si no fuera por Pau, aún le dolería ver a la que fue su pareja por unos quince años. Pero ella lo había reseteado, como decía Joako de Maribel. Se dijo que los tenía que invitar a un asado.
Iandi no adhería a ningún colectivo, pero le resultaba divertido estar rodeado de esos artistas de la pluralidad. Él tenía lo suyo de brujo, actuaba en las cosas sin poner demasiado de sí. Por ende era cómo ver desfilar los eslabones de lucha de la sociedad. Cuando los miraba, arcoíris que perecían en la oscuridad lo asaltaban como flashes, y se decía, ya vendrá la flor surgida del peor barro. Ya vendrá la luz sureña emergida del pantano más profundo. Artistas como WOS y Los Rayos Láser eran un anticipo a eso. A él le encantaba la música. Había hecho hacía poco un tema que por el momento llamó: Cada vez más pillo.
Se tomó un Uber desde Palermo y fue a su barrio. Despidió a todos. Al llegar de tarde a su casa, casa que se autopercibía como un palacio de blanco mármol, y que a ellos les daba luz, fue subiendo esas dichosas escaleras. Miró las pilas de libros. En una, arriba, El Eternauta, en otra, Estudios sociológicos de la Patagonia, en otro pilón, El libro Rojo de Jung, ese libro Joako se lo re contra pedía pero Pau todavía no lo terminaba de estudiar. Ella estaba en un… bueno, ahora no importa.
—Vino el desorden a casa —dijo ella al escucharlo subir.
Estaba haciendo masa de tacos. Los gatitos corrieron y le maullaron. Se puso como tres a upa de la longitud de brazos que tenía. Los otros le arañaban las piernas y se gruñían entre ellos por reclamar su atención, cada uno celoso. Con tantos guardianes de lo sagrado y las buenas vibraciones de la casa ellos lograban sentirse bien pese al que fundir sus propias vidas fue un proceso largo, amoroso, de discusión, complicado como hermoso.
—Hola, amor —dijo Iandi.
La abrazó por atrás y la besó fuerte en la nuca. Ella le dio una sonrisa, dándose media vuelta, de color turmalina. Él la miro con un fuego tranquilo pero fuerte. Las energías de la casa se pusieron en marcha y empezaron a rodearlos de energía violeta en toda el aura total. Necesitaban transmutar lo vivido en el tiempo que no se vieron, en acomodar las piezas del viaje interior silencioso que cada uno había hecho en ese lapsus. Después de merendar, se contarían historias como dos viejos en la esquina de una cuadra hablando los chusmeríos del barrio, en este caso, los chusmeríos de sus almas.
—Vida —dijo él—, no sabés cómo jodieron los políticos de Córdoba, los intendentes basura cabeza de tacho en sacarse fotos con las chicas.
—Te lo voy a decir hasta el hartazgo, amor, vivimos en una distopía.
—Eso depende del fractal.
—¿Y en tu fractal no está quejarte?
—Tenés razón, tenés razón. Me voy a armar un fernet. Sí, a esta hora, ya sabés.
—No te iba a decir nada. Compartíme.
Cuando miro la botella de Branca, las hierbas se pusieron felices de ayudar en el amor.
Por un momento Iandi vio todo su futuro con Pau. Un angelito bajó y le dijo que ya sería padre. Dentro de un tiempo. Su voz interior se lo hizo escuchar, miró a Pau, y agradeció a todo ser que le desease el bien.
Su hijo tocaría el bajo mejor que él mismo, un bajo, un instrumento que apenas se escucha pero que le da tanta armonía a la música, como el silencio de tantas personas que luchan día a día por hacer que las cosas sigan funcionando así se viva una distopía.
Entre los trabajadores, las hierbas, los gatos, y el amor, el mundo puede tener fe de que un bajo le prestarán atención, y entre una chillona guitarra, los bajos del mundo que mantienen la base ayudarán a más palacios como el de ellos.
Despertando a una vida anterior Pt.1
En sus ojos se reflejaba el cosmos.
Vivía en una cabaña alejado del pueblo por unos tres kilómetros, y alejado también porque nadie sabía que había una cabaña ahí. Ni tampoco un habitante.
Se abrió un vino empujando el corcho hacia abajo con un destornillador y no le molestaba que el corcho le dejase gusto a algo al vino. Era como maderoso.
Abrió un vino y le puso tres hielos estrellas y estos se resquebrajaron como cualquier ser que haya decidido encarnar.
Iba por su última vida.
Se abrió un vino.
En sus ojos se veían todas las estrellas del universo… y eso que tenía ojos chiquitos para su cara grande.
En sus ojos cualquiera podía ver todas las estrellas del cosmos.
En ese momento tomó el vino, se sentó en su silla de madera, pequeña, y apoyó el vaso de vidrio en una mesa redonda de madera. El sol alumbraba el vitral. Estaba decidido a recordar una de sus vidas. Una que aún no conocía.
Se internó en una zona del cosmos akáshico y la vio.
Era un nórdico, hijo del primer elfo blanco y la segunda mujer celta. Tenía dotes para la curación, para comunicar, para entender. Fue a los cascotes polares del norte y recibió toda la información del agua. Ahí recordó todas sus vidas y las del porvenir. Era sin dudas él. Ahí se vio también Aessir. Uno lo era por serlo. Volvió a su tribu. Ayudó y se fue a una montaña nevada, se refugió del frío con su don de ser por dentro fuego. En esa vida podía beber ambrosía. Cuando llegó el momento bajó.
Guio a su pueblo nórdico al Cristianismo. Era necesario que quisieran a ese maestro. Fue un monje que les hizo entender la fusión de reinos y razas.
Aprendan, dijo, todo es cierto, pero cierto es también que lo supremo bajó. Los otros, sus dioses, no eran más que un pequeño fragmento del gran poder. Solo los druidas entendieron y, justamente por eso, callaron. El linaje no debía perderse.
Luego de tomar el vino, el ermitaño elfo-druida-monje, apagó una de esas estrellas, sus rasgos en ese momento eran celtas. Su cabello se tornó rubio y sus ojos cielo.
—Te toca morir y renacer en otro universo.
Así una estrella se apagó en sus ojos. Una vida menos que recordar. Agarró sus harapos, terminó la botella, y fue a actuar de mendigo en el pueblo.
En sus ojos se reflejaba un lago tranquilo que pedía por monedas.