A lo tonto – Cap 1

A ti, primera lectora

Entender a Dios resulta difícil, tan complicado en ocasiones que la afición por comprenderle se vuelve obtusa, sin embargo, entender su providencia divina al final de cada acontecimiento es una experiencia de fe verdadera. Muchas veces podemos quedar satisfechos al relacionar con sensatez su dirección en cada evento, en este caso amada lectora, no es así. Sin ganas de hacer pesar ascuas en nuestras mentes, a lo tonto fue escrito como la virtualidad me lo permite. Solo expresaré hechos continuos tan disparatados que sería mejor no verlos en una hoja de papel, solo haberlos vivido, reflexionado y olvidado. Me aventuré a dejar justamente solo esta experiencia por la misma razón por la cual no quiero volver a escribir sobre esto: no sé si le agrada a Dios, pero en última instancia me lo permite, y se lo agradezco.

Quizá puedas leerlo completo, talvez te molestes, puede que no te guste, hasta dar grima social (si es que eso existe), ¡pero qué va! Ya me decidí a dejarlo por escrito.

Si recibiste este microrelato, es porque al menos la persona que lo leyó entiende que es especial y por más complicado que parezca, guarda parte de mí, y cuando lo termines guardará algo de ti. No en sus páginas, pero sí en tu razón para comprender la mala manera que tenemos de asociar nuestra voluntad con la de Dios.

Sin más dilación, aquí te dejo un spoiler, trata de una amistad, (en este punto la describí un poco en el primer borrador, solo que fue muy… ¿cursi?) una que, por lo menos desde el punto de vista del autor, no nace de la casualidad, sino de la decisión.

A lo tonto no busca expresar sentimientos, pero al final es lo que hace.

Se suponía que era solo una participación de sábado en la tarde. Normalmente –aunque es mera cultura- las vigilias se relacionan con la madrugada, en esta ocasión fue diurna, a plenos rayos de luz solar.

Llegué temprano, me tocaba el último seminario.

Así que me senté a escuchar como el seminarista trataba las profecías con dureza, franqueza y quizá algo de hostilidad verbal. Me sorprendía la atención que conseguía con la audiencia a pesar de derrochar información a más no poder, sin tener a un solo oyente anotando. Pero quien sabe, una sola frase cambia vidas, en este caso, fue solo un nombre.

La idea de ir a un templo radica en encontrarte con Dios, que las participaciones pasivas o activas que hagamos tengan un fuerte impacto espiritual. Lo más emocional en una iglesia entre dos personas (con Dios en primera instancia) es una boda. En este momento no pasó una unión conyugal, al contrario, se tomó una decisión ruptural.

Al caso, llegué deseando hacer un buen papel sobre el tema de la santificación en los últimos días. Estaba todo preparado, la Biblia, la hojita bosquejada, el sonido, pero dos seminarios antes escuché, lo que creí, era tu voz.

Por una extraña razón, quería verte –o eso creía- porque fue tu voz la que me desligó un momento, bastante largo por cierto, de toda la programación. Fue casi un susurro en los laterales de la iglesia, no sé qué pronunciaste, pero el tono de saber que allí estabas me transportó a ese “mundo paralelo” que solo se muestra con una curvatura labial, o sonrisa en los rostros de aquellos que nos emocionan.

Pues sí, al final fueron unas fotos, unas risas con los amigos, buenos momentos. Volví, se tuvo la participación en la vigilia. Parecía un regalo gélido, no como un helado, más bien, una paleta de hielo con nitrógeno.

En ese momento me pregunté: ¿Debo sentirme así? ¿Infatuación? ¿Inicios de pre-enamoramiento juvenil? ¿El suasonfon? Tal vez solo fue el momento que me llevó a pensar:

“Aquí se acaba esto”

No volvería a pasarme. Al salir, compramos unas gaseosas y estaba más que seguro. La volvería a ver, y me volvería a enamorar.

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