Aprender a amar. 

Mateo era un hombre solitario. Desde pequeño había sufrido el abandono de su padre, la indiferencia de su madre y el maltrato de sus compañeros de escuela. Aprendió a no confiar en nadie y a encerrarse en sí mismo. Se dedicó al estudio y al trabajo, sin dejar espacio para el amor o la amistad.

Un día, mientras caminaba por la calle, se encontró con una mujer que le llamó la atención. Era alta, rubia y de ojos verdes. Llevaba un vestido rojo y una sonrisa radiante. Mateo sintió una atracción inmediata, pero también un miedo irracional. ¿Qué querría esa mujer de él? ¿Qué le haría si se acercaba? ¿Cómo podría confiar en alguien tan diferente a él?

Mateo siguió caminando, tratando de ignorar a la mujer, pero ella se le acercó y le dijo:

— Hola, me llamo Patricia. ¿Te puedo hacer una pregunta?

Mateo se quedó paralizado. No sabía qué responder. Quería huir, pero también quería quedarse.

— ¿Qué quieres? — balbuceó.

— Verás, estoy haciendo una encuesta para una revista. ¿Te importaría contestar unas preguntas?

Mateo miró a Patricia con desconfianza. ¿Una encuesta? ¿Para una revista? ¿No sería una excusa para robarle o engañarle?

— No tengo tiempo — dijo Mateo.

— Por favor, solo son cinco minutos. Te prometo que no te molestaré más.

Patricia le puso una mano en el brazo y le miró con dulzura. Mateo sintió un escalofrío. Nadie le había tocado así en mucho tiempo.

— Está bien — accedió Mateo.

Patricia le condujo a un banco cercano y sacó una libreta y un bolígrafo.

— Gracias por tu colaboración — dijo Patricia — La primera pregunta es: ¿Qué es lo que más te gusta de la vida?

Mateo se quedó pensativo. ¿Qué era lo que más le gustaba de la vida? No lo sabía. Nunca se lo había planteado.

— No sé — respondió Mateo.

— Vamos, seguro que hay algo que te hace feliz — insistió Patricia.

Mateo buscó en su memoria algún recuerdo feliz, pero solo encontró tristeza y soledad.

— Nada — dijo Mateo.

Patricia frunció el ceño.

— Eso es muy triste — dijo Patricia — La segunda pregunta es: ¿Qué es lo que más te disgusta de la vida?

Mateo no tuvo que pensar mucho.

— Todo — dijo Mateo.

Patricia se sorprendió.

— Todo? — repitió Patricia — No puede ser. Tiene que haber algo que te guste o te ilusione.

Mateo negó con la cabeza.

— Nada — repitió Mateo.

Patricia suspiró.

— Bueno, pasemos a la tercera pregunta: ¿Qué es lo que más deseas en la vida?

Mateo se encogió de hombros.

— Nada — dijo Mateo.

Patricia se impacientó.

— Nada? — exclamó Patricia — No puedes vivir sin deseos. Sin sueños. Sin metas.

Mateo se encogió más.

— Yo vivo así — dijo Mateo.

Patricia se enfadó.

— Pues vives mal — dijo Patricia — La vida es un regalo. Hay que aprovecharla al máximo. Hay que disfrutar de cada momento. Hay que amar y ser amado.

Mateo se sintió ofendido.

— Tú no sabes nada de mi vida — dijo Mateo — Tú no sabes lo que he sufrido. Lo que he perdido. Lo que he soportado.

Patricia se calmó.

— No quería ofenderte — dijo Patricia — Solo quería ayudarte.

Mateo se sintió confundido. ¿Ayudarle? ¿Cómo podía ayudarle alguien que no le conocía?

— ¿Cómo puedes ayudarme? — preguntó Mateo.

— Puedo escucharte — dijo Patricia — Puedo comprenderte. Puedo ser tu amiga.

Mateo se sorprendió. ¿Amiga? ¿Qué era eso? ¿Alguien que se preocupaba por él? ¿Alguien que le quería?

— No necesito amigos — dijo Mateo.

— Claro que los necesitas — dijo Patricia — Todos los necesitamos. Los amigos son la familia que elegimos. Los que nos apoyan, nos animan, nos hacen reír.

Mateo se sintió tentado. ¿Reír? ¿Cuándo había reído por última vez?

— No sé reír — dijo Mateo.

— Pues yo te enseñaré — dijo Patricia — Ven conmigo. Te invito a un café.

Mateo dudó. ¿Ir con ella? ¿A un café? ¿Qué pasaría si lo hacía?

— No sé — dijo Mateo.

— Vamos, no tengas miedo — dijo Patricia — Te prometo que no te arrepentirás.

Patricia le cogió de la mano y le tiró suavemente. Mateo sintió una corriente eléctrica. Nadie le había cogido de la mano así en toda su vida.

— Está bien — cedió Mateo.

Patricia sonrió y le guió hacia una cafetería cercana. Mateo se dejó llevar, sin saber qué esperar.

En la cafetería, Patricia pidió dos cafés con leche y dos pasteles de chocolate. Mateo se quedó mirando el pastel con curiosidad. No recordaba haber probado algo tan dulce.

— Prueba, te va a gustar — le animó Patricia.

Mateo cogió un trozo con el tenedor y se lo llevó a la boca. El sabor le invadió los sentidos. Era delicioso.

— Mmm, está bueno — admitió Mateo.

Patricia sonrió y le dio otro trozo.

— Me alegro de que te guste — dijo Patricia — A mí me encanta el chocolate. Es mi debilidad.

Mateo la observó mientras comía. Era hermosa. Su cabello brillaba con el sol que entraba por la ventana. Sus ojos reflejaban una luz especial. Su boca era una tentación.

— ¿Qué? — preguntó Patricia al notar su mirada.

Mateo se sonrojó y apartó la vista.

— Nada — dijo Mateo.

Patricia se acercó a él y le tocó la mejilla.

— Eres muy guapo — dijo Patricia.

Mateo se estremeció y la miró a los ojos. Eran verdes como la esperanza.

— Tú eres muy bonita — dijo Mateo.

Patricia se acercó más y le besó en los labios. Mateo se quedó paralizado por un instante, pero luego respondió al beso con pasión. Era su primer beso. Y fue mágico.

Patricia se separó y le sonrió.

— Te quiero — dijo Patricia.

Mateo se quedó sin palabras. ¿Te quiero? ¿Qué significaba eso? ¿Cómo podía quererle alguien que acababa de conocer?

— Yo… yo… — tartamudeó Mateo.

Patricia le abrazó y le susurró al oído:

— No tengas miedo de amar, Mateo. El amor es lo más bello que hay en la vida. El amor te hará feliz.

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