ALGUIEN DE MI PASADO/DILUVIO Y SACRIFICIO. Capítulo 2

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Viernes 13 de enero de 2017.

A altas horas de la noche, Alberto, un hombre de pelo blanco, que al hacer contraste con su semblante reflejaban más su edad, no muy alto, poseía unos ojos grises que no podían distinguirse entre sus párpados, su tez blanca con el paso del tiempo había cambiado a una tonalidad más tostada por exponerse tanto al sol.

Salió ebrio de la cantina del pueblo, ya se le había hecho costumbre ir y venir del lugar; inquieto y tambaleándose, caminaba por la calle. Sintió un susto que inmovilizó cada uno de sus pasos, perturbado y perseguido por sus miedos, siguió su camino. En su delirio él sabía que no estaba solo, alguien lo seguía entre las sombras. Se apresuró para llegar a su casa; mientras cruzaba la calle San Diego un carro negro lo interceptó, el brillo de los focos delanteros lo cegó por un instante.

Acorralado huyó para llegar a la avenida principal, tuvo que hacer maniobras para mantenerse de pie. Creyéndose ileso de la emboscada, se le escapó un suspiro, sin saber que había subestimado al enemigo y a aquellos que lo acompañaban. Al entrar a su casa, de pronto su teléfono sonó dejándolo inmóvil. Las luces apagadas le daban un toque más siniestro a la noche, su rostro cambió al imaginarse entre la vida y la muerte; nervioso y angustiado, con sus manos aún sudadas, contestó esa misteriosa llamada.

—¡Tienes veinticuatro horas! —le advirtió una mujer con una voz fuerte y amenazadora.

Alberto al escucharla sentía como cada parte de su cuerpo temblaba de miedo, y reprimió un gruñido para no demostrarle el temor que sintió al oírla.

«Debí haber hecho algo, unos meses atrás para remediarlo, pero es demasiado tarde para lamentarme». Pensó, intimidado e inseguro, justificando su conducta.

«¡Claro que lo hubiera hecho!». Se dijo así mismo.

En dos ocasiones intentó reprimir sus adicciones, esas por las cuales pagaría un alto precio.

La desesperación se apoderó de él, no podía creer lo que estaba a punto de hacer. Esa mujer era peligrosa y de armas tomar, impaciente, incomprensiva y muy exigente a la hora de mantener el orden de la organización criminal. No tenía límites y tras la segunda advertencia sin respuesta se enfureció.

Alberto no quería perjudicarla y mucho menos si eso implicaba al rey del narcoterrorismo occidental. Si ese hombre se involucraba, se adoptarían medidas que podían acabar con todo a su paso, sin que le temblara el pulso al hacerlo. No era broma todo lo que se rumoraba de ellos en el pueblo, tenían dinero y contactos en el extranjero. Si te buscaban, te encontraban. Alberto, antes de dejarse tentar, agotó todas sus posibilidades, pero fracasó en el intento.

Los que él pensaba que eran sus amigos le habían dado la espalda. No le quedaría más remedio que solucionar esto, aceptando lo inevitable para salir ileso de esa situación.

Un año atrás sus vicios habían empeorado. Su hija tuvo que internarlo en contra de su voluntad. Alberto vivió en esa clínica de rehabilitación, en el que el tratamiento experimental no funcionó.

La primera noche que estuvo en ese lugar terrorífico no descansó. Oía ruidos, golpes y algunas voces que se escuchaban en la habitación donde se encontraba. La clínica contaba con varias plataformas de recreación y está ubicada a unos cuantos kilómetros del pueblo.

A Alberto se le habían cerrado todas las puertas una hora antes de recibir el último mensaje de advertencia. Las personas con las que se involucró, eran seres sin escrúpulos. Capaces de hacer lo que sea para cobrar una deuda, y mucho más si era de esa magnitud. Esa mañana pensó en jugarse su última carta con el gerente del banco, pero este se negó a ayudarlo; sus opciones se habían reducido a dos. Alberto estaba contra la pared entre la vida y la muerte. Aún permanecía en la parte exterior del edificio, poco a poco se iban desvaneciendo todas sus opciones.

Por tal razón no tendría más remedio que aceptar la propuesta. Algo en su interior se resistía a permitirse tal brutalidad, pero el ofrecimiento de Gabriel, un hombre de mirada lasciva, le daba la mejor solución a todo sus problemas.

Sin embargo, cambiaría el destino de su única hija. Una vez más la desesperación y la cobardía lo dominaban, las amenazas no le dejaban otra salida más que esa.

Alberto se dirigió al único lugar donde podía ahogar todas sus penas. Al llegar allí le hizo un gesto con la mano al mesonero, este le sirvió su trago. De repente, comenzó a sudar y sus manos le temblaban; su rostro palideció, intentaba ponerse de pie, pero no logró sincronizar sus pasos. Al cabo de unos minutos los tragos ya se le habían subido a la cabeza. Cuando trató de pararse otra vez para marcharse, Gabriel lo interceptó en la entrada.

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